El homeschooling – La escuela en casa

Un fenómeno que aumenta año a año es la educación de los niños y de los jóvenes, en casa.

En Estados Unidos ya hay dos millones de chicos que no asisten a la escuela y en cambio estudian en sus casas.

La presencia en las aulas de maestros sin ninguna formación moral ni religiosa, impulsa a los padres a alejar a sus hijos de las escuelas.

Aunque no se trate precisamente de familias devotas, son personas que desean más que nada que sus hijos tengan la oportunidad de que se les inculquen valores religiosos.

En Norteamérica, esa modalidad educativa está reconocida y aceptada por el sistema escolar pero no está reglamentada.

La Asociación para la defensa Legal de la Educación en el Hogar, es la agrupación que está realizando gestiones para conseguir el marco legal que necesita esta forma educativa; no obstante este método de enseñanza funciona sin obstáculos.

El inconveniente puede surgir cuando estos chicos tengan que convalidar su formación para acceder a la universidad.

Los defensores de este sistema enfatizan sus beneficios, sin embargo para otros, esta forma de educación priva a los menores de la experiencia de la socialización que le brinda la asistencia a clase; del aprendizaje de la convivencia con los pares, el conocimiento de otras ideas, modos de vida, preferencias e inclusive idiomas y culturas distintas.

En Argentina, aún no hay registros oficiales de esa modalidad educativa, pero ya hay familias que la implementan.

Padres de familias numerosas constataron a través de los años, las deficiencias y la decadencia del sistema educativo, tanto en el ámbito público como privado y decidieron darles a sus hijos educación a distancia, una opción que descubrieron que existe en el país, en mayor proporción de la que esperaban

Los especialistas en educación cuestionan esta forma de enseñanza, más allá de las falencias del sistema educativo formal.

Consideran importante la obligatoriedad de la presencia en clase, el contacto con los grupos de pares y el cumplimiento de las normas.

En Argentina no existe una legislación al respecto y es difícil diferenciar entre instrucción obligatoria y escolaridad obligatoria, términos que no definen con precisión este tema.

Si bien no está prohibida esta modalidad educativa, tampoco existe un registro ni una regulación.

La escuela en casa no permite compartir actividades ni competir, ni tampoco brinda la oportunidad de aprender a aceptar las diferencias.

Al no existir una normativa es difícil evaluar la acreditación de la aprobación del nivel escolar obligatorio, afirma una funcionaria del Ministerio de Educación.

La escuela está organizada para garantizar a todos la posibilidad de obtener educación en función de las necesidades particulares y de la sociedad.

Sin embargo, muchas veces el ámbito educativo es usado para estar al servicio de ciertos sectores políticos que imponen o prohíben contenidos, según sus propios intereses.

A ese inconveniente se suman las continuas huelgas de maestros por reclamos salariales y la pérdida de la calidad educativa en los colegios.

La enseñanza en casa garantiza a los padres la calidad educativa que pretenden para sus hijos y una educación acorde a sus propias convicciones,

El problema es no estar formando individuos que en el futuro tengan dificultades para integrarse a la sociedad; aunque estos chicos forman parte de un sector de la población que está en condiciones de practicar deporte de equipo, realizar actividades artísticas y otras actividades extracurriculares que les exigen relacionarse con sus pares.

Es evidente que lo que está pasando a nivel educativo se debe a las carencias del sistema, la falta de libertad en la educación, la escasa formación docente y la obligatoriedad de recibir contenidos relacionados con los gobiernos de turno con el propósito de transmitir ideología que puede ser ajena a los principios de los padres.

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Fuente:  Malena – Psicologia la guia 2000.com

Los dibujos de los niños muestran cuál será su inteligencia en la adolescencia

Según un estudio británico del Instituto de Psiquiatría del King´s College de Londres, la habilidad en el dibujo de los niños de 4 años es un indicador de la inteligencia que tendrá a los 14.

Un equipo de investigación del King´s College de Londres ha llevado a cabo una estudio que ha permitido examinar una muestra de 7.752 parejas de gemelos monocigóticos y heterocigóticos. Han participado niños con la edad de 4 años y, a continuación, de 14 años, en los que, por medio de test del lenguaje, se ha analizado la capacidad del dibujo (draw-a-child test). A cada dibujo se le ha asignado una puntuación de 0 a 12, tomando en consideración la particular inclusión de las figuras. Según la investigación, algunos niños han mostrado una mayor atención a los detalles, como por ejemplo dibujar una figura humana con nariz, orejas y ojos. Esta precisión podría ser sinónimo de mayor inteligencia respecto a aquellos niños que han dibujado con menos detalles.

La psiquiatra Rosalind Arden, autora del estudio publicado en Psychological Science, ha afirmado: “Este tipo de test fue creado en los años 20 para establecer la inteligencia de los niños pequeños, por eso la correlación entre los resultados y la inteligencia era previsible en el grupo de 4 años. Lo que sorprendió fue el la correlación con la inteligencia medida después de un decenio”.

En efecto, a los cuatro años, una puntuación elevada en el test de dibujo corresponde con una puntuación alta en el test de inteligencia. Sin embargo, la novedad de la investigación inglesa reside en que ha revelado que esta misma prueba, repetida a los 14 años, demuestra que los niños con puntuación alta a los 4 años mantienen este estándar inalterable.

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¿Qué sucede, por tanto, con los niños que no tienen esta habilidad para el dibujo? ¿Tendrán problemas durante la adolescencia? Rossalind Arden asegura que: “La correlación es moderada, por tanto nuestros resultados son interesantes pero eso no significa que los progenitores deban preocuparse si su hijo dibuja mal. La capacidad de dibujar no determina la inteligencia, sino que son muchos factores, tanto genéticos como ambientales, los que influyen en la inteligencia en la vida adulta”.

En función de este estudio, sabemos que los genes influyen en la habilidad gráfica. En efecto, los dibujos de gemelos idénticos eran muy similares entre sí respecto a aquellos gemelos no idénticos. Aunque los resultados del test a los 14 años han demostrado como este vínculo genético se mantiene sin cambios con el paso de los años.

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Fuente: MundoPsicologos.com

Los niños y niñas introvertidos

La introversión

La introversión es una de las dimensiones que, en combinación con otras, constituye los perfiles de personalidad. La introversión es, por lo tanto, un rasgo de la personalidad, que se caracteriza por una actitud centrada en los propios procesos internos. Las personas introvertidas,se centran en sus pensamientos y emociones, en su mundo interior. En el extremo contrario se situaría la extroversión, actitud que se centra en el objeto externo, se interesan por su entorno y el mundo que les rodea.

Los introvertidos son introspectivos y tienen poco interés por socializarse. Escogen sus relaciones, no les gusta estar rodeados de gente o ser el centro de atención. A menudo se confunde el término introversión con timidez, y aunque ambos están relacionados no son lo mismo. La timidez es la actitud que surge del temor a la interacción con los demás, la introversión no tiene por qué ir acompañada de ese miedo.

 Enseñar a los niños/as introvertidos

Los niños y niñas introvertidos se desarrollan en proyectos individuales y creativos, suelen sacar su mundo interior. Enseñar a los niños/as introvertidos puede convertirse en un reto, el ambiente educativo, está orientado a grandes grupos y actividades de participación. Los introvertidos suelen sentirse incomodos cuando tienen que participar activamente, ellos prefieren el mundo interior antes que la interacción.

Es labor de los educadores conocer y comprender sus características, para integrar actividades y procesos de aprendizaje adecuados a ellos y al mismo tiempo animarles a sentirse más cómodos en la interacción.

El estilo de aprendizaje de los niños/as introvertidos

El estilo de aprendizaje de los niños/as introvertidos presenta las siguientes características sobre las que se basa:

  • El esfuerzo independiente.
  • La reflexión solitaria.
  • Tendencia a pensar antes de actuar.

10 Consejos para favorecer el proceso de aprendizaje de un niño/a introvertido

  1. Los niños/as introvertidos aprenden con la reflexión. Diseña actividades para ellos en este sentido, permitiendo que desarrollen técnicas para la reflexión, como la repetición, lectura, esquemas, escritura creativa, etc…
  2. Déjales momentos de descanso que favorezcan la reflexión y les permitan elaborar y ordenar su pensamiento.
  3. Los mapas conceptuales y esquemas de contenidos son una buena opción para favorecer su modo de aprender. Les facilita realizar conexiones y dar sentido a los conceptos.
  4. Permite que los niños y niñas introvertidos puedan expresarse en un escenario cómodo para ellos. Puede que la participación oral para ellos sea estresante, es importante permitirles otras formas de expresión individual y creativa, como: expresión escrita, visual, dibujos, collages, etc.
  5. Fomenta su participación y ayudarles a sentirse más cómodos en este sentido. Prueba a hacerlo en pequeños grupos, una buena estrategia es hacer parejas de trabajo o grupos reducidos, y después compartirlo con el grupo completo. El niño/a introvertido se sentirá más cómodo en un grupo reducido y compartiendo al grupo grande con el respaldo de un compañero.
  6. Si preguntas al grupo, deja tiempo de reflexión individual antes de pedir la respuesta. De este modo el introvertido tendrá tiempo para la reflexión solitaria.
  7. No le etiquetes como tímido, callado, vergonzoso, etc. Al etiquetarlo asimila esa información en su autoconcepto y reforzamos los comportamientos aislados, pudiendo además fomentar la timidez.
  8. Habla con ellos, deja que expresen sus sentimientos y sensaciones antes las interacciones sociales. Y muéstrales modos de comunicarse y abrirse al grupo.
  9. No le sobreprotejas y dale la oportunidad de hablar por sí mismo y desenvolverse en situaciones sociales.
  10. Respeta su forma de ser y recuérdale sus cualidades positivas.

 

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Fuente: Celia Rodríguez Ruiz – Educa y aprende.com 

Cómo conseguir que mi hijo me escuche

“¿Cómo te ha ido hoy en el colegio?» Si hiciéramos un estudio estadístico sobre la pregunta que más hacemos los progenitores a nuestros hijos, seguramente ésta estaría en el primer puesto. Como también en el primer lugar encontramos la respuesta que generalmente dan: “normal». Así que nos enfrentamos a una pregunta que encierra una irrevocable respuesta. Pero, ¿cuáles son los motivos? Vamos a ver algunos.

Ante todo, cada niño (en realidad, cada ser humano, incluso si realizan actividades distintas), cuando regresa de la escuela necesita que le den la bienvenida, que se le felicite, regodearse. Sólo después de esta “celebración», el adolescente puede comenzar a hablar de lo que ha hecho durante la mañana. Por norma general, si mostramos que estamos muy interesados en su persona, en sus necesidades, en su estado de ánimo, y no sólo en su actividad, seguramente obtendremos mejores resultados, y también mayores satisfacciones.

Abraham Maslow, psicólogo estadounidense, habla de ello en su teoría de las necesidades primarias, que se hizo famosa porque ha sido la primera en la cual se ha estudiado a personas sanas para entender su bienestar. La conclusión fundamental de esta teoría es que una persona que tiene éxito en su vida, tiene éxito a la hora de satisfacer sus necesidades en cada nivel. Voy a exponer una breve síntesis de este aspecto: podemos imaginar tres niveles de necesidades. Tras el primer nivel, entendido como necesidad fundamental (comida y descanso), encontramos, en el segundo nivel, la seguridad, el afecto y la socialización, mientras que en el tercero hallamos la autoestima y la realización. Maslow habla, en este caso, de un principio fundamental: ¡no existen niños malos, ariscos, maleducados!

Hay niños que no han satisfecho sus propias necesidades y muestran un comportamiento disfuncional para manifestar su desagrado. Por este motivo, antes de avasallar a tu hijo con esta famosa pregunta, pregúntele mejor, cómo se siente, cual es la causa. Abandone el modo de «piloto automático» y colóquese, por un instante, en su lugar, saludándolo sin interrogarlo. Sé que al principio será difícil pero bastará con practicar un poco…

Otro aspecto fundamental para ser escuchado es… ¡escuchar!

Si ha leído nuestros artículos anteriores, sabrá que el ejemplo es un aspecto fundamental en el crecimiento de un niño. ¿Quiere ser escuchado? Bien, ahora prepárese para escuchar realmente y de manera activa. Atención: escuchar no es una técnica, sino un verdadero estado de ánimo. Fundamentalmente, es una actitud decidida de sincero interés hacia el otro, es un modo de ser. Obviamente, y a pesar de no ser una técnica, la escucha activa cuenta con una serie de características que, una vez respetadas, mejoran sensiblemente la comunicación. Las características básicas son:

– Qué podamos realmente de escuchar. Si no es un buen momento, o surge una urgencia que nos impide escuchar, es mejor dejarlo para después.

– Evitar emitir juicios y dar soluciones. Se llama escuchar porque usamos los oídos, no el razonamiento. Es importante escuchar y captar la situación.

– Confiar en la capacidad de nuestro hijo.

– Aceptar el estado de ánimo del niño. Su quieres colocarte en la posición del oyente activo, debes oír y aceptar la reacción que pueda tener. Se debe dejar libertad para que se exprese, ello hará más satisfactorias las relaciones diarias.

En el instante en el que entremos en la condición de oyentes, será más fácil que nos escuchen.

Ahora, vamos a ver cuáles son los peores enemigos de la comunicación y, por tanto, del oyente:

Los sermones. Un sermón es el mejor modo para que no nos escuchen. El niño percibe sólo su “petulancia» pero no su significado. El sermón les aburre y les hace sentirse inadaptados.

El ofrecimiento de ayuda. La típica frase es “voy a enseñarte cómo se hace», hace sentir al niño incapaz. ¡Acepta que aprenda de los errores! Será una de las razones de su crecimiento.

La comparación. “Mira bien a tu hermana», “tu amigo sí que es bueno», “eres tan bueno como mi madre». Frases como esas, ya sean positivas o negativas, crean un efecto desastroso en el niño. Si son positivas, pueden conducir al niño a sufrir una gran ansiedad por tener que actuar correctamente, por no hablar de la gran expectativa que genera. Por el contrario, si son negativas, pueden generar odio hacia la persona con la que se compara y, si no se consiguen los resultados esperados, puede llevar a la frustración y una baja autoestima.

Estos tres enemigos se pueden vencer fácilmente, basta con sustituirlos por una escucha activa e interés sincero, haciéndole entender que será imposible no hacer nada malo. Lo importante es cometer el menor número de errores posibles y aprender de los ya cometidos. En el fondo, somos distintos de las moscas, tenemos un cerebro más desarrollado y podríamos evitar la propia muerte que se produce cuándo éstas insisten en chocar contra el cristal de la ventana sin saber que ésta está cerrada.

Y recuerda que “todos los adultos fueron niños alguna vez (sin embargo pocos de ellos se acuerdan)» Antoine de Saint-Exupéry.

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Fuente: MundoPsicologos.com

¿Qué piensan los bebes?

 

 

 

“Los bebés y los niños pequeños son como el departamento de Investigacion y Desarrollo de la especie humana”, es lo que plantea la psicóloga Alison Gopnik en una investigación en la que indaga sobre la sofisticada construcción de la inteligencia y la toma de decisiones de los bebés cuando juegan.

 

 

 

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Fuente: Alison Gopnik – Ted.com

Consejos para padres: El día en que dejé de decir «date prisa»

Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.

Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.

Y aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: «Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.

Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.

«No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti, mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.

Ya se trate de …

  • Tomarse un helado
  • Coger flores
  • Ponerse el cinturón de seguridad
  • Batir huevos
  • Buscar conchas en la playa
  • Ver mariquitas y otros bichos
  • Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

 

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Fuente: Rachel Macy Stafford – Huffingtonpost.es

Cómo elaborar una economía de fichas eficaz en la educación de tu hijo

Padres desesperados con sus hijos que acuden a consulta y dicen eso de:“hemos intentado eso que sale en la tele de la cartulina con puntos y con este niño ese truco no sirve”.

Gracias a los medios de comunicación se han hecho muy conocidas en los últimos años estrategias para modificar comportamientos en niños. La citada “cartulina con puntos” es una técnica muy conocida en modificación de conducta llamada economía de fichas que consiste básicamente en dar puntos al niño al realizar ciertos comportamientos que podrán canjearse por un premio.

Un problema recurrente en la popularización de la psicología es que se acaba perdiendo la fundamentación teórica que sostiene una determinada técnica. La economía de fichas no es un truco o un remedio comercial sino que está basada en los principios del condicionamiento operante que establece científicamente cómo se modifican las conductas. Por tanto, si “no funciona” es que no estamos entendiendo el problema de nuestro hijo o no estamos aplicando de manera adecuada la técnica.

Una economía de fichas exitosa necesita de un diseño adecuado

La economía de fichas es muy útil ya que al establecer las conductas objetivo podemos evaluar y registrar el avance, al utilizar un sistema de puntos podemos tener reforzadores inmediatos e infinitos y además implicamos al niño en la consecución de sus logros. Pero no es tan simple como copiar lo que hemos visto en la tele o hacer un catálogo de conductas y premios. Una economía de fichas exitosa necesita de un diseño adecuado que siempre ha de seguir los siguientes puntos clave:

A la hora de elegir las conductas a realizar

  • Conductas operativizables: Las conductas tienen que ser concretas y perfectamente identificables para determinar si se han cumplido o no: “Portarse bien” o “ser cariños” son confusas y ambiguas: Usaremos mejor “permanecer sentado a la hora de comer” o “dejar mi muñeca a mi hermana”
  • Conductas alcanzables: Las conductas, obviamente, han de ser posibles de realizar para su edad y circunstancias. Pero también tienen que estar dentro de su repertorio de aprendizaje. No podemos pretender que un niño que jamás se ha vestido solo lo haga de golpe o que una niña que ha suspendido siete ahora apruebe todas. Por eso reforzaremos conductas que se aproximen a esa meta, como “ponerse la camisa y el pantalón” y cuando ya lo hayan conseguido pasaremos a un nuevo nivel de consecución.
  • Pocas conductas: Es mejor establecer tres o cuatro conductas como máximo. No solo por la dificultad para él sino porque olvidamos que para los padres también es un proceso que requiere paciencia y sistematicidad y no podemos abarcar tanto.

Debemos reforzar inmediatamente la conducta apropiada de nuestros hijos

A la hora de asignar y dar los puntos

  • El punto es inmediato: La gran ventaja de este sistema es que podemos reforzar de manera inmediata con algo simbólico (puntos en una cartulina, fichas que se guardan en una cajita, pegatinas en un corcho…) la conducta que acaba de ser realizada de manera correcta y que si usáramos reforzadores reales (golosinas, cuentos…) no siempre podríamos o deberíamos. Por eso no se puede perder esta inmediatez. Padres que traen a consulta los registros a medias o le dicen al niño que le deben 15 puntos de la semana pasada, no han entendido qué es una economía de fichas.
  • Sistema simple: Puede existir diferentes valores asociados a diferentes conductas (1 punto por lavarse los dientes, 2 por recoger el desayuno…) pero tiene que seguir un sistema simple y no un código numérico que nos acabe perdiendo y al niño tentando a hacer sólo las conductas que le salgan más a cuenta. También hay que tener cuidado con dar “medios puntos” por conductas hechas a medias. Es mucho más eficaz premiar primero por hacerlo regular y luego subir el nivel, como se mencionó antes.
  • Siempre en positivo: Uno de los errores más comunes es establecer un sistema paralelo de penalización y restar puntos si no se consiguen conductas o para castigar otros comportamientos. Está probado que reforzar la conducta adecuada es más eficaz que castigar la inadecuada pero, además, en un sistema de puntos, irlos restando acaba desvalorizando los logros y haciendo que el niño pierda interés.
  • Acompañar el punto de otros refuerzos: Simultáneamente al darle el punto, es imprescindible que le felicitemos verbalmente y con algún gesto afectivo. Estos cumplidos, al asociarse al punto, irán adquiriendo el valor de refuerzo que en muchos casos habían perdido. El punto es provisional, el “muy bien” es para toda la vida.
  • Repaso de los puntos: En una hora fijada, normalmente al acostase, se hará un repaso de los puntos que haya obtenido de manera inmediata a lo largo del día, motivando al niño y haciendo un recuento con los más pequeños sobre cuánto les falta para conseguir su premio.
  • Acotar los puntos: No todo vale puntos a partir de ahora: Solo las conductas que hayamos acordado. Hemos de resistir la tentación de darle puntos al niño cada vez que queramos que haga algo, o conseguiremos que el niño aprenda a negociar todo a cambio de puntos y dejando de perseguir los objetivos propuestos. De igual manera es útil no hablar del recuento y de los premios más que a la hora fijada.

A la hora de elegir los premios

  1. Un abanico de premios deseados: Es bueno que el niño elija, guiado por los padres, los premios a los que pueda tener acceso y que tenga varios, de diferente valor, para elegir según los puntos que vaya alcanzando.
  2. Fáciles de conseguir: Deben existir premios “baratos” que el niño pueda conseguir pronto con pocos puntos para que entienda perfectamente el valor de los mismos y disfrute de su ganancia. En niños más mayores se puede designar un premio final de gran cantidad de puntos pero siempre es importante que existan premios intermedios y que no pase demasiado tiempo sin conseguir alguno o se desmotivarán.
  3. Premios específicos para el juego: Los premios que se elijan no pueden ser conseguidos por otros medios o los puntos no significarán nada. Por eso hay que tener cuidado de no pillarnos los dedos y especificar un premio que luego queramos darle por otra razón o que necesite tener pronto. También hay que tener cuidado con los cumpleaños y las Navidades ya que el niño estará saciado de regalos y no muestre tanto interés en conseguirlos.
  4. Premios no materiales: Los premios no tienen que ser sólo regalos, pueden ser actividades, caprichos, situaciones especiales, como ir toda la familia al zoo, quedarse a dormir con los primos o hacerle su comida favorita, siempre que tengamos en cuenta todo lo anterior.

¿Y si aún así no funciona? Probablemente no estamos teniendo en cuenta otras contingencias que están operando más potentes que el punto o los premio. El caso más típico es la atención parental: el estar detrás de un niño que no hace los deberes toda la tarde puede ser más reforzante que el tener un punto para conseguir un muñeco al cabo de una semana.

También podemos encontrarnos un problema que no está mantenido por el condicionamiento operante. Por eso es mejor acudir a un profesional.  

Cuando el niño ya hace de continuo la conducta no es necesario seguir reforzándole salvo con nuestras palabras y gestos afectivos

¿Hasta cuándo hay que reforzar? Cuando el niño ya hace de continuo la conducta no es necesario seguir reforzándole salvo con nuestras palabras y gestos afectivos, que no dejaremos de dárselos. Además, la realización de esa conducta deseable conllevará sus propias ganancias: “sentirse mayor”, “que me felicite la profe”, “descansar mejor”… El niño ya ha aprendido que esa conducta es reforzante en sí, sin necesidad del refuerzo extra del punto. Es útil ir desvaneciendo la técnica poco a poco, usando cada vez refuerzos más globales y espaciados en vez de cesarla de golpe.

¿Por qué es tan importante el papel de los padres? Por sorprendente que resulte, lo más relevante no es que el niño entienda y aplique la técnica. Sólo el hecho de que los padres entiendan la economía de fichas ya cambia las cosas en casa. Unifican bajo un mismo criterio qué le piden al niño y concretan de manera objetiva sus avances y sus dificultades, se obligan a reforzar de manera sistemática, independientemente de sus despistes o estados de ánimo y además de compartir con su hijo sus triunfos, acaban convirtiéndose ellos mismos en los más potentes reforzadores de las conductas de los pequeños.

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Autor: David Pulido – El Confidencial

Pactar con el niño: Una forma de enseñarle a ser responsable

Dialogar y pactar, en vez de imponer o, por el contrario, ser demasiado permisivo. Esta es una de las pautas recomendables para buscar el equilibrio en la relación entre padres e hijos. El pacto es una herramienta educativa que enseña a los niños a responsabilizarse de sus tareas y asumir las consecuencias si no las cumplen. En este artículo se explica cuándo hay que pactar con los niños y se proponen algunos consejos para hacer tratos con los hijos.

“Tienes que recoger tu cuarto”, “cómete toda la comida”, “haz las tareas”. El modo imperativo que utilizan, en ocasiones, los padres para comunicarse con sus hijos no da lugar al diálogo. Los progenitores marcan e imponen el cumplimiento de las normas y el niño se limita a obedecer. En el otro extremo está la actitud paterna demasiado permisiva. En este caso, los adultos no establecen reglas ni pautas de comportamiento para los pequeños y, si lo hacen, son muy condescendientes con su cumplimiento.

El pacto da la oportunidad al niño de aprender a tomar decisiones

El equilibrio está en un estilo cooperativo, basado en el respeto mutuo. Una herramienta de ayuda para lograr que los hijos colaboren de forma libre y responsable es el pacto, entendido como un acuerdo entre dos partes, en este caso el adulto y el niño, en el que ambos se comprometen al cumplimiento de una tarea y a asumir las consecuencias en caso de que no se cumpla.

El pacto es una herramienta educativa

Al contrario que el pacto, ni la imposición ni ser demasiado permisivo ofrecen al niño la oportunidad de aprender a ser responsable, actuar con autonomía y tomar decisiones, tres aspectos fundamentales para su desarrollo. Sin embargo, cuando existe colaboración entre padres e hijos, los niños entienden que las normas no son algo que deben cumplir por imposición, si no reglas que deben asumir de forma responsable mediante la valoración de sus consecuencias.

“A través del acuerdo logramos que el niño aprenda a responsabilizarse de un compromiso adquirido y a asumir una tarea que ha acordado con sus padres”, apunta Óscar González, director de la Escuela de Padres con Talento, un proyecto pedagógico que pretende servir de guía y aprendizaje para los progenitores. En las relaciones con los hijos, dice González, “tenemos que encontrar el término medio, un equilibrio”.

Pactar permite incrementar su autonomía e independencia. Si cumple con lo pactado, “aprende el sentido de la responsabilidad, algo fundamental”, y si no lo cumple, advierte González, “conocerá que todo tiene consecuencias naturales”. De este modo, el pequeño toma conciencia de que no siempre puede hacer lo que quiere.

Cuándo acordar con los niños

La Escuela de Padres del Ministerio de Educación apuesta también por el pacto como medida educativa, ya que favorece la cooperación entre padres e hijos. Este manual señala algunas de las situaciones en las que es necesario y efectivo acordar con los niños, como “las faenas de la casa, los deberes del colegio, la eliminación de las normas o relevar a los hijos de tareas pesadas”. El buen pacto, apunta, se consigue“cuando convertimos una tarea en algo que no parece un trabajo”.

Los pactos continuos pueden convertir la relación entre padres e hijos en un negocio

No obstante, el pacto no es una herramienta de la que se deba abusar. La Escuela de Padres aclara que no es necesario llegar siempre a acuerdos con los niños, porque “convertiría la relación paterno-filial en un negocio”. En este sentido, González propone ser “adaptables y flexibles” e incide en que “hay temas que son innegociables”, como los que “afectan a la salud física o a su desarrollo ético y moral”.

Consejos para hacer tratos con los hijos

Para llegar a acuerdos es preciso que el niño tenga la madurez adecuada para entenderlos. González recuerda que hasta los cinco años, el pequeño no es capaz de tomar decisiones sencillas entre dos o tres alternativas y, por tanto, “no entiende de tratos”.

A partir de esta edad, sí se puede empezar a hacer pactos sencillos y, a medida que madure, adaptarlos a su capacidad y entendimiento. Además, este especialista aconseja tener en cuenta diferentes pautas cuando se opta por la estrategia del pacto.

  • Valorar las actitudes positivas y las cosas que hace bien el niño, y no centrarse siempre en los aspectos negativos.
  • Acordar con paciencia, simpatía y criterio.
  • El pacto debe llevarse a cabo en una atmósfera cálida y segura.
  • Tener presente que no todo es negociable.
  • Recordar que pactar es llegar a acuerdos, no imponer.

Ventajas del pacto con el niño

  • Favorece la comunicación entre padres e hijos.
  • Fomenta la empatía, es decir, saber ponerse en el lugar del otro.
  • Ayuda a expresar y verbalizar sentimientos, tanto positivos como negativos.
  • Implica aprender a escuchar y respetar las opiniones de los demás, aunque no coincidan con las nuestras.
  • La negociación es una habilidad fundamental para la vida adulta.
  • Enseña a los niños a tomar decisiones y buscar soluciones.

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Autor: Curro Romero – Al salir del cole.com

5 Principios del marketing que todo docente debería aplicar en el aula

Marketing y Educación. Educación y marketing. Tan lejos, tan cerca… Este artículo quiere seguir una línea que ya hace un tiempo empecé y que tiene que ver con la aplicación de conceptos del marketing al ámbito educativo. Como ya he comentado en anteriores artículos, debo reconocer que cada vez son más las similitudes que voy encontrando entre ambas disciplinas. En esta entrada, concretamente, quiero hablarte de los 5 principios del marketing y cómo puedes relacionarlos con la práctica docente. Te aseguro que el resultado, cuanto menos, te va a resultar sorprendente. ¿Me acompañas?

Los 5 principios del marketing aplicado a la labor docente.

1. Información. No cabe duda de que la sociedad en la que vives es una sociedad de la información o, mejor dicho, una sociedad de la sobreinformación. Los alumnos están completamente saturados de definiciones, fechas, características, clasificaciones, excepciones… Y esta sobrecarga no hace más que perjudicarles porque, si bien les aportas mucha información, en muchas ocasiones se te olvida enseñarles a cómo gestionarla. Como docente te olvidas de que de alguna manera estás compitiendo a lo largo de la mañana con otros compañeros, los que vendrían a ser otras empresas que también quieren colocar su producto. Es por ello que la información debe ocupar un lugar relevante en cualquier estrategia de marketing, en cualquier metodología de enseñanza-aprendizaje. Es por ello que debes elegir y muy bien qué información quieres dar a tus alumnos para, a continuación, enseñarles a gestionarla y utilizarla en beneficio propio. Si no eres capaz de dar una información que el cliente o el alumno no sea capaz de ver como útil, entonces esta información está destinada al más absoluto olvido, desaparecerá en pocos segundos de la memoria de tus alumnos. Así que cuando aportes información a tus alumnos intenta siempre aportar un valor añadido, añádele algo personal y, sobre todo, hazles ver lo útil que puede resultarles la información que les facilitas de cara al futuro.

2. Emoción. ¿Te has parado a pensar por un momento qué pasaría si en lugar de transmitir conocimientos, transmitieras emociones? La emoción es un aspecto fundamental en cualquier campaña de marketing, en cualquier campaña que intente convencer que su producto es único, necesario e imprescindible. Así que, cuando enseñes, ten en cuenta que no basta con explicar, nada más lejos. Si quieres llegar a tus alumnos debes hacerlo con emoción, pasión y entusiasmo. Debes cautivar a tus alumnos, enamorarlos con aquello que les enseñes.

3. Consumidor. No hay nada más importante en una campaña de marketing que el consumidor de un producto. Puedes tener el mejor producto del mundo, pero si no eres capaz de cuidar o de mimar a tus alumnos, tus productos no tendrán ningún valor. En tu caso los consumidores son tus alumnos y como tales son lo más preciado que tienes. Y en muchos casos te olvidas de este detalle con facilidad. Además, cometes el error de pensar que toda los consumidores de tu producto, que todos los alumnos a los que enseñas, deberían interesarse por igual por aquello que enseñas. Y esto es un error. ¿Te has parado a pensar que no puedes interesar a todos enseñando a todos de la misma manera? De ahí que la clave para que todos tus alumnos disfruten de tu producto, de tus clases es intentando personalizar al máximo aquello que enseñes de tal manera que puedas llegar, si no a todos, a una gran mayoría. Seguramente habrás oído la frase Think outside the box -piensa diferente. Pues bien, pensando en la diversidad de tus alumnos serás capaz de ofrecerles a cada uno un producto que les gustará tanto que acabarán por consumirlo.

4. Creatividad. Tienes una enorme competencia y no lo sabes. Tu asignatura compite todos los días con otras seis o siete asignaturas. Tus compañeros son tus rivales, son las otras empresas que intentarán vender sus productos dando lo mejor de sí mismos. Es por ello que resulta fundamental que puedas diferenciarte del resto. Y para ello es fundamental que te sirvas de la creatividad parar conseguirlo. Cuanto más creativo seas, más diferenciarás tu marca. Diferénciate del resto de compañeros, haz que tu asignatura sea la que más quieran consumir tus alumnos. Y para conseguirlo puedes hacerlo teniendo en cuenta estos tres aspectos:

  • Haz que la información que des siempre sea útil.
  • Plantéate convertirte en tu propia marca. Diferénciate como docente del resto de compañeros explicando desde la originalidad, pero sin olvidar la emoción, la pasión y el entusiasmo.
  • Aquello que vendas, aquello que enseñes envuélvelo con las mejores herramientas, haz de las Nuevas Tecnologías tus mejores aliadas y que ellas te ayuden también a diferenciarte del resto, a ser especial, a ser único, a ser necesario.

5. Planificación y estrategia. Todo producto que quiera venderse necesita de una planificación, de una estrategia de venta. Pues bien, en tu caso como docente planificar tus sesiones lectivas es fundamental. De lo que se trata es de preparar a conciencia cada una de tus clases, intentando no dejar nada para la improvisación. Cuanto más calcules, cuanto más visualices una sesión lectiva, más recursos tendrás para llevarla a cabo de forma satisfactoria. La improvisación no es la mejor compañera de una marca, ni tampoco de ningún docente. Y cuando planifiques, no olvides que es mucho más importante pensar en cómo vas a enseñar el contenido previsto que el contenido en sí. Es decir, es más importante pensar qué estrategia utilizarás para captar y seducir a tus alumnos que no aquello que pretendes enseñar. Este último aspecto es algo que con frecuencia se olvida y a mí me parece fundamental. Como sabes que te sabes lo que sabes no piensas en pensar cómo enseñarlo. ¿Lo has captado?

Estos son los 5 principios del marketing que hoy te he enseñado y que he relacionado con tu labor docente. Sin duda son cinco principios muy válidos para tu profesión que bien ejecutados te pueden dar unos resultados tremendamente óptimos. Acabaré este artículo con una cita de Philip Kotler que me encanta de y que reza así:

 

El marketing no es el arte de vender lo que uno produce, sino de saber qué producir

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Fuente: Justifica tu Respuesta

Como se fabrican niños sin salud emocional

Los maniconmios no son del pasado, son del presente. Una pesquisa realizada en el hospital psiquiátrico Pinel, en São Paulo, muestra que, incluso tras las nuevas directrices de la política de salud mental en Brasil, niños y adolescentes continuaron siendo encerrados por largos periodos, muchas veces sin diagnóstico que justificara su ingreso, una orden judicial. Conozca la historia de Raquel: 1.807 días de confinamiento. Y de José: 1.271 días de segregación. Ambos tuvieron su locura fabricada en la primera década de este siglo

Una noche de noviembre de 2007, la psicóloga Flávia Blikstein escuchó dos preguntas de una niña y descubrió que no tenía respuestas. Flávia trabajaba en un Centro de Atención Psicosocial (CAPS) infantil, en São Paulo, y se encontraba en la ambulancia que llevaba a la chica a su primer internamiento psiquiátrico. Maria, como será llamada aquí, tenía 14 años. Era negra, alta y flaca. Hablaba poco, frases cortas. Le gustaba jugar con muñecas y dibujar. A veces se pintaba las uñas, se arreglaba el pelo, como un anuncio de la adolescencia. Maria se mojaba todo el tiempo, en pequeños rituales. Abría el grifo, hacía un cuenco con las manos y se mojaba los pies, las piernas, los brazos. Hacía eso en cualquier lugar, avergonzando a la madre. Tal vez Maria estuviera esculpiendo con el agua los límites del propio cuerpo. Cuando hizo la primera pregunta a Flávia, aún tenía mojadas las puntas de los dedos y su mirada también estaba húmeda:

– ¿Por qué voy a quedarme aquí?

Flávia descubrió que no tenía respuesta.

Maria hizo entonces la segunda pregunta:

– ¿Quién hay ahí? ¿Quién va a dormir en la habitación conmigo?

Flávia descubrió que tampoco tenía respuesta para esa. No tenía respuesta porque, al contrario de lo que suele suceder cuando niños y adolescentes nos muestran la cara del abismo, ella había escuchado las preguntas. La “niña loca” había indagado sobre la estructura del Estado y de la sociedad que la obligaba a dar el primer paso dentro de una institución psiquiátrica. Tal vez Maria intuyese que ese paso podría ser largo. Tal vez Maria adivinara que los dientes del sistema estaban esperándola, ahí mismo.

Flávia abrazó a Maria. Y le pidió disculpas por no saber qué responder. Maria entró, cargando sus ojos mojados y signos de interrogación.

La “niña loca” había indagado sobre la estructura del Estado y de la sociedad que la obligaba a dar el primer paso dentro de una institución psiquiátrica

Lo que Maria preguntó a Flávia, nos lo preguntó a todos nosotros: ¿Por qué, en el siglo XXI, niños y adolescentes brasileños, la mayoría hijos de familias pobres, continúan viendo sus vidas masticadas en un hospital psiquiátrico. La “niña loca” hizo a los normales la pregunta más lúcida: por qué la condenaban a una existencia de manicomio. A habitar un mundo de dolor, vagando entre paredes, desvistiéndose a sí misma para vestir un uniforme, sin derecho al deseo. Por qué le negaban la humanidad tan pronto.

Flávia no pudo olvidar las preguntas, menos aún su falta de respuestas. Se dedicó a buscarlas. Las encontró en el archivo del Núcleo de la Infancia y de la Adolescencia (NIA) del Centro de Atención Integrada en Salud Mental (CAISM) Philippe Pinel. El Pinel es una de las instituciones de referencia para el internamiento de niños y adolescentes con problemas mentales en el estado de São Paulo. Flávia sabía que aquello que se suele llamar archivo muerto estaba bien vivo. Entonces, lo puso a hablar. Se encerró en la pequeña sala rodeada de estantes todos los sábados de un año entero. Analizó 451 casos, correspondientes a 611 internamientos ocurridos entre enero de 2005 y diciembre de 2009. De estos, el 79% de los niños y adolescentes habían sido ingresados solo una vez. El 21% restante tuvieron de dos a siete reinternamientos. Ella también acompañó algunos casos, que continuaron volviendo al Pinel, en los años 2010 y 2011. Flávia quería saber cuál era el recorrido de los niños y adolescentes que llegaban al hospital psiquiátrico como primera providencia – y no como excepción puntual y por tiempo determinado–.

El archivo del Pinel está justo debajo de la enfermería de los niños y adolescentes. Mientras investigaba, Flávia podía oír los gritos. Percibió, sin embargo, que más que gritos había un silencio largo. Un silencio, en sus palabras, “extraño y profundo, un silencio que no imaginamos en un lugar lleno de niños y adolescentes”. Dentro del archivo, no. Los partes médicos contaban historias. Aunque la voz de niños y niñas resonara más en las ausencias, entrelíneas, los partes hablaban de infancias aniquiladas en una vida de manicomio. Y mostraban por qué caminos la fabricación de niños locos es una verdad profunda de Brasil. Flávia llamaba el archivo de “sala de las almas”. Y las almas hablaban.

Dos niños, que se transformaron en adolescentes en el hospital psiquiátrico, contaron historias que podrían ilustrar libros escabrosos sobre los manicomios del pasado, pero que ocurrieron en la primera década de este siglo. Aquí, serán llamados José y Raquel. José permaneció confinado 1.271 días – o tres años y cinco meses–. Raquel, 1.807 días. La encerraron de los 11 a los 16 años y de allá la transfirieron a otra institución psiquiátrica. José y Raquel estaban segregados en el Pinel, por orden de la Justicia, bajo reiteradas protestas del equipo técnico del centro. Fueron depositados como cosas en el Pinel porque aún es este el destino dado a niños como ellos en Brasil.

¿Por qué?

Flávia sabía que aquello que se suele llamar archivo muerto estaba bien vivo. Entonces, lo puso a hablar. Analizó 451 casos, correspondientes a 611 internamientos ocurridos entre enero de 2005 y diciembre de 2009

Es preciso prestar mucha atención a las respuestas que Flávia encontró. Sus escuchas de tres mil horas dentro del archivo se transformaron en una disertación de máster en psicología social en la Pontificia Universidad Católica (PUC) de São Paulo. Sumándose a trabajos fundamentales de otros investigadores del tema, tanto en São Paulo como en varios estados de Brasil, la investigación muestra por qué los manicomios se mantienen a pesar de las directrices de la política de salud mental y del Estatuto del Niño y del Adolescente (ECA). La Ley nº 10.216, de 2001, orientada por la reforma psiquiátrica, prioriza la atención en red, en servicios integrados en la comunidad, cerca de la familia, y determina que el internamiento solo puede ocurrir una vez agotados todos los recursos extra-hospitalares. No es lo que sucede en demasiados casos.

“Medievales”, “inhumanos” y “criminales”. Esas son algunas de las palabras usadas para definir los hospicios desde que la lucha anti-manicomios se intensificó a partir del final de los años 70 y conquistó avances significativos durante este siglo. La investigación muestra, sin embargo, que incluso instituciones y profesionales que intentan actuar de forma diferente son continuamente vencidos por los engranajes y por la escasez de servicios públicos de base. En la práctica, aún hoy, es con el manicomio con el que se trata una parte significativa de los casos, una realidad solo posible por el desinterés casi absoluto de la sociedad por el destino de esos niños, en general hijos de familias pobres. Al hacer que el archivo muerto hablase, Flávia construye respuestas que necesitan ser escuchadas si queremos, de verdad, acabar con el delito de fabricar niños locos – y, muchas veces, también de conseguir enloquecerlos.

Raquel nació en 1994. La madre estaba presa por tráfico de drogas, no por ser jefe de una organización criminal, sino por vender una pequeña cantidad para sustentar su propia adicción. Ese destino es común en los presidios del país, es también generador de huérfanos de madres vivas. Demasiado pobre para ocuparse de ella, la abuela llevo a Raquel a un centro de acogida a los cinco años. La niña es descrita de inmediato como “agresiva”. Y, por ese motivo, la alejan de las otras niñas. Pasa a vivir con la llamada “madre social”, aislada en una casa al fondo del centro. La elección, como muestra Flávia, pone de manifiesto que, desde siempre, la respuesta a la agresividad de Raquel es la exclusión. Obviamente, tampoco funcionó. De centro en centro, Raquel se convirtió en aquella que “no funcionaba” en ningún lugar.

Tal vez vale la pena preguntarse si la agresividad, al mirar el contexto y las circunstancias, no era el principal rasgo de Raquel. Pero el derecho a la historia es el primero que se arranca a los “niños locos”. Ella ya tenía casi tantos rótulos como años de vida: hija de presidiaria, abandonada, agresiva, no funciona… Raquel solo era vista por estigmas y fragmentos.

Ella quería saber cuál era el recorrido de niños y adolescentes al hospital psiquiátrico como primera providencia  y no como excepción puntual y por tiempo determinado

Negra como Maria, la ingresaron por primera vez en 2005, a los 11 años. Entró en el sistema por orden de la Justicia. Antes de seguir su destino, es crucial entender las dos formas de entrada en las instituciones psiquiátricas, identificadas por la pesquisa. En ellas se encuentra una de las claves para comprender la fabricación de los niños locos en el Brasil actual. Así como los caminos por los que se mantiene viva la función histórica de los manicomios como lugar de segregación de aquellos que son decodificados como peligrosos para el orden social, incluso siendo solo pobres y abandonados.

En poco más de la mitad de los casos – 55% – la solicitud de internamiento psiquiátrico la hicieron familiares y diferentes servicios de la red de salud. En los otros 45% de los casos, niños y adolescentes fueron ingresados por orden judicial. Estos son los dos caminos de entrada en los hospitales psiquiátricos. La investigación mostró, sin embargo, algunas diferencias fundamentales para comprender el problema: en el periodo investigado, la Justicia ingresó antes, por más tiempo y más veces. La mayoría de los casos era de adolescentes, pero los niños respondían por el 20% de los internamientos por orden judicial. Por la vía de la red de salud, menos del 6% eran niños. Por orden judicial, el tiempo medio de internación era casi el doble (55 días contra 30). La Justicia también fue responsable por el 92% de los internamientos con duración mayor de 150 días. Entre los 14 casos que sufrieron internaciones de cuatro a siete veces, 12 habían sido confinados por orden judicial.

Entre ellos, Raquel. De los 11 a los 16 años, ella ingresó seis veces en el Pinel. La queja de la primera vez: “Paciente institucionalizada hace ocho meses (nombre de otro hospital), con trastorno de comportamiento, heteroagresiva (agresividad dirigida a terceros), en tratamiento ambulatorial poco resolutivo”. Tras seis días, el Pinel le dio el alta y la niña fue mandada a un centro de acogida. Ocho días más tarde, la ingresaron de nuevo por orden judicial: “Paciente portadora de trastorno de conducta grave. Una vez en el centro, volvió a ser agresiva. Crítica seriamente comprometida, amenazadora”. Otros 19 días de internamiento, y el Pinel pidió a la justicia que le diese el alta. Pasada una semana, la solicitud fue atendida, y ella volvió al centro. Tres días más y Raquel de nuevo fue ingresada en el Pinel por orden judicial: “Al retornar al centro volvió a presentar cuadro importante de liberación de agresividad y falta de control de impulsos”. Raquel estuvo encerrada en el Pinel durante 1.004 días.

En esas tres primeras veces, fue evidente que la justicia ingresaba y el hospital liberaba, porque no había razón para mantener a Raquel confinada. Documentos adjuntos al parte médico muestran que la dirección de la institución envió diversos informes a la justicia, tanto informando del alta médica de la paciente como pidiendo remisión a un centro de acogida y tratamiento ambulatorial. En uno de los documentos, la dirección afirmaba: “Nuestro hospital está haciendo el papel de centro de acogida para esos adolescentes. Sabedores de esa ilegalidad le pedimos con urgencia una resolución para ese problema”. Y, en otro oficio: “Actualmente la adolescente continúa residiendo en la enfermería para tratamiento de pacientes agudos, se encuentra lejos de la escuela y con enormes perjuicios psicológicos y sociales”.

“Medievales”, “inhumanos” y “criminales”. Esas son algunas de las palabras usadas para definir los hospicios desde que la lucha contra los manicomios se intensificó a partir del final de los años 70

Cada tres meses, el Pinel mandó oficios a la justicia. Solo fue atendido tras casi dos años y nueve meses. Pero la vida de Raquel fuera del hospital duró solo una semana. La ingresaron otra vez en la institución. El motivo: “Evoluciona con episodios recurrentes de agresividad, fugas necesitando atención en unidades de emergencia. Hace dos días en seguimiento en el CAPS sin adhesión al tratamiento”. Tras 413 días más de internamiento, Raquel huyó del hospital. Volvió espontáneamente dos días más tarde. ¿A dónde podría ir, una vez que el largo periodo de confinamiento rasgó aún más los frágiles vínculos familiares y le impidió crear nuevos?

Raquel permaneció ingresada 244 días más, antes de que la llevasen a otro centro. Quince días fuera del hospital, y la justicia la mandó de vuelta: “Tiró sus medicinas, rompió el vidrio de la sala de juegos, se hirió, agarró el teléfono para ahorcarse y huyó a una ciudad vecina diciendo que iba a buscar a sus abuelas”.

En la sexta vez, está registrado en el parte: “La paciente verbaliza que la mayor dificultad que enfrentó en su retorno al centro fue una sensación de inadecuación en la convivencia con adolescentes sin problemas psiquiátricos; por desgracia, se creó un vínculo inadecuado iatrogénico (provocado por la propia práctica médica) de seguridad con el ambiente de internamiento, lo que se configura como Hospitalismo”.

En otras palabras. Raquel ya no sabía vivir fuera del hospital psiquiátrico, sus vínculos estaban dentro de la institución. Si tenía algún afecto, era allí. Era en el hospital que ella sabía cómo comportarse, identificaba una rutina, hacía amigos entre otros niños y adolescentes como ella o realmente enfermos. Consideraba parientes a los profesionales de salud. Y, más tarde se sabría, rompía cosas y agredía a personas cuando la mandaban al centro porque sabía que así volvería a aquel que era el único lugar parecido con un hogar que tuvo en la vida.

En total, Raquel estuvo encerrada en el Pinel cinco años. Se subraya: sin necesidad. Su vida cabe en tres cajas del archivo. Pero ese no fue el final de su trayectoria. En 2010, a los 16 años, fue transferida a otro hospital psiquiátrico

En esa época, la dirección del Pinel mandó otro oficio a la justicia: “Aprovechando la oportunidad para hablar de la indignación de ese equipo técnico que, diversas veces, accionó la judicatura solicitando el alta de esos adolescentes que, en la ocasión, necesitaban solo de un centro como vivienda y dar continuidad a la atención ambulatorial, teniendo así su derecho constituido”.

En total, Raquel estuvo encerrada en el Pinel cinco años. Se subraya: sin necesidad. Su vida cabe en tres cajas del archivo. Pero ese no fue el fin de su trayectoria en manicomios. En 2010, a los 16 años, la mandaron a otro hospital psiquiátrico.

El diagnóstico que sostuvo la condena de Raquel a una vida de manicomio es bastante revelador: “trastorno de conducta”. Según la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades (CID), “los trastornos de conducta se caracterizan por patrones persistentes de conducta antisocial, agresiva o desafiante. Así, ese comportamiento debe comportar grandes violaciones de las expectativas sociales propias de la edad de la niña; debe haber más que las travesuras infantiles o la rebeldía del adolescente y se trata de un patrón duradero de comportamiento (seis meses o más)”. Esa “patología”, así como otras que componen la CID, es rebatida por parte de los psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos, así como por profesionales de otros campos del conocimiento. Pero, incluso aceptándose que esa enfermedad de hecho exista, el tratamiento recomendado es la inserción comunitaria – y no aislamiento–.

En su investigación, Flávia mostró que el diagnóstico de “trastorno de conducta” se ha usado de modo generalizado – y casi displicente – para justificar internamientos en hospitales psiquiátricos. Tanto en el ingreso por la vía de la red de salud como en el internamiento por orden judicial, el principal diagnóstico es esquizofrenia. Pero el “trastorno de conducta” ha aumentado. En una comparación con una pesquisa anterior, en la que Julia Hatakeyama Joia analizó los partes del Pinel entre febrero de 2001 y agosto de 2005, Flávia constató que los llamados “trastornos del comportamiento y trastornos emocionales” – de los cuales “trastornos de conducta” corresponden al 75% de los casos – crecieron como motivo del confinamiento. En 2002, eran causa del 5,26% de los internamientos. Pasaron al 7,14% en 2005. Y alcanzaron el 15,2% de los casos en 2009. “En muchos casos, se diagnostica en niños con episodios de descontrol y agresividad, sin que exista un análisis sobre su historia y contexto de vida”, afirma la psicóloga. Otro dato comparativo de extrema relevancia es que, entre 2001 y 2004, la proporción de internaciones en el Pinel por orden judicial era del 23% del total. De 2005 a 2009 saltó hasta el 45%.

En su investigación, Flávia mostró que el diagnóstico de “trastorno de conducta” se usó de modo generalizado – y casi displicente – para justificar internamientos en hospitales psiquiátricos

El “trastorno de conducta” es mucho más recurrente en el internamiento por orden judicial que en el internamiento por la vía de la red de salud. Es el diagnóstico de un cuarto de los ingresos con duración superior a 150 días y por más de un tercio de los casos de niños y adolescentes ingresados de cuatro a siete veces. Es el rótulo de Raquel – y también el de José. Niños que representan casi el 80% de los niños y adolescentes ingresados, un dato cuyas razones aún necesitan comprenderse mejor.

José tenía 10 años cuando dio el primero paso dentro del Pinel, por orden judicial. Había pasado, según el informe de la institución, por “malos tratos, negligencias y privación afectiva”. Presentó “comportamientos desafiadores y transgresores, lo que acabó en rechazo y abandono familiar, principalmente de su madre”. La madre decidió entregárselo al padre, en Bahía. El día del viaje, José se negó a ir. Él no quería separarse de la madre. Para que no le obligasen a viajar, intentó lanzarse dos veces delante de los coches, en la calle. La “crisis de agitación” le llevó a su primera internación. La duración: 623 días.

Cuando le dieron el alta, José fue mandado a un centro de acogida. Permaneció solo tres días antes de ser ingresado de nuevo. Esa vez, lo encerraron 255 días. José huyó. ¿A dónde? A casa de la madre. Otro internamiento, por “agitación psicomotora con intensa heteroagresividad, baja tolerancia a la frustración, sin crítica, y riesgo de vida”. Esa vez, estuvo 84 días en la institución antes de huir nuevamente. ¿A dónde? A casa de la madre. En el cuarto y último internamiento, permaneció 309 días en el Pinel. Entonces lo mandaron a un centro. De donde huyó. A Bahía, en busca de un lugar y de afecto.

En total, José estuvo 1.271 días encerrado en el Pinel: tres años y cinco meses. Sobre José y Raquel, el equipo técnico del hospital envió un oficio a la Justicia, en 2008: “(…) Están de alta médica, pero permanecen en esta enfermería psiquiátrica para tratamiento de pacientes con trastornos mentales agudos, privados de tener una vida digna, por no tener retaguardia familiar y no existir vacantes en centros”. Sobre ese destino, Flávia afirma: “Los internamientos son motivados por una combinación compleja, que resulta en una situación de vulnerabilidad. La respuesta de la internación psiquiátrica, además de reductora de complejidad, es productora de mayor sufrimiento. El ingreso por orden judicial revela una concepción sobre la infancia y la adolescencia pautadas en el miedo y en el peligro. Propone una respuesta única a todas las situaciones, sin considerar diferencias, singularidades y contextos. Reduce niños y adolescentes al estatus de paciente psiquiátrico peligroso, produciendo su cronificación”. Es así como se fabrican niños locos.

Vale la pena la pregunta: ¿Huir puede haber sido un acto de cordura de José, en el intento de no enloquecer? De algún modo, a pesar de todo y de todos, él parece creer que existe un lugar para él, un lugar con afecto. José, Raquel y Maria nos muestran que no hay desamparo mayor que el de un niño en un manicomio. Nadie está más solo en ese mundo que José, Raquel y Maria. Expuestos a una sociedad que, además de no protegerlos, los enloquece. Ellos huyen, como José, ellos rompen todo, como Raquel, ellos hacen preguntas, como Maria. Pero están solos. Y cada uno de sus actos de resistencia es otro sello de su supuesta locura en un archivo muerto.

El desafío expuesto por la pesquisa es también el de completar la reforma psiquiátrica en Brasil. Niños y adolescentes, según la legislación, deben ser tratados dentro de la comunidad, junto a la familia, sin alejarles de la escuela

Al analizar los partes, Flávia consiguió identificar claramente las diferencias entre el internamiento vía red de salud y el internamiento por orden judicial. Esas son conclusiones cruciales del trabajo, porque apuntan lo que funciona y lo que no funcionada, apuntan salidas. En la red de salud, la mayor parte de las remisiones se hace por la emergencia de hospitales, lo que no es el mejor recorrido. Solo el 8% son enviados a Unidades Básicas de Salud o por CAPS (Centro de Atención Psicosocial) infantil, que deberían ser la puerta de entrada para niños y adolescentes con síntomas de enfermedades mentales. Esos datos demuestran la falta de esos servicios, causando desamparo en la población que necesita de asistencia por el Sistema Único de Salud. En vez de comenzar el tratamiento por la red básica, integrada en la comunidad, lo inician por el final y por aquello que es una excepción necesaria en un mínimo de casos: el internamiento. La hipótesis de Flávia es que, si hubiera más servicios comunitarios de salud mental, como está previsto en la legislación, es probable que la necesidad de internamiento fuera bastante menor. En vez del hospital psiquiátrico, una red articulada, con inversión mayor en equipos de salud mental, en la capacitación e implantación del Programa de Salud de Familia y de centros de atención psicosocial. “La patologización de los niños en situación de vulnerabilidad social pone de manifiesto la precariedad de la red de atención y cuidado, y también la insuficiente articulación entre las políticas públicas en los campos de la educación, salud, vivienda y ocio”, afirma.

La diferencia es clara en el análisis de los datos. En los casos enviados por los Centros de Atención Psicosocial, la media de días de internación es más baja que por los otros caminos. Cuando niños y adolescentes son cuidados por los CAPS tras el alta, solo el 3% son reinternados. “Eso muestra que los servicios comunitarios funcionan, pero hay un número insuficiente”, afirma Flávia. “En los pacientes mandados por la red de salud, el hospital funciona como enfermería de crisis. La mayoría es de adolescentes de 15 a 17 años, en su primer brote psicótico, donde son cuidados y liberados. Ya en el internamiento por vía judicial, el hospital funciona como institución de aislamiento.”

El desafío expuesto por la pesquisa es también el de completar la reforma psiquiátrica en Brasil. Niños y adolescentes, según la legislación, deben ser tratados dentro de la comunidad, junto a la familia, sin alejarles de la escuela. La enfermedad, si de hecho existe, debe ser comprendida como una de las varias características – y no como la verdad única sobre aquel niño y adolescente– . Incluso el internamiento, si fuera necesario, debe entenderse como una parte de la historia – y no como la historia entera–. El internamiento es un momento, no un destino.

Flávia permanecía desde la una de la mañana hasta las nueve de la noche de cada sábado en la sala de las almas del Pinel. Una noche, estaba tan concentrada en los partes que se olvidó de la hora y se atrasó para salir. El guardia del portón se negó a dejarla ir. Eran las reglas. Él no estaba allí para pensar sobre ellas, y sí para cumplirlas. Y Flávia supo lo que era estar entre muros – y no ser escuchada– . Tras un tiempo que pareció demasiado, Flávia consiguió probar que era una psicóloga, haciendo un trabajado de pos graduación para la PUC. Cree que el hecho de ser blanca, rubia y de ojos azules la ayudó en su “liberación”. Pero, al abrir el portón, el guarda jurado le alertó: “La próxima vez, se queda”. Por un momento, temblorosa, Flávia tuvo una tenue aproximación a lo que sintieron Raquel, José y Maria, solo tres entre los centenares de “niños locos” fabricados este siglo.

Al final de su estancia en el archivo muerto que ella descubrió que estaba vivo, Flávia finalmente tenía las respuestas para Maria.

1) ¿Por qué voy a quedarme aquí?

– Porque las instituciones que componen la red de atención al niño y al adolescente trabajan de forma desintegrada y no consiguen atender sus necesidades.

2) ¿Quién está ahí? ¿Quién va a dormir en la habitación conmigo?

– Los niños y los adolescentes que tuvieron sus destinos producidos activamente por la irresponsabilidad y por el abandono.

Maria preguntó. Flávia escuchó. Escuchó de hecho no cuando la oyó, pero cuando hizo el movimiento de buscar las respuestas. Ellas están ahí, pero solo provocarán un cambio si el Estado, los gobiernos y la sociedad las escuchen. Si nosotros las escuchemos. Es, finalmente, de escuchar de lo que se trata.

Flávia desconoce el paradero de José. Raquel fue liberada al completar 18 años. ¿Pero qué queda para Raquel tras lo que hicimos con ella? ¿Es posible, es moral, es decente decirle a Raquel: vaya a estudiar, vaya a trabajar, vaya a construir una vida? “Es una marca tan profunda que personas como Raquel, incluso saliendo de la institución, continúan institucionalizadas”, dice Flávia. “La institucionalización parece una gran máquina que absorbe el potencial humana, creando seres humanos sin deseo. La institucionalización es la patología más grave de la salud mental.”

A los 19 años, Raquel hoy deambula por las calles y albergues de São Paulo, alrededor de las instituciones. A veces se declara “loca” y la ingresan por cortos periodos. Raquel siempre pregunta por su mejor amigo:

– ¿Dónde está José?

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Fuente: Eliane Brum – El País

Una clase dividida – El ALUCINANTE experimento de la profesora Janes Elliot (1968)

Jane Elliot era una joven profesora cuando realizó este experimento por primera vez en 1968, a raíz del asesinato de Martin Luther King por un segregacionista blanco. La activista contra el racismo, defensora de los derechos de la comunidad LGTB y feminista, realizó un ejercicio con sus alumnos para demostrarles, no solo a ellos sino al mundo, lo absurdo de discriminar, en este caso,  por el color de piel. Más de cuatro décadas después, su prueba sigue siendo un ejemplo de investigación psicosocial al que debemos prestarle atención.  

El viernes 5 de abril de 1968, un día después del asesinato de Martin Luther king Jr., la maestra Jane Elliot les preguntó a sus alumnos si es que en los Estados Unidos había personas a las que se les tratara distinto. Los niños, que bordeaban los ocho años, respondieron que sí: “Los negros, los indios y los asiáticos”. Al consultarles qué sabían sobre ellos, los alumnos describieron a estos grupos con estereotipos raciales. Es así que la maestra les propuso realizar un experimento. Los niños, entusiasmados, respondieron afirmativamente.

La maestra Elliot dividió a los alumnos en dos grupos: los que tenían ojos azules y los que tenían ojos marrones. Le dijo a la clase que los primeros eran superiores a los segundos e hizo que los de ojos azules les colocaran collares de tela a los de ojos marrones para marcar más las diferencias.

La profesora les dio a los niños de ojos azules una serie de privilegio sobre sus compañeros: ellos tendrían cinco minutos extras en el recreo, doble ración de comida a la hora del refrigerio y podían beber agua del bebedero con normalidad. Mientras tanto, los de ojos marrones tenían que usar vasos de cartón con sus nombres, no podían usar los juegos del patio y no debían juntarse con los otros niños. Además, cuando se presentaba la oportunidad, Elliot destacaba los aspectos negativos de estos últimos.

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Los niños de ojos azules mejoraron su rendimiento mientras que los discriminados decayeron en el suyo. Para sustentar su accionar, la profesora hizo uso de explicaciones pseudocientíficas, afirmando que la melanina, responsable de determinar -entre otras cosas- el color de los ojos, influía también en la inteligencia de cada grupo, siendo más favorable para los que tenían ojos azules. Por la tarde de ese mismo día, los niños discriminados declararon: “Parecía que todo lo malo nos sucedía”. “La manera en la que nos trataban nos hacía sentir sin ganas de hacer nada”. “Parecía que la señorita Elliot nos estaba quitando a nuestros mejores amigos”.

Al segundo día, la maestra les tuvo otra sorpresa. Esta vez los papeles se invirtieron:

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Los niños de ojos marrones recibieron los privilegios que antes tuvieron sus compañeros y a los de ojos azules se les colocó el collar de tela y fueron tratados en forma discriminatoria. Los niños de ojos marrones -esta vez los superiores de la clase- tardaron algunos minutos en acostumbrarse pero los resultados fueron asombrosos. Cuando se les tomó el tiempo para resolver tareas, lo hicieron más rápido que el día anterior.

La señorita Elliot les preguntó a todos cómo se habían  sentido con el experimento los días anteriores. Inmediatamente, estalló una lluvia de quejas sobre lo mal que se habían sentido. Cuando Elliot les preguntó si debería influir el color de la piel en cómo se trata al resto, los niños solo tenían una respuesta para ella: “No”.

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Este experimento fue grabado en 1970 y el vídeo fue incluido en el documental A class divided (1985) de William Peters, donde se reunió a la misma clase 15 años después para preguntarles cómo había influido este episodio en sus vidas. En él, la profesora Elliot declaró: “Vi cómo estos increíbles niños se convirtieron en discriminadores de tercer grado en 15 minutos”.

 

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Fuente: María Pia Arriola – dedomedio.com

Pautas para mejorar las relaciones sociales infantiles

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En muchas ocasiones, cuando padres y madres acuden a buscar ayuda psicológica para sus hijos es porque han detectado un determinado problema: ha suspendido muchas asignaturas, tiene un comportamiento disruptivo o ha recibido un diagnóstico (por ejemplo, Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) que requiere intervención.

Es frecuente que, asociado a este motivo que les lleva a consultar, aparezcan otras áreas asociadas sobre las que intervenir, ya que quizás estén generando cierto malestar para el niño o la niña. Es el caso de las dificultades en las relaciones sociales, que a pesar de que no suelen ser el principal motivo de consulta, aparecen con frecuencia en segundo plano.

¿Qué factores influyen en las dificultades para relacionarse de los niños?

Cuando nos relacionamos con los demás, uno de los factores más importantes que se pone en juego es la autoestima: si confiamos en nosotros mismos, podremos intervenir en las actividades con otras personas sin miedo a sentirnos juzgados (“¿qué pensarán si hago esto o lo otro?”, “¿habré dicho algo fuera de lugar?”). Lo mismo pasa con niños y niñas: una base sólida de autoestima y confianza en sí mismos les facilitará intervenir en juegos y actividades con el resto de compañeros, y poder disfrutar de ello.

Una base sólida de autoestima y confianza en sí mismos les facilitará intervenir en juegos y actividades con el resto de compañeros, y poder disfrutar de ello

 

De la mano de la autoestima va la asertividad (la capacidad de expresar lo que queremos o necesitamos y de defender nuestros derechos sin agredir ni someternos a la voluntad de otras personas), fundamental para unas relaciones sociales satisfactorias.

Otro de los aspectos a tener en cuenta es la capacidad de empatía. Poder reconocer los estados emocionales de los demás, ponernos en su piel e imaginar cómo se pueden estar sintiendo en una determinada situación, nos ayuda a hacer o decir determinadas cosas. Si tenemos dificultades en esta área, es posible que “metamos la pata” con frecuencia y los demás nos perciban de forma poco favorable. Además, esto conlleva que podamos sufrir ante determinadas situaciones, al no lograr entender los motivos del otro para hacer algo determinado.

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¿Qué pueden hacer los padres y madres?

Sin duda, esto es algo que puede entrenarse. Padres y madres pueden ayudar a sus hijos a poner en palabras aquello que en muchas ocasiones puede parecer obvio o incluso absurdo. Por ejemplo, si se está viendo una película en familia, las diferentes escenas donde les sucedan determinadas situaciones y experiencias a los personajes, son buenas oportunidades para ayudarles, diciendo: “Mira, el niño de la peli acaba de discutir con su amigo… ¿cómo crees que se estará sintiendo?”.

Si los padres no le dan mucha importancia a las relaciones sociales en el tiempo de ocio, posiblemente los hijos tampoco lo considerarán importante

 

En muchas ocasiones la respuesta será algo tipo “mal”. Ahí es donde los padres pueden aprovechar para decir: “claro, es normal que se sienta mal: seguro que está enfadado por la discusión, ya que su amigo no entendía lo que quería decirle… y es posible que también este triste y preocupado por si tarda mucho en hacer las paces con su amigo. ¿Qué harías tu si te pasara algo parecido?”. Así les ayudaremos a ampliar el abanico de sentimientos y emociones del que disponen, haciendo de su experiencia emocional algo mucho más rico, y esto les ayudará a comprender y manejarse mejor en las situaciones sociales.

Como para tantas otras cosas, padres y madres son modelos de referencia para niños y niñas, y su forma de relacionarse en lo social será determinante en cuanto al modelo de aprendizaje que se transmite a los hijos: si los padres no le dan mucha importancia a las relaciones sociales en el tiempo de ocio, posiblemente los hijos tampoco lo considerarán importante. También puede suceder que los padres sí le den importancia pero los hijos tengan dificultades. Es aquí donde hay que tener en cuenta los aspectos de los que hablábamos más arriba.

Será fundamental poder estar en contacto con el colegio y solicitar una tutoría con el profesor o profesora. Es en el centro escolar donde más horas pasan los niños, y por lo tanto, si existen dificultades de relación, lo normal es que aparezcan ahí. Pero, ¿por qué les cuesta relacionarse? ¿Los demás niños y niñas los incluyen en los juegos y nuestro hijo o hija es quien no quiere unirse, o es que los demás le dejan de lado? Si sucede una de estas dos cosas, ¿desde cuándo sucede? En muchos colegios mezclan las clases en según qué cursos, ¿ha sido a raíz de esto que está menos integrado en el grupo, o es algo que se arrastra desde lejos?

Cómo, dónde y con quién

A veces lo que sucede es que la mayoría de los niños de clase juegan a un juego que a nuestro hijo o hija no les gusta (por ejemplo, si es un chico y no le gusta el fútbol, posiblemente terminará estando con las chicas de la clase… y quizás con ellas tampoco tenga muchas en común). Sin embargo, es fundamental que se puedan respetar sus gustos y preferencias, y buscar otros lugares donde puedan desarrollarlos y compartirlos con otros niños y niñas a los que sí les gusten las mismas cosas.

Las actividades extraescolares en ocasiones representan buenas oportunidades para estar con un grupo diferente con el que se tengan otras cosas en común. Además, muchas de ellas fomentan la capacidad de relación social y pueden contribuir a mejorar áreas como la autoestima y seguridad en sí mismos (por ejemplo, el teatro, baile y danza, los deportes, etc.).

Asimismo, es fundamental poder reforzar aquellas áreas en lo relacional que sí que funcionan y son fuente de satisfacción. Por ejemplo, es posible que tenga dificultades con sus compañeros de clase, pero que tenga algunos amigos en la urbanización, o que se lleve y entienda muy bien con los primos. ¿Por qué ahí sí que se relacionan bien?

Aun así, y a pesar de poder reflexionar sobre los motivos que hacen que nuestro hijo o hija tenga dificultades a la hora de relacionarse, acudir a un especialista en psicología infantil puede ser, sin duda, de gran ayuda para poder trabajar todos los aspectos anteriormente citados, junto con los particulares de cada niño o niña.

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Fuente: Sandra Toribio – El Confidencial.com