¿Cómo te comunicas con tus hijos?

La comunicación afectiva la mejor forma de acercarse a sus hijos y lograr sus objetivos.

  1. Confían sus hijos en usted para contarle sus asuntos?
  2. Sus hijos le hacen saber que no está en su mismo registro de comunicación, en otra onda?
  3. Cuando sus hijos le buscan para comunicarle algo terminan en peleas?
  4. Conoce el nombre de los amigos de sus hijos?
  5. Reconoce cuando han tenido un mal día?
  6. Si sus hijos fueran entrevistados ¿qué dirían al respecto?

Escuela de padres - desQbre - felices-los-ninos-de-colores-en-muchos-libros-de-coloresEs conocido por los padres situaciones en las que logran comunicarse con sus hijos y  alcanzar sus objetivos al hacerlo.

También en ocasiones las comunicaciones son inefectivas, mal tratantes, que desgastan la relación, alteran la convivencia y no transmiten el mensaje del afecto aumentando la frustración al no lograr el objetivo de la comunicación de los padres.

Sucede que en ocasiones cada pareja usa canales de comunicación distintos.

Mientras el padre comunica desde el deber, las reglas o la pertinencia en un momento determinado.

El adulto está organizado desde el principio de realidad y la razón,

El hijo puede comunicar desde la emoción.

Los niños dirigidos desde el principio del placer, son concretos, circunstanciales y emocionales.

La definición más básica de la comunicación contempla tres elementos:

  • Emisor: quien emite el mensaje
  • Receptor: quien recibe el mensaje
  • Mensaje: idea transmitida

Para considerar una comunicación efectiva y asertiva se requiere contemplar además la decodificación del mensaje por lo que es necesario tener presente que el receptor vive y actúa de una determinada manera, lo que requiere una retroalimentación del mensaje, para llegar a la comprensión real y satisfacción de la comunicación que logre el efecto vinculante de la misma.

Requiere de comprobar el mensaje interpretado y dado verbalmente.

Explorar con ellos las motivaciones y circunstancias que le han llevado a actuar de un modo específico.

Motivar por medio de las reflexiones en voz alta para que se comporten de determinada manera. Reflexiones del tipo no juzgar sino pensar en voz alta como si dirigiera sus propias reflexiones que anticipan su actuación como adulto.

Respetar el proceso de desarrollo de cada individuo partiendo del hecho que cada uno vive en su universo simbólico, respetar ese hecho lleva a comprender las diferentes formas como cada persona percibe las cosas, crea un clima de aceptación que favorece el crecimiento y la comunicación eficaz.

 

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Fuente: Mónica Ceballos Recio – psicologia-online.com

¡¡¡Mírame mama¡¡¡ – La Histeria en la infancia

 Aproximarnos hoy en día a la histeria es complejo, más si tenemos en cuenta la banalización, incluso el tono peyorativo, que la utilización del término ha sufrido a lo largo de los años, y «su expulsión» de los criterios diagnósticos psiquiátricos (a partir de la redacción del DSM-III, donde el término histérico, considerado «solo» como un cajón de sastre, se había sustituido por el de trastorno de conversión). Seguramente el carácter camaleónico que pueden presentar los síntomas histéricos habrá influido en ello, puesto que sus manifestaciones clínicas quedan dispersas en diferentes categorías diagnósticas. Pero lo cierto es que las conductas histéricas siguen presentándose en la clínica, aunque como ocurre en otras muchas enfermedades, con las características propias de los tiempos actuales. Síntomas puestos en el cuerpo que nos permitirán pensar no solo en las posibles conversiones sino en las somatizaciones, y poder reflexionar sobre si existen o no elementos comunes en ambas.

La sintomatología histérica es aparatosa y a menudo puede atraparnos, impidiendo que podamos ver más allá. En la clínica infanto-juvenil es frecuente encontrarnos con pacientes que presentan estas conductas, debido a su momento evolutivo, a la poca habilidad para regular sus emociones y, a menudo, a la necesidad de reclamar, como pueden, la mirada de sus adultos de referencia.

Cuando los padres nos describen las conductas de su hijo, es frecuente oírles decir: «Se pone histérico y no podemos calmarlo». Evidentemente éste no sería un síntoma de la patología histérica considerada como tal, pero sí nos acercaría a esa banalización que mencionábamos antes y, sobre todo, a una dificultad de los padres para captar el malestar interno de ese niño. Pueden caer, entonces, en una actitud peyorativa que lo acreciente. ¡Cuán importante es rescatar esos aspectos!, ocultos tras las conductas, para acercarnos al sufrimiento real del niño y no confundirnos, ni confundir a su entorno.

 

Históricamente la histeria ha sido el prototipo de las neurosis. Freud escribió y reflexionó mucho sobre ella, pero tardó en darse cuenta de que los traumas sexuales que sus pacientes adultas le describían, solo habían pasado en su fantasía. Cambió entonces su idea inicial, de una seducción traumática real, por la existencia de una fantasía inconsciente acerca de una seducción fantaseada en su realidad psíquica. Freud partió, para su estudio de la histeria, de su modelo de desarrollo psicosexual, y lo fundamentó en la existencia de conflictos intrapsíquicos, de tipo edípico o fálico que generaban ansiedades intolerables para el Yo. Consideró los síntomas histéricos como la consecuencia de conflictos en la resolución edípica, ligada a las vicisitudes del complejo de castración, y que se expresaban externamente, bien en el propio cuerpo, bien en el tipo de relación (patológica) que el paciente establecía con su entorno.

 

Psicoanalíticamente fueron descritas como «neurosis de transferencia», en oposición a las «neurosis narcisistas», llamadas también psicosis. Históricamente los casos descritos, por lo menos desde la perspectiva descriptiva y sintomática, incluían entre sus síntomas momentos delirantes o alucinatorios que les otorgaban un matiz psicótico o narcisista. Fue éste el motivo por el que durante un tiempo se habló de psicosis histéricas.

 

Para que se dieran estas circunstancias hacía falta un considerable grado de desarrollo del aparato psíquico, con buenos recursos yoicos y cierta capacidad de simbolización que facilitara la teatralización, como recurso para seducir, calmar angustias y reforzar el propio narcisismo.

 

Pero en realidad las manifestaciones histéricas disimularían una patología más profunda que hoy en día correspondería más al diagnóstico de patología borderline, cuyo inicio no siempre situaríamos en la edad cronológica a la que se refería Freud, sino en un momento evolutivo bastante anterior. La situación traumática que él referenciaba sexualmente, puede muy bien ser una situación traumática carencial primaria, lo que nos abre la puerta a la histeria infantil y éste es el aspecto que voy a desarrollar a partir de algunas viñetas clínicas.

 

Actualmente, y yo comparto este criterio, se entiende el desarrollo psicoemocional como un proceso de diferenciación.

 

A partir de un inicio indiferenciado que situaríamos en la etapa fetal, el individuo avanza por un camino que lo lleva al reconocimiento consciente y real de los otros, como individuos diferentes, con un pensamiento diferente.

 

La construcción de un self propio es una tarea compleja y a menudo se ve entorpecida, sobre todo en los momentos iniciales, por la aparición de ansiedades catastróficas que no pueden ser contenidas ni acompañadas por el entorno del niño.

Construir el self requiere ir incorporando nuevas capacidades evolutivas, tanto físicas como mentales. Esta construcción se va dando en un ir y venir, de lo ya conocido a lo nuevo, todavía desconocido pero que ya es posible.

Podemos pensar, por ejemplo, en lo que le sucede a un niño que empieza a caminar y que, en principio, está adquiriendo una nueva habilidad motora.

 

Evidentemente, ya posee el desarrollo muscular adecuado para hacerlo, pero debe superar también la inquietud que le despierta una situación tan distinta. Todas sus referencias cambian. De gatear, o estar sentado, a deambular, la percepción de su entorno es básicamente distinta y si la inquietud o miedo, en según qué casos, es excesivo puede llevarlo a demorar la utilización de una capacidad física que ya posee.

La confianza en sí mismo y la intervención de un entorno estimulante o el contrario, que lo deja a su aire, condicionará tanto la forma como el momento de ese aprendizaje. Las variantes son tantas como infantes y entornos, pero todas las situaciones tienen algunos aspectos en común: una nueva capacidad adquirida que genera un cambio, una vivencia inquietante ante ese cambio y un nivel individual de confianza en sí mismo.

 

Son, pues, momentos en los que el niño reajusta los esquemas evolutivos que había alcanzado, para poder incorporar las nuevas capacidades. En ese reajuste el niño pierde momentáneamente su seguridad. Pero tras ese ir y venir momentáneo, no exento de ansiedades importantes, presentes en todo momento de cambio, el niño dispone de nuevos recursos para seguir avanzando en su desarrollo. Sin embargo, este crecimiento nunca es lineal ni total, y a menudo observamos conductas y funcionamientos más infantiles de los que corresponderían si solo tuviéramos en cuenta su edad cronológica.

A partir de aquí, se nos hace evidente que el marco teórico referencial de cada clínico que describa la patología histérica lo llevará, no solo, a utilizar una u otra terminología, sino a una técnica terapéutica distinta. No es lo mismo situar su origen en fantasías traumáticas de tipo sexual, que hacerlo en situaciones traumáticas más iniciales, aquellas que pueden dificultar el desarrollo temprano del bebé y el establecimiento de vínculos con su entorno. Como tampoco situarlo, ¿por qué no? en traumas reales de tipo sexual, como los abusos.

Normalmente el paciente histérico niega los sentimientos de vacío, de exclusión y lo hace mediante la excitación, la euforia y una satisfacción narcisista infantil, pues conectar con ellos le supone la vivencia de ansiedades catastróficas. Posee un self frágil que se organiza defensivamente sobre ese narcisismo y suele comunicarse somáticamente.

Las comunicaciones somáticas suelen surgir cuando la persona no puede soportar ansiedades muy intensas y necesita expulsarlas, hacerlas desaparecer. La escritora S. Hustvedt (2009) investiga sobre esta relación cuerpo-mente, a partir de una dolorosa y enigmática vivencia personal: «la aparición de temblores» en un acto público, donde debía hablar de su padre, fallecido hacía poco, y que después se repitieron en otras circunstancias. Temblores a los que no hallaron ninguna causa física. Ella explora en profundidad y acompañada por diferentes especialistas diversas teorías médicas, neurológicas y psicológicas en un intento de hallar una respuesta a lo que le ocurre, y se va desplazando desde la conversión histérica a la epilepsia. También Bornstein (1946) había relacionado las dos patologías pero a partir del sonambulismo.

La lectura de ese libro me conectó con la vivencia de un paciente, al que atendí desde los cinco años hasta los catorce, y que a las pocas semanas de vida, después de diferentes ingresos por dificultades respiratorias, como consecuencia de una ingesta grave de meconio al nacer, presentó unas crisis diagnosticadas de epilepsia. Su madre explicaba una y otra vez, cómo ese «primer día» acudieron a urgencias y la echaron del box ante su insistencia de querer tomarlo en brazos. Ella había observado en su camino al hospital que cada vez que lo hacía y lo apretaba contra su pecho, el niño se calmaba y las crisis desaparecían. Con el tiempo perduraron en ese niño comportamientos fóbicos y temblores cuando se angustiaba.

 

Posiblemente sea difícil de verificar su relación, pero teniendo en cuenta que los fenómenos conversivos de la histeria pueden, en apariencia, asemejarse a los neurológicos, para mí existe una posibilidad más que razonable.

 

Ese niño era muy pequeño, pero lo cierto es que las ansiedades de separación, debidas a un ingreso prematuro y a una brusca separación de su madre, ya se habían instalado. Esas crisis parecían una descarga de su ansiedad, que se manifestaba corporalmente ante la situación traumática vivida y la imposibilidad de mentalizarla, pero ¿podrían considerarse el inicio de un camino hacia la conversión histérica o hacia posteriores somatizaciones?

 

F. Palacio Espasa y R. Dufour (1994) en su Diagnóstico Estructural en el niño, describen organizaciones psíquicas de tipo histérico con síntomas que se hallan al límite entre la conversión y la somatización.

Quizá puedan considerarse síntomas «prehistéricos» al no poseer todavía una representación simbólica. Pero si pensamos en la angustia puesta en el cuerpo, podemos también pensarlos como manifestaciones corporales, cuyo origen sería esos impactos sensoriales precoces, que al no poder ser mentalizados se expresan a través de lenguajes no verbales.

 

Cuando hablamos de considerar el origen de la histeria como un fracaso en el proceso de diferenciación, estamos planteando la existencia de un conflicto prematuro en el vínculo establecido entre madre e hijo que ha despertado una gran angustia, de la que el niño ha intentado protegerse. Una actividad defensiva más ligada a la vivencia traumática que supone «la pérdida» de la figura materna que a la represión de los instintos sexuales desplazados en sus progenitores, ante el sentimiento de exclusión de la triada.

 

Al no realizarse una buena diferenciación self-objeto, persiste en mayor o menor grado un tipo de relación simbiótico-adhesiva con la madre, lo cual nos indica que «el tercero» no ha podido entrar. El grado de esta persistencia determinará un funcionamiento histérico más cercano a la psicosis o a la neurosis.

Aunque en los adultos también encontramos núcleos indiferenciados bajo capas más evolucionadas, en el caso de los niños la situación se complica, pues evolutivamente, todavía están inmersos en ese proceso de diferenciación  y aunque el proceso no depende directamente de su edad cronológica, sí que debemos tenerla en cuenta, pues puede variar nuestro criterio diagnóstico.

O. Kernberg (1987)habla de la personalidad histérica como la continuación de lo que él define como las personalidades infantiles, histeroides o histriónicas. Según él los pacientes histéricos presentarían una organización neurótica de la personalidad, y las personalidades infantiles histeroides o histriónicas, una organización límite de la personalidad.

Veamos ahora una viñeta de una niña de siete años, por la que su familia consultó inicialmente porque presentaba una baja autoestima y un inicio de fracaso escolar, además de serias dificultades para relacionarse con sus compañeras de curso, si no era el centro de atención. Explicaban la tristeza de la niña por el retraso escolar, pero poco a poco fueron describiendo sus conductas: mentía, escondía cosas, somatizaba a veces, simulaba otras, y cuando la descubrían desplegaba un comportamiento seductor, basado en la indefensión, que los desesperaba porque no sabían cómo comportarse. Si la reñían el desespero aumentaba teatralmente y si no lo hacían persistía en su conducta. Cuando la situación se complicaba, la niña llamaba a un familiar para explicarle que la maltrataban, con lo cual la situación tomaba matices dramáticos.

La relación inicial con la madre había sido difícil e insatisfactoria para ambas. La madre por motivos laborales había estado ausente y la niña muy sola; el padre, prácticamente ausente hasta los dos años de la niña.

Se inició un tratamiento psicoterapéutico, en el que se puso en evidencia cómo la niña desplegaba todos sus encantos para seducir a la terapeuta. Normalmente dibujaba corazones y parejas de enamorados y «regalaba» esos dibujos a su terapeuta. Otras veces adoptaba una actitud de bebé en un intento de obtener caricias y besos. Entraba entonces en una rueda de excitación que no podía controlar. Cuando la terapeuta se lo señalaba, reaccionaba con patadas e insultos. Como suele ocurrir a menudo, las palabras de la terapeuta ejercían de «tercero», se colocaban entre las dos y no la dejaba soñar, viéndose obligada a salir de esa relación simbiótica e idílica fantaseada, donde todo ocurría según sus deseos. Muy a su pesar se evidenciaba la individualidad del otro y ella se sentía sola.

En cambio cuando la terapeuta callaba, esperando el desenlace de la situación, ella desplegaba más y más el papel de niña dulce y encantadora, pero la terapeuta se sentía cada vez más incómoda, inquieta, enfadada y «echada» de su tarea terapéutica.

Un día que no quería marcharse y la madre se retrasaba, apareció ese aspecto manipulador que la familia había referido. La terapeuta puso fin a la sesión y fue con ella a la sala de espera para esperar a la madre. No la dejó sola para no aumentar la ansiedad de separación.

Ella, cada vez más enfadada, tuvo que esperar no más de tres minutos, y cuando llamó la madre marchó sin decir nada. Al empezar a bajar la escalera, (la madre la esperaba abajo), empezó a llorar teatralmente y a gritos. La madre, que todavía no la veía, se inquietó y le preguntó qué le pasaba, a lo que la niña contestó, también a gritos, que la terapeuta le había dado un bofetón. Y seguramente así había sido en su fantasía, al no ceder a su deseo y dar por finalizada la sesión.

En estos pacientes, el principal reto del terapeuta es conectar con su verdadero drama, para entresacar de la puesta en escena histérica lo que es verdadero de lo falso. Ellos recurren defensivamente a la fantasía, intentando darle veracidad, pues prefieren la satisfacción fantaseada a la real no conseguida.

En estas situaciones es cuando el objeto terapéutico debe ser suficientemente permanente, coherente y honesto para no responder a las actuaciones, pero tampoco ignorarlas, y eso no es fácil. Contratransferencialmente no puede dejarse llevar por la irritación ni por la seducción, sino que es necesario acercarse a la indefensión y sufrimiento del paciente que solo encuentra esta vía de expresión. Pero no siempre es fácil de conseguir.

Los pacientes histéricos, hombres o mujeres, tienen generalmente, en común, una relación inicial con una madre conflictiva, invadida por su propia angustia, y con poca capacidad para conectar emocionalmente con ellos.

El niño interioriza una función materna poco contenedora e impregnada de angustia. A menudo algunas de las características personales de esas madres les dificultan tolerar su propia angustia y, entonces, transmiten al niño un sentimiento de catástrofe, sin reconocerlo conscientemente, puesto que para ellas no pasa nada. Sin intencionalidad, es cierto, pero lo que recibe el niño es un doble mensaje, al que debe de alguna manera adaptarse. Aquí se inicia ya una especie de «como sí» que puede derivar en un falso self.

Por otro lado, la figura paterna no ayuda a establecer una triangulación primaria, porque acostumbra a estar ausente emocionalmente, y mucho menos si coincide con una ausencia física. El niño queda entonces atrapado en esta relación simbiótica con la madre, relación real o fantaseada, pero ambivalente, y no puede hacer una buena identificación ni vinculación materna.

Al inicio comentábamos la posibilidad de desplegar un funcionamiento histérico a partir, no de una fantasía de abusos sino, de una vivencia real. Este fue el caso de una niña adoptada y que había sido abusada y prostituida en su país de origen. Cuando la vimos, ya púber, había desarrollado una gran facilidad para seducir al otro, pero no era consciente de ello y siempre se colocaba en situaciones ambiguas con los hombres, de las que después se asustaba y entonces se replegaba en casa, sin querer salir.

Los padres adoptivos refirieron un tratamiento médico como consecuencia de unas crisis convulsivas, que fueron diagnosticadas de epilepsia. Estuvieron presentes durante bastantes años de su niñez, hasta que remitieron sin más. Se manifestó entonces una anorexia nerviosa con vómitos recurrentes.

Vimos poco tiempo a esa paciente por un cambio de residencia, pero siempre mostró una gran necesidad de «ser mirada» física y emocionalmente. Sus ojos seductores buscaban la complicidad de los ojos de la terapeuta y a la par intentaban dominarla conduciendo su mirada donde ella quería. Era un lenguaje no verbal, siempre presente en las sesiones en las que solía mostrar un comportamiento muy infantil y necesitado. Su aspecto físico, su ropa, ocupaban gran parte de la temática verbal de las sesiones, pero era una manera de «mirar» hacia el exterior, hacia el disfraz que ocultaba su realidad, pues tanto la ropa como el pelo tapaban lesiones cutáneas importantes. Su cuerpo como depositario de lo no mentalizado, de lo no contenido, era también utilizado para reclamar la atención de los demás, que tanto necesitaba para sobrevivir. Accedió prematuramente a la sexualidad y buscaba en la erotización de sus relaciones un contacto sensorial que de bebé nunca tuvo, la reproducción de un vínculo, aunque fuera enfermizo.

En el niño pequeño la presencia de síntomas de conversión ha sido siempre un tema controvertido, a pesar de que Ana Freud (1926) relacionó ya la anorexia con la histeria al describir una anorexia histérica en una niña de veintisiete meses. En edades tempranas es más fácil observar rasgos de carácter histéricos (teatralización, seducción, dramatización) y sería en la pubertad y la adolescencia cuando se generalizaría claramente la descripción de la histeria como patología específica, sobre todo cuando el teórico la conceptualiza como un desplazamiento de la angustia reprimida de origen sexual, y no de un origen traumático carencial primario.

Otra de las dificultades actuales es la de diferenciar en la edad infantil los síntomas propiamente histéricos de los comportamientos histéricos, pero también dónde ubicar síntomas tales como la encopresis, los tics, la enuresis, la anorexia, las cefaleas, los dolores de barriga y muchos otros, dado que por el momento evolutivo podemos encontrarlos en otras patologías, induciendo a la confusión diagnóstica. ¿Hemos de considerarlos síntomas conversivos, o solo manifestaciones psicosomáticas? Realmente no existe un acuerdo.

La histeria «descendiente» de Freud contempla la conversión de un conflicto psíquico en una manifestación somática, con lo cual quedan afectadas las funciones sensoriales o motrices, pero preservándose la globalidad yoica. Desde este punto de vista los síntomas cumplirían esas premisas.

Pero en realidad creo que podemos hablar de un lenguaje a través del cuerpo. A veces con un contenido simbólico, otras como una manifestación de sensaciones vividas y registradas en el cuerpo, pero no mentalizadas y que no tienen otro medio de expresión.

Referencias bibliográficas

Ramos, J. (Compilador) (2010), «Aproximaciones contemporáneas a la histeria», en

Cuadernos de salud mental del 12, Madrid, Eride.

 Cramer, B. (1977), «Vicisitudes de l’investissement du corps symptômes de conversion en période pubertaire», en

La psychiatrie de l’enfant, XX, 1, 1977.

Freud, A. (1926), «An hysterical Symptom in a child of two years and three months old»,

International Journal of Psycho-analysis, núm.7.

Hernández, V. (2004), «La vertiente psicótica de la histeria»,Anuario Ibérico de Psicoanálisis, vol. VIII-IX. Hustvedt, S. (2009),

La mujer temblorosa, Barcelona, Editorial Anagrama, 2010. Kernberg, O. (1987),

Trastornos graves de la personalidad, Mexico, Editorial Manual Moderno. Tizón, J. (2000),

La histeria como organización o estructura relacional desde la psicopatología psicoanalítica (material policopiado), SEP, Barcelona.

Fuente: «Temas de Psicoanálisis» – Revista de la Sociedad Española de Psicoanálisis – (Montserrat Guàrdia) –  http://www.temasdepsicoanalisis.org/%e2%80%9c%c2%a1mirame%e2%80%9d-entresijos-de-la-histeria-en-la-infancia/

 

 
 

 

 

Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad ( TDAH ) ( TDA ).

Conversación entre dos adultos escuchada en un supermercado:

 Adulto 1 (Mujer): Mi hijo no puede estarse quieto más de un minuto. Ese es el tiempo máximo que puede dedicar a estudiar o a hacer los deberes. Después se levanta de la silla y no para de moverse. Ya no hay quien le pille para que se vuelva a sentar. Voy a hablar con el psicólogo del colegio para que me diga que puedo hacer.

 Adulto 2 (Hombre): Al mío le pasó lo mismo. Fui con el niño a un neurólogo después de ver a dos psicólogos. Te van a decir lo mismo que a mí. Le recetarán una medicación, algo parecido a las anfetaminas, para que el niño se calme y pueda fijar su atención. Yo no le dí las pastillas. No creo que hagan mucho y me dan algo de miedo los efectos secundarios.

 Adulto1: No, si yo no quiero darle pastillas a no ser que lo diga un médico. Pero yo tampoco aguanto mucho más así. El niño suspende y nos está poniendo a todos muy nerviosos. Su padre no entiende nada y los profesores continuamente nos advierten de que no avanza, de que se queda atrás respecto al resto de la clase y de su conducta inadecuada.

 Cada vez más colegiales son diagnosticados con el ‘Trastorno por Déficit de Atención’ (TDA) que puede ir acompañado de hiperactividad (TDAH) o no. Ante todo, quiero dejar claro que en el caso de la hiperactividad no me estoy refiriendo a ésta como resultado de lesiones cerebrales causadas durante la gestación o el parto. Escribo no sobre una patología sino sobre las llamadas ‘disfunciones’, es decir comportamientos que no se ajustan ‘a lo que se espera o se considera como normal’. Hablamos de niños que antaño se calificaban como ‘culo-inquietos’ (hoy TDAH) y de los que siempre están ‘a la luna de Valencia’ o ‘a por uvas’ (los TDA).

 El problema del cambio de denominación radica en su consideración como enfermedad y la subsiguiente prescripción de fármacos para tratarla. ¿Por qué se presenta como enfermedad si no hay pruebas biológicas que la determinen? Ninguna conducta, ni siquiera una mala conducta, puede ser considerada una enfermedad. Es una estigmatización, no un diagnóstico.

 Si no hay patología, ¿por qué se medica? Me parece más lógico atender al individuo de forma integral, es decir en aspectos tales como el estudio de sus capacidades sensoriales, sus hábitos alimenticios y fundamentalmente su entorno familiar con todo lo que ello abarca. Hemos pasado de dar a nuestros descendientes agua de azahar como placebo para calmar sus estados eufóricos, a suministrarles sustancias que tiene idénticos efectos a las anfetaminas (metilfenidato) y que en el medio plazo provocarán adicciones similares a algunos estupefacientes. Los efectos secundarios son, cuando menos, muy inquietantes, como es bien visible en los Estados Unidos, país que lidera el consumo de estos fármacos.

 ¿No hay más solución que la toma de estos ‘remedios’? Dice Peter Breggin, médico psiquiatra de Harvard y director del Centro Internacional para el Estudio de Psiquiatría y Psicología: “Los psicoestimulantes tendrán un efecto intencionado en el niño que suprimirá la conducta autónoma, espontánea, social y juguetona provocando complacencia, docilidad, una sobre-focalización obsesiva y una conducta repetitiva. El uso extendido de estimulantes habilita a los adultos para dominar y controlar a los niños sin mejorar su propia condición de padre o profesor y sin mejorar la estructura de la familia, de la sociedad y de los sistemas educativos”.

 Comprendo la preocupación de las madres y padres que, alarmados ante ciertos procederes de sus hijos y con la información que les llega del colegio, acuden a profesionales de la medicina y siguen las recetas de éstos. Pero en los casos de los que estamos hablando, les animo a buscar soluciones alternativas naturales, sin efectos secundarios y de gran eficacia, aunque seguramente requerirán de más paciencia e implicación por parte de los progenitores. Generalmente demostramos una fe ciega en lo que consideramos más científico y ortodoxo, denostando lo más natural y obvio. Hemos dejado de confiar en la sabiduría ancestral y de nuestro propio cuerpo al estar totalmente desconectados de ellas.

 La atención del niño está dispersa y lo que nos toca averiguar es dónde tiene su mirada. El sistema educativo no ofrece contenidos interesantes y motivadores para estos cerebros inquietos, curiosos y altamente sensibles. Por otro lado, para nuestros vástagos la prioridad es su familia y ahí es donde muchas veces esta el quid del asunto pues es donde tienen fijada su atención. Aquí es donde nosotros como padres nos tenemos que involucrar. Tratamientos en los que trabaja toda la familia se han demostrado como muy eficaces. Existen métodos que abordan las dificultades en el aprendizaje que son consustanciales a un TDA o un TDAH y personas especializadas en estos trastornos.

 El metilfenidato y los compuestos derivados del mismo, son el nuevo ‘soma’ de este moderno ‘mundo feliz’. Ya advirtió Aldous Huxley sobre las consecuencias del suministro de aquella mágica sustancia que el Ministerio de Propaganda fomentaba para que nadie se saliera de un sano juicio y de un comportamiento adecuado. Una droga que garantizaba una felicidad sin mancha ni dolor, un estado del bienestar total y anestesiado, unos individuos adormecidos y con su individualidad y creatividad anuladas por completo. El escritor británico profetizó que las masas serían conducidas mansamente al matadero bajo los efectos letárgicos de los fármacos.

 Los seres humanos somos más complejos que las teorías que nos describen. Calificar a alguien como TDA o TDAH y prescribirle un psicofármaco para ‘normalizarle’ supone intentar un atajo lleno de socavones y de graves consecuencias. Albert Einstein, Thomas Alva Edison y Leonardo Da Vinci de haber nacido hoy, probablemente tendrían un diagnóstico de TDAH. Su genio hubiera quedado dormido y posiblemente hubieran vivido como personas “normales”. Frecuentemente a un TDAH viene asociado a personas muy originales e innovadoras y altamente creativas. Preservar su genialidad y no ‘estandarizarlos’ debería ser un objetivo para todos. No amargarles la infancia y adolescencia tachándolos de enfermos supone un primer paso. Como dice el profesor emérito de psiquiatría Dr. Thomas Szasz: “Debemos combatir la ‘coerción psiquiátrica’. Es una noble tarea en la que debemos perseverar a pesar de los obstáculos. Es una labor a la que nuestra conciencia nos obliga, a la que no nos podemos negar”.

Fuente: «El Confidencial» (Juan Perea) – http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/respetemos-ninos-puedan-ellos-mismos-20091124.html

 

 
 

Niños estresados.

Cada vez más los niños son sobre exigidos con agendas repletas de actividades extra escolares, que no les dejan tiempo para jugar.

Como a los adultos, este estilo de vida que se observa en la clase media y media alta de sociedades urbanas, a los chicos les produce estrés.

Es una realidad que preocupa a maestros, pediatras y psicólogos cuando detectan en niños de siete a diez años trastornos similares a los de los adultos, como contracturas, dolores de cabeza y problemas gastrointestinales recurrentes que son signos de estrés, pudiendo presentar además problemas neurolingüísticos asociados al proceso de comprensión.

Carl Honoré, autor del libro “Bajo presión”, señala que estamos viviendo la época del “niño dirigido”, demasiado cuidado y controlado, y amarrado a una maraña de cursos, talleres y actividades varias reguladas, que hacen que los chicos se enfermen más por permanecer mucho tiempo en lugares cerrados y poco tiempo al aire libre, por falta de movimiento, por tener que asistir a largas jornadas escolares, por no poder jugar en forma espontánea y sufrir mucha presión, con padres a su vez exigidos que tienen altas expectativas puestas en sus hijos. Pero este deseo de los padres de que sus hijos los superen, tiene un alto costo en los niños.

Los padres de clase media no pueden dejar grandes herencias a sus hijos como para asegurarles el futuro, por eso se preocupan en darles por lo menos la oportunidad de una buena educación, para que se puedan defender en la vida.

Algunos chicos no son aptos para colegios de doble escolaridad bilingües, ya sea porque les resulta difícil o porque son demasiado inquietos como para prestar atención tanto tiempo.

Cuando el nivel de exigencia es mayor del que pueden soportar, los chicos se enferman, desafían a sus padres, se rebelan, se portan mal en la escuela y terminan desbaratando los planes de sus padres creando serios conflictos.

Estamos viviendo una época que se caracteriza tanto por el nivel de exigencia como por los desbordes y la irresponsabilidad generalizada de niños y jóvenes; y la falta de comunicación los convierte en bombas en potencia si no tienen la oportunidad de hablar de sus problemas.

Ni en la casa ni en la escuela tienen un espacio para reflexionar, un canal para decir lo que les molesta, porque tanto padres como maestros sofocan los conflictos castigando a quienes los provocan pero no los enfrentan, cuando en realidad pueden ser constructivos y útiles para promover los cambios necesarios y favorecer el crecimiento.

Hoy en día los chicos como los adultos tienen que llevar agendas para anotar todas sus ocupaciones y obligaciones; y hasta los cumpleaños les producen estrés, un festejo que debería ser espontáneo pero que se ha convertido en un complejo ritual rígidamente estructurado que no deja lugar para ser distinto.

El mercado no puede dejar de lado la potencial fuente de recursos que representan los niños, por lo tanto crea la necesidad de hacer ciertas cosas que todos creen que deben hacer para pertenecer y ser aceptados.

Es necesario reflexionar sobre lo pernicioso de estas prácticas que nos llevan a hacer lo que quieren otros y no lo que deseamos nosotros, discriminando entre lo que es manipulación y lo que se ajusta realmente a nuestros deseos y principalmente a los deseos de nuestros hijos.

Carl Honoré se pregunta hasta qué punto es beneficioso que los chicos se formen de tal modo en lo funcional, en el cumplimiento de los objetivos y en la necesidad de destacarse del resto, sin tener la oportunidad de disfrutar de un tiempo improductivo que le permita ver más allá de lo convencional conocido y poder ser así más creativos.

Fuente: “Bajo presión”; Carl Honoré. http:/psicologia.laguia2000.com

 

 
 
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Adolescentes y la experimentación con drogas

La adolescencia representa un período clave de transición que transcurre en su mayor parte durante la segunda década de la vida. En el proceso entre la dependencia del niño y la plena autonomía del adulto, el adolescente experimenta múltiples cambios en su crecimiento físico, su fisiología y sus destrezas cognitivas y emocionales. Estos cambios ocurren en un contexto social dominado por los iguales. El cerebro adolescente y su conducta es el producto de la interacción entre genes y experiencias que se expresan durante este período de desarrollo.

La cuestión clave es: por qué los adolescentes se involucran en conductas problemáticas. Algunas teorías defienden que se debe a un predominio de los rasgos de búsqueda de sensaciones y riesgos que estarían incrustados en la arquitectura cerebral del adolecente. De manera alternativa a esta visión determinista, nuestra aproximación es que las conductas problemáticas pueden considerarse funcionales, propositivas e instrumentales para la consecución de las metas propias de este período. Específicamente, serían instrumentales al objeto de establecer una nueva jerarquía social donde los iguales del mismo sexo y del sexo opuesto ocupan un lugar prioritario.

Por tanto, el grado en que los adolescentes experimenten con drogas dependerá, tanto del contexto social (la búsqueda de jerarquía), como de su resistencia a la influencia de los pares y otras influencias genéticas y biológicas (por ejemplo, el consumo de nicotina de la madre durante la gestación). Estos factores impactarían en la conducta de experimentación con drogas a través de múltiples vías biológicas y psicológicas.

Fuente: http:/www.psiquiatria.com

 

 
 
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El Psicoanálisis y los Cuentos de Hadas

Bruno Bettelheim, célebre psicólogo infantil, se interesó en la influencia que podían ejercer los cuentos de hadas en los niños y llegó a la conclusión que tiene una extraordinaria importancia para la formación moral e intelectual de los niños.

A la luz del Psicoanálisis y la atención de niños durante muchos años pudo llegar a corroborar el importante papel que desempeñan estos cuentos en sus vidas.

Sostenía que la tarea más importante en la educación de un niño es la de ayudarle a encontrar sentido a la vida y a comprenderse mejor él mismo y a los demás a fin de lograr satisfactorias relaciones llenas de significado.

Para que un cuento atraiga la atención de un niño, éste debe ser divertido y además le debe causar curiosidad. Para enriquecerlo la historia debería estimular su imaginación, ayudarle a desarrollar su inteligencia, esclarecer sus emociones, y ayudarlo a reconocer sus dificultades sugiriéndole las soluciones a los problemas que lo inquietan, fomentando su confianza en si mismo y en su futuro.

Los cuentos aportan importantes mensajes tanto a nivel consciente como inconsciente.
Al hacer referencia a los problemas humanos universales, estas historias hablan a un pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, mientras que al mismo tiempo lo liberan de sus pulsiones inconscientes.

Muchos padres están convencidos de que los niños deberían conocer únicamente el lado bueno de las cosas, para evitarles sufrimientos o preocupaciones tempranas. Sin embargo, los cuentos de hadas les transmiten, que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, y que si uno no huye y se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, puede llegar a dominar todos los obstáculos.

Los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y conciso, un problema existencial. La maldad está siempre presente igual que la bondad, pero nunca en una sola persona sino en dos personajes diferentes.
En los cuentos de hadas el malo siempre pierde, de modo que la convicción que se transmite es que el crimen no resuelve nada y de esta manera es una persuasión mucho más efectiva que la enseñanza de normas morales.

El héroe es la figura más atractiva que favorece la identificación e imprimen en el niño las huellas de la moralidad con más fuerza que cualquier enseñanza.

Los personajes de los cuentos de hadas no son ambivalentes, es decir que no son buenos y malos al mismo tiempo, como somos todos en realidad.

Cenicienta es buena y las hermanastras son malas, ella es hermosa y las otras son feas, ella es trabajadora y las demás perezosas.

Esta particularidad ayuda al niño a comprender más fácilmente la diferencia entre ambos caracteres.

Las ambigüedades no deberían plantearse hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme.

De acuerdo a lo que antecede resulta interesante tener en cuenta la importancia que puede tener en los niños la oportunidad de conocer los antiguos cuentos de hadas que no todos tuvimos la oportunidad de conocer en el momento adecuado.

Fuente: http:/psicologiayelser.blogspot.com.ar

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Psicología Infantil – Amigos Imaginarios

Los amigos imaginarios son amistades invisibles que tienen los niños y algunos jóvenes, que los padres descubren cuando encuentran a sus hijos compartiendo sus juegos o su comida con otro niño inexistente para ellos.

Uno de cada tres niños de tres a siete años tiene un amigo imaginario que los otros no ven. Esto no es algo que debe preocupar a los padres, al contrario es un fenómeno que estimula la creatividad y ayuda al niño a superar dificultades difíciles en su vida. Sin embargo los padres suelen consultar con un psicólogo cada vez que se les presenta esta situación con uno de sus hijos, aunque al niño le haga bien.

La pregunta más común de los padres es si deben continuar aceptando esa fantasía o si deben tratar de que el niño la ignore.

Dado que todos los estudios científicos sobre este tema coinciden en afirmar que este tema no es motivo de preocupación alguna, lo mejor será seguirles la corriente y enterarse de sus conversaciones para poder comprobar si se trata de una forma de compensación relacionada con alguna carencia que esté sufriendo el niño, y no contrariarlo, ya que el amigo imaginario se relaciona con la circunstancia que está atravesando ese niño.

Algunos investigadores afirman que casi todos los niños han tenido un amigo imaginario en algún momento de su infancia pero que pudo haber pasado inadvertido por los padres y que posteriormente tampoco los mismos niños recuerdan.

Los niños no sólo pueden tener amigos imaginarios sino también animales, magos o superhéroes imaginarios, de todos los tamaños y a veces tan pequeños que pueden llevarlos en los bolsillos.

Los niños suelen considerar a sus muñecos o peluches compañeros imaginarios, con quienes pueden mantener una conversación y darles una identidad determinada.

Entre el 20 o 30% de los niños y jóvenes inventan un amigo imaginario; y aunque sirven para superar contrariedades, los niños maltratados o abandonados no los tienen, porque las experiencias traumáticas suelen bloquear la creatividad y el gusto por el juego.

En 1895, Clara Vostrovsky de la Universidad de Stanford, conoció a una joven que convivió con un grupo de amigos imaginarios hasta su adultez.

Las personas que tienen estas experiencias saben que su amigo no es real y que sólo existe para ellas.

Es importante diferenciar un amigo imaginario de una alucinación patológica producto de una psicosis, que en este caso se caracteriza por ser atemorizante y persecutoria.

Un amigo imaginario en cambio, se vive como alguien que ayuda y defiende, puede ser transformado, cambiado y manipulado y decidir cuánto tiempo va a durar.

Es curioso ver cómo estos niños suelen describir con mucho detalle las características personales de sus amigos imaginarios, que por supuesto también tienen nombre.

Un estudio realizado en la Universidad de Oregon dirigido por Marjorie Taylor, dio como resultado que el 70% de los niños entre 5 y 6 años, que tenían amigos imaginarios, eran hijos únicos o primogénitos, o sea niños que parecen empezar esa amistad porque se sienten solos.

Otro estudio demostró que los amigos imaginarios suelen aparecer en momentos de la vida en que se producen cambios importantes, como el nuevo embarazo de la madre, el nacimiento de un hermano, o si uno de los progenitores se ausenta del hogar por mucho tiempo.

Los amigos imaginarios también aparecen cuando los padres de un niño se separan o cuando cambian de domicilio y los obligan a perder a sus amigos.

Es evidente que los niños y también los jóvenes que tienen amigos imaginarios compensan los sentimientos de soledad, pérdidas afectivas o falta de atención.

Los niños imaginarios suelen desaparecer cuando el niño logra relacionarse con otros niños o cuando se adapta a su nueva situación luego de una pérdida.

Los ancianos pueden crear amigos imaginarios, principalmente cuando se quedan viudos; fenómeno que aún no ha sido bien estudiado.

El psiquiatra Kenneth Shulman tuvo tres pacientes de más de ochenta años que veían a sus cónyuges que habían fallecido, pero no deseaban compartir esta experiencia con sus familiares.

Fuente: “Mente y Cerebro”, No.49/2011, “Amigos imaginarios”, Inge Seiffge-Directora de psicología evolutiva en el Instituto Psicológico de la Universidad de Mainz. http:/psicologia.laguia2000.com

 

 
 
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