La obligación de querer a tu bebé

En el imaginario colectivo está la idea de que una madre siempre quiere a su bebé desde el primer momento. Una forma de amor a primera vista, irracional e inmediato.

Sin embargo, esta idea que puede parecer inocente, no sólo es errónea, sino que supone una pesada losa para algunas madres que no experimentan este esperado sentimiento, haciéndolas creer que hay algo mal en ellas y pudiendo afectar a su autoestima o a su percepción sobre su futuro rol de madre.

Pese a que es habitual encariñarse (o apegarse) a un hijo o hija desde el primer momento en el que las mujeres saben que están embarazadas, o tras dar a luz, también es habitual que esto no pase. Al igual que los bebés no están apegados a sus madres desde el nacimiento.

¿Cuándo nos encariñamos con nuestros hijos?

Para la mayoría de las mujeres, el apego a sus futuros hijos crece conforme progresa el embarazo. En torno a un 20% de mujeres embarazadas ya muestran un fuerte apego hacia el ser que crece en su interior durante el primer trimestre.

Por el contrario, existen otras mujeres en las que este sentimiento no tiene lugar hasta el parto, y otras veces se produce un tiempo después (en torno a un mes). Todas las situaciones son totalmente normales, se producen en muchas mujeres, y no deben ser motivo de alarma, de preocupación, ni de presión social.

¿Cuándo se encariñan nuestros bebés con nosotros?

Las crías humanas están biológicamente predispuestas a formar un vínculo de apego hacia los adultos, pues de ello depende su supervivencia, y por consiguiente, la supervivencia de la especie entera.

Al igual que las características físicas propias de la apariencia de bebé atraen a los adultos (tamaño cabeza-cuerpo desproporcionado, rostro redondeado, ausencia de vello…), los bebés también vienen “programados” para sentirse realmente cautivados por la apariencia de los adultos.

El rostro humano, según diversos estudios, reúne “casualmente” todas las características estimulares visuales que atraen a los bebés: complejo (pero no abrumador), simétrico, con contraste, brillante, con movimiento… Al igual que la voz humana, que es el estímulo auditivo que más atrae su atención. Especialmente el llamado “baby-talk”, que es esa forma especial (algunos dirían ridícula) de hablar a los pequeños, acercándonos mucho a su rostro, con un tono más agudo plagado de cambios, repitiendo las frases e incluso dejando tiempo para que ellos respondan (aún cuando no saben decir ni una palabra).

Pese a todo esto, los niños no nacen apegados a sus padres o madres. Entre los 2 y los 7 meses los bebés se muestran sociables con cualquier persona y no expresan preferencias muy marcadas hacia nadie en especial, aunque parecen más cómodos con el cuidador principal (que en la mayoría de los casos es la madre). Este fenómeno es un mecanismo evolutivo que pretende asegurar la supervivencia de la especie en el caso de que la madre falte.

En este periodo, los bebés aprenden muchas cosas, destacando tres principales que nos interesan ahora. El primero es la reciprocidad (en las interacciones sociales uno actúa y reacciona a la conducta del otro) como podemos verlo en los juegos infantiles, como es el típico juego de «cucu, tras». En segundo lugar, la efectividad (su conducta puede afectar a la conducta del otro de manera consistente y predecible), por ejemplo ver que cada vez que tiran el chupete, la madre lo recoge. Por último, la confianza (se puede contar con el cuidado del otro cuando se necesita), por ejemplo, sabiendo que si tienen gases, la madre les ayudará a eliminarlos y que les deje de doler la barriga.

Como se ha adelantado, no será hasta los 7-9 meses cuando comience a forjarse la relación preferencial por la madre. Casi a la vez, en torno a los 8 meses, suele aparecer eso que se llama “el miedo a los extraños”. Es en estos momentos en los que se suele oír: “Este niño está enmadrado” o «Este niño tiene mamitis«. El miedo a extraños no es más que una aparente cautela ante los desconocidos y la aparición de protestas cuando es separado del cuidador principal. Es en esta etapa cuando los bebés comienzan a realizar una jerarquía de sus cuidadores preferidos.

Será entre los 12  y los 20 meses cuando los bebés empiecen a usar a sus figuras de apego como “bases seguras”, es decir, como personas en las que refugiarse cuando se busca consuelo y protección, pero también como personas que permiten la exploración y les dejan experimentar. La proximidad del cuidador en ambas etapas (exploración y refugio) promueve en el niño y en la niña un sentimiento interno de seguridad.

Como conclusión

Los seres humanos nacemos “programados” para atraer a los adultos, y para ser atraídos por los bebés de nuestra especie cuando somos mayores. Sin embargo, el sentimiento de cariño, el amor, no se produce de manera inmediata y es perfectamente normal que pueda requerir de un tiempo para formarse. Al fin y al cabo, una madre y un hijo no son más que extraños atraídos irremediablemente.

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Autor:  C. Paniagua – psicomemorias.blogspot.com.es

Manual para padres primerizos

Este artículo está escrito para quienes les gustaría ser padres (o madres) alguna vez en la vida. Para aquellas parejas que han tomado la decisión de tener un hijo. Para aquellas que están en pleno embarazo y en apenas unos meses verán nacer a su primer retoño. Y, por qué no, también para los padres y las madres que quieran recordar cómo les cambió la vida traer un bebé a este mundo. Para todos ellos, a continuación se describe la letra pequeña de la maternidad y la paternidad. Es decir, los puntos más delicados que cualquier pareja deberá afrontar al recibir a su primer vástago.

Nada más comunicar a nuestro entorno social y familiar que vamos a tener un hijo, empezamos a acumular recomendaciones –muchas de ellas, totalmente contradictorias– acerca de cómo deberíamos vivir este momento tan decisivo. Pero dado que cada bebé es único y cada pareja es diferente, digan lo que nos digan no quedará más remedio que aprender de la propia experiencia. Una cosa es lo que creemos que es la paternidad y otra, infinitamente distinta, lo que realmente implica ser padres. Es imposible saber de antemano lo mucho que la llegada de nuestro primer hijo va a cambiarnos la vida. Así que solo queda relajarse y esperar.

Los hijos no unen a las parejas ni las hacen más felices; más bien destapan las verdades que se ocultan debajo de la alfombra de nuestro hogar” León Tolstói

La pareja deberá pasar los días de cuarentena sexual. Una vez que la mujer se recupera del parto, hemos de dedicar tiempo y energía para mantener encendida la llama de la pasión. Y puesto que el bebé convierte a cada miembro de la pareja en papá y mamá este nuevo rol debe llevar a descubrir aspectos de nosotros mismos que desconocíamos.

Al trastocar nuestra rutina, en muchos casos el cansancio acumulado provoca que aflore nuestro lado oscuro, poniendo de manifiesto el tipo de persona que realmente somos. Cultivar la comunicación, la complicidad y la generosidad resulta esencial.

Por más que al principio cueste despegarse del bebé, es fundamental crear espacios de intimidad para estar a solas. Al menos una vez por semana podemos organizar una comida o una cena para dos, en la que –como hombre y mujer– cultivemos nuestra relación de amigos, amantes y compañeros de viaje. Lo cierto es que la llegada de un niño nos adentra en una rutina y una inercia que suele alejarnos de la pareja, creando una distancia emocional tan imperceptible como difícil de detener. Además, si cesa el amor entre los padres, los hijos lo acaban pagando. No es casualidad que durante los primeros tres años desde el nacimiento del primer hijo se produzcan cada vez más separaciones.

Los bebés son criaturas adorables. Pero dado que no pueden valerse por sí mismos, enseguida se apegan al afecto y la seguridad de papá y mamá. Además, dado que viven en modo supervivencia, son tremendamente egocéntricos y demandantes. Precisan el cien por cien de nuestra atención; no se conforman con menos. Si la mujer decide darle el pecho, el niño necesitará su presencia una media de seis horas diarias. También hay que limpiarle y cambiarle el pañal alrededor de siete veces por día, así como ponerle y quitarle la ropa, bañarlo, darle mimos, jugar con él y estar a su lado en todo momento para que no se sienta solo y no se haga daño.

Y no solo eso. La gran mayoría de ellos se despiertan un par de veces cada noche, utilizando su llanto como medio de comunicación. En general, lloran porque les duelen las encías cuando empiezan a salir los dientes, porque tienen fiebre o se sienten sucios. Algunos expertos recomiendan dejarlos desahogarse un rato, para que aprendan el hábito de conciliar el sueño por sí mismos. Otros proponen meterlos en la cama de los adultos, para que se sientan reconfortados por la calidez que les proporciona sentir a sus padres cerca. Sea cual sea la decisión, se debe evitar caer en la tiranía de los reproches y del “te toca a ti”. Es esencial armarse de paciencia y de generosidad para sacar fuerzas de donde sea y no pagar el mal humor con nuestra pareja.

Amar a nuestros hijos implica dejar de lado nuestros deseos para atender sus necesidades. Y hacerlo cada día durante muchos años”Erich Fromm

En paralelo, hemos de reorganizar nuestras prioridades y aspiraciones vitales, adaptándonos a los horarios de nuestro retoño. Dado que alguien ha de estar 24 horas al día junto a la criatura, tarde o temprano hay que tomar decisiones: ¿podemos permitirnos que uno de los dos miembros de la pareja deje de trabajar? ¿Contamos con la ayuda diaria de los abuelos? ¿Contratamos a una canguro de forma fija? ¿Lo llevamos a la guardería?

En cuanto a los fines de semana, el principal hobby pasará a llamarse “ejercer de padres”. Nuestras aficiones quedarán en un segundo plano, pero siempre se pueden encontrar soluciones llegando a acuerdos. Buscar la complicidad en la pareja para intentar mantener algo de la vida personal de cada miembro resultará fundamental. Los malabarismos para conseguirlo están garantizados, pero merecerán la pena.

No vemos a nuestros hijos como son, sino como somos nosotros. En demasiadas ocasiones proyectamos sobre ellos nuestros miedos, carencias y frustraciones. Hoy día existe una tendencia generalizada a convertirse en padres perfectos, cayendo en las garras de la hiperexigencia y la sobreprotección. Sin embargo, es imposible evitar que los hijos entren en contacto con el dolor. Los bebés padecen todo tipo de enfermedades, experimentan diferentes niveles de fiebre, se caen al suelo, se dan golpes… Muchas veces lloran porque no entienden por qué les pasa lo que les pasa. Sin embargo, por más que se lean libros sobre paternidad, seguramente resultará inevitable caer en las visitas a urgencias a altas horas de la madrugada por haber convertido un granito de arena en un enorme castillo.

Ni se puede convertir en un drama volver a casa con la sensación de no saber nada de nada, ni se debe salir corriendo en busca del médico más cercano a la primera de cambio. El libro de instrucciones infantil aumenta de páginas, enseñanzas, consejos y trucos cada día de convivencia con nuestro hijo. Y debemos estar atentos para tomar buena nota mental de las cosas que hemos hecho bien y de las que han resultado equivocadas. Nuestro equilibrio personal y nuestro hijo nos lo agradecerán.

Para cuando un hombre se da cuenta de que quizá su padre tenía razón, ya tiene un hijo propio que piensa que su padre está equivocado”Charles Wadsworth

Es curioso constatar cómo en la medida en que vamos ejerciendo el rol de padres, se manifiestan con fuerza rasgos, conductas y actitudes de nuestros propios progenitores. En algunos casos llegamos incluso a comportarnos del mismo modo que solíamos criticar en nuestros padres, estableciendo dinámicas con nuestra pareja que tanto juzgábamos y condenábamos cuando las veíamos desde nuestro papel de hijos. De ahí que se diga que “la sombra de papá y mamá es alargada”. O que “en la cama no dormimos dos, sino seis”, pues cada uno de los miembros de la pareja carga con el condicionante cultural y la herencia emocional de sus propios progenitores.

Como padres, el mejor regalo que le podemos ofrecer a nuestro hijo es compartir con él nuestro bienestar emocional. De ahí que antes de empezar a ocuparnos de él, hemos tenido que ocuparnos de nosotros mismos. Ejercer el rol de padres implica matricularse en un máster de amor incondicional. Puede que no haya notas, pero sí exámenes cada día. Para aprobar y superar los retos que nos plantea tener un niño hemos de comprender que lo importante es lo que sucede a través nuestro al servicio de nuestro hijo. Así, sus necesidades son nuestras prioridades. Y si bien esta afirmación es fácil de decir, da para toda una vida de aprendizaje. ¡Buen viaje!

 

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Fuente: Borja Vilaseca – ElPais.com