Entre las múltiples aportaciones de las redes sociales a la vida del siglo XXI se encuentra la proliferación de frases bonitas, acertadas, definitorias, acerca de “cómo ser feliz”. Cada día, leemos en Facebook frases geniales ante las que pensamos:¡cuánta verdad! Frases, que transportan implícitamente la idea del “tienes que …sonreír, … divertir, …ser positivo, …optimista, … feliz.”
El hecho es que leemos estas frases, pensamos en su contenido unos minutos (en el mejor de los casos) y seguimos actuando como siempre. La clave estaría en introyectar y aplicar a nuestras vidas cada una de esas frases que leemos, si es que consideramos que son positivas para nosotros. Pero, ¿realmente podemos levantarnos cada mañana, “conectarnos” y aplicar a nuestra vida las 6 ó 7 frases estupendas que contienen la pócima diaria de la felicidad?, ¿realmente podemos aplicar estas frases a nuestra vida diaria?
Estas afirmaciones o negaciones que leemos cada día y que alivian por un instante nuestro sufrimiento a veces son incluso contradictorios entre sí. Y aún así, las leemos y nos las creemos.
Adicción a las frases positivas
Podríamos aventurarnos a hipotetizar que gran parte de la población es ahora adicta a las frases y reflexiones positivas. Sin embargo, ¿qué es lo que motiva el consumo excesivo de este tipo de frases? La explicación a esta pregunta podríamos encontrarla en las teorías que explican la adicción. Existen a nivel general, tres teorías:
La primera explicación, se basa en el refuerzo positivo. Es decir, leemos cotidianamente este tipo de cosas porque nos producen placer, nos producen una especie de felicidad momentánea elevando o alterando nuestro estado de ánimo. Algo parecido a lo que pasa si consumiéramos opiáceos produciéndonos una agradable sensación de bienestar.
La segunda explicación se fundamenta en el refuerzo negativo. Se buscan las frases positivas para evitar síntomas psicológicos desagradables como la tristeza o incluso estados de depresión. Pero esta segunda teoría no explica qué es lo que mantiene el deseo de leer éstas reflexiones.
La tercera teoría tiene que ver con la sensibilización a la lectura de estas frases. Las personas adictas a leer éstos enunciados de forma continuada podrían ser un intento de experimentar de nuevo los efectos de la primera vez que leímos una oración de este tipo. Y podrían no conseguirlo muchas veces por el efecto de la tolerancia. Tal vez a medida que pasa el tiempo, sintamos un deseo creciente de consumo de este tipo de frases y cuando antes leer una nos era suficiente ahora necesitamos muchas más para aliviar momentáneamente nuestro sufrimiento interno.
Incluso podríamos pensar que la dopamina está detrás de este consumo irrefrenable de enunciados positivos. La dopamina es el neurotransmisor responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer.
La simple lectura de dichas frases nos proporciona un estado de bienestar por el simple hecho de pensar que nos harían ser mejores personas o nos proporcionarían un mayor equilibrio existencia evitando preocuparnos por cosas que no merecen la pena.
¿De verdad es bueno estar siempre feliz?
Debemos puntualizar que un estado de felicidad permanente tiene un lado oscuro, así como el afecto negativo y la tristeza tienen sus beneficios.
Ante un problema o conflicto la respuesta no es repetir “soy feliz”, o, pese al problema, “estoy contento”. Sin duda, lo razonable es analizar el conflicto, observar que emociones nos produce, intentar buscar soluciones si las tiene y procurar aceptar las emociones que nos produce. Si consideramos que no son proporcionales o adecuadas a la situación, estudiar por qué esa respuesta y aceptar que la ansiedad o la tristeza o el tedio son emociones propias del ser humano, “per se” no son una enfermedad. Las sensaciones y emociones desagradables no deben rechazarse ni cambiarlas “por decreto”, hay que sentirlas, no pensarlas. Debemos perder el miedo a las sensaciones disfóricas, molestas o desagradables.
Todas las emociones tienen un continuum que en los extremos puede ser patológico. Por ejemplo, una felicidad excesiva o estado de ánimo expansivo, eufórico sin relación con las circunstancias ambientales puede ser un síntoma de un cuadro hipomaníaco o maníaco. Un estado maníaco se caracteriza por un persistente estado de alegría y optimismo y una ausencia relativa de afectos “negativos”, que suele acompañarse de una disminución de horas de sueño y una excesiva actividad física y mental. Creo que no hay gente que se considera más feliz que un paciente bipolar en fase maniaca. La felicidad no es adaptativa en todo momento.
Los llamados pensamientos positivos tratan de provocar emociones no reales ni espontáneas, emociones generadas por pensamientos enlatados, en un intento de acallar las emociones reales que el conflicto que nos acucia provoca, sin entender la causa de dicho sufrimiento.
Los expertos en este tema se han centrado en investigar qué diferencia a las personas tristes de otras alegres en un momento determinado. Y sorprendentemente encuentran que las personas alegres son más lentas y confiadas y cometen más errores a la hora de detectar engaños potenciales. Es decir, si yo siempre estoy contenta es más probable que alguien me estafe.
La meta del siglo: ser feliz.
Parece ser que hoy en día, la meta que debemos tener todos es “perseguir la felicidad”. Tanto es así, que Estados Unidos lo recoge como un derecho en la declaración de Independencia (“pursuit of happiness”). Pero esta búsqueda puede volverse contra ti y traerte todo lo contrario; soledad y depresión. Intenta salir un día de casa a “ser feliz” y no a pasarlo bien y probablemente conseguirás todo lo contrario.
Parece que lo importante hoy en día no es la felicidad en sí, sino su propia búsqueda. ¿Realmente qué es la felicidad?; ¿qué estamos buscando? La ciencia parece no poder llegar a definirla y los libros de autoayuda, e incluso a veces la propia psicología positiva, mantienen la intriga. Nos han hecho querer encontrarla sin saber muy bien qué es.
Así la “búsqueda de la felicidad” está asociada a menos bienestar y satisfacción. Lo mejor que podemos hacer para ser felices es no hacer nada por ello, valorar los afectos negativos de forma positiva y aceptarlos como parte de la vida.
Lo importante es la actitud de aceptación de la realidad, sin que ello implique pasividad y resignación y no hacer valoraciones sesgadas hacia lo negativo. La propuesta de la psicología positiva basada en “la actitud” tiene su valor, pero no es la respuesta adecuada para todo. Es cierto, que una actitud positiva ante la adversidad ayuda a superar los problemas pero no podemos pretender ser siempre felices.
Fuente: Saulo Pérez Gil & Tais Pérez Domínguez – taispd.com
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