El milagro de la vida, para algunos un largo viaje

Cuando me planteé en serio la maternidad no imaginaba el camino que comenzaba a transitar, un camino largo, sombrío y plagado de decepciones.

Mirando a mi entorno pensaba que más pronto que tarde estaría hecho. Con suerte en unos meses estaría en ello y con menos suerte en poco más de un año. Jamás imaginé que a ese año seguirían otros, alguna que otra desagradable prueba médica, tres ciclos de inseminación artificial y que acabaría en una larga lista de dos años de espera para acceder a un programa de fecundación in vitro en la sanidad pública, una lista de espera con tantas condiciones como para rellenar una hoja entera y en la que no tienen cabida las parejas homosexuales y la mujeres solteras. El tiempo tampoco corría a mi favor, si cumples los cuarenta te quedas fuera y el riesgo de que en cualquier momento un político caprichoso decidiera rebajar el límite de edad nos empujo a plantearnos la opción de la sanidad privada.

A lo largo de ese camino me encontré con un médico, que sin ser especialista me dijo tajantemente «no vas a tener hijos, plantéate la adopción», con multitud de personas que ante embarazos ajenos me preguntaban « ¿y tú, no te animas?», para rematarlo con un «bueno, tú tranquila, ya llegará, tienes que tener paciencia, es porque no estás relajada, cuando te relajes…» de verdad, desechemos esta pregunta de nuestras conversaciones y más aun estas respuestas, son  extremadamente dolorosas para una mujer que desea ser madre.

El tiempo siguió pasando sin embarazo y sin un diagnóstico que lo descartara, entonces comencé a llorar con cada nuevo bebé, con cada nuevo anuncio de embarazo. Yo nunca me había preocupado por la maternidad, nunca había manifestado un interés especial y sin embargo esto cada vez ocurría con más frecuencia y no era capaz de controlarlo, me sentía poseída por algo que no tenía nada que ver conmigo. Entendí que no iba nada bien el día que tuve que abandonar una fiesta porque una pareja anunció su embarazo, me marché un momento pensando en relajarme pero no fui capaz de volver. Al día siguiente tenía claro que no iba a poder sola con todo aquello (y que la gente que me rodeaba, a pesar de sus buenas intenciones tampoco podría ayudarme), así que me puse en contacto con un buen especialista y pedí ayuda, comencé entonces a transitar otro camino, un camino de aprendizaje, ilusión y confianza.

Los nacimientos se sucedían uno tras otro, cada vez había más bebés a mí alrededor, algunos incluso llegaban por  sorpresa. Sí, una mujer de mi entorno llevó a termino su embarazo sin ni siquiera saber que estaba embarazada, esto que parece una leyenda urbana no lo es, conozco una mujer (y la conozco bien), que un día se presentó en la consulta de su ambulatorio con un fuerte dolor de regla y el doctor que allí se encontraba le dijo «claro, está usted de parto». Ella, mientras empujaba para parir en la camilla de un ambulatorio, pensó que soñaba, y yo, al día siguiente mientras mi madre me lo contaba, sentí que la vida se reía de mí.

Acudí a una comida con un grupo de cinco parejas y al llegar tres de ellas anunciaron su embarazo (para algunos ya era el segundo). Sonreír y dar la enhorabuena mientras te abofetean tres veces seguidas es todo un reto. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para no marcharme.

El mismo día que mi tercera y última oportunidad de inseminación artificial fracasaba, una de mis primas anunciaba su embarazo, no fui capaz de darle la enhorabuena hasta muchos meses después. Cada noticia de embarazo caía sobre mí como una losa de mil kilos y me producía una mezcla de sentimientos encontrados, alegría y frustración que no sabía manejar.

Y había quién seguía insistiendo con los nervios «ya sabes que los nervios no son buenos…», y yo pensaba « ¿qué nervios?, estoy tan agotada que no tengo fuerzas ni para estar nerviosa».

Empecé a sentirme mejor cuando comencé a hablar abiertamente de la situación, cuando empecé a expresar libremente que deseaba ser madre y no podía, cuando empecé a explicar en que consiste la inseminación artificial, a la que me había sometido en tres ocasiones con resultado negativo, en que consiste la fecundación in vitro, el número de inyecciones que debía pincharme cada día, (nada menos que 3 inyecciones diarias que yo misma preparé y me pinché cada tarde durante 7 días en cada uno de los intentos) y que el primer intento también había fracasado, o no, porque fue éste, él que le dio la pista a mis doctoras para averiguar la posible causa de tanta decepción (que por cierto, nada tenía que ver con la paciencia o los nervios).

Quiero dar las gracias a todos aquellos que han caminado a mi lado, al principio, al igual que a mí, les costó aprender a gestionarlo, a pesar de la cercanía se sentían distantes, deseaban poder hacer algo, ayudar de alguna forma y sin embargo sentían la impotencia de no poder concretar sus deseos de una manera visible, «poder hacer algo que sirva para algo», pero poco a poco fueron aprendiendo, y han sido una compañía imprescindible; a mi hermana, que lo ha sufrido desde la distancia y que esperaba mis cartas con impaciencia, cartas cargadas de sentimientos que yo escribía y que para mi suponían un desahogo importante; y a mis padres, ellos desde luego sobresaliente desde el primer día, tal vez porque en su día, aunque de otra forma experimentaron la dificultad, lo han hecho de una forma magnífica, excelente. Y a esas parejas que habiendo transitado antes que yo por este camino, me animaron y compartieron su experiencia conmigo para darme su fuerza, y en cuyo ejemplo me apoyaba para no perder la esperanza, no les nombro por respeto a su intimidad, pero ellos saben a quienes me refiero.

Mi marido, en este camino tan difícil de transitar emocionalmente, lleno de baches, caídas, llantos y decepciones, fue poco a poco aprendiendo a manejar mis emociones (además de cargar con las suyas), ardua tarea que aprendió hasta el punto de que cada vez que yo me caía, él me devolvía la ilusión, cada vez que me flojeaban las fuerzas, él era fuerte por los dos y lejos de alejarnos, toda esta experiencia nos ha hecho más fuertes, nos ha unido aun más. Te amo porque reflexionas y siempre das con la fórmula, porque siempre tienes un bote de salsa extra para mí.

Muchas mujeres siguen insistiéndome en la paciencia porque el embarazo se hace muy largo, y yo pienso que tal vez ellas tengan mucha experiencia con la maternidad, pero paciencia… yo sé lo que es esperar durante 15 días un mes tras otro durante años, para que el resultado siempre fuera el mismo, decepción; y el mes siguiente repetir de nuevo, dejar pasar los días hasta que la frustración casi se olvida y entonces toca empezar de nuevo y otra vez, «Zas! en toda la boca». Paciencia, sobre paciencia yo tengo un master (o dos).

Hay quién me dice «lo ves, al final todo llega», pero no, yo sé que no es cierto, y si no, que se lo digan a todas esas  parejas que siguen en el camino inmersos en largos y complejos procesos de adopción No, sé que no todo llega y por ese motivo cada día doy gracias a la vida por haberme concedido este deseo (no son pocos los días en que sigo llorando de la emoción) y a la ciencia por haberlo materializado; no permitamos que nuestros mejores científicos y técnicos se marchen porque de verdad que los necesitamos, sin ellos nada de esto habría sido posible.

Hablo de esto porque creo que hay demasiado silencio y hablar de ello abiertamente fue lo que en mi experiencia me llevó a sentir mejor, desde aquí quiero decir a cualquier mujer que esté pasando por algo así que puede contar conmigo y mi experiencia, que sé como se siente y que luche hasta donde crea que va a poder llevar sus fuerzas, pero que durante ese periodo trate por todos los medios de no perder la ilusión, esta es una carrera de fondo y como ya he dicho, es cierto que no todo llega, pero sólo el que no se rinde mantiene sus opciones de victoria; un reto difícil, lo sé, pero también sé que en este momento tengo una fortaleza que no tenía antes, yo misma me sorprendí de mi enorme capacidad para superar la tremenda decepción que supuso el primer ciclo de in vitro.

Aún queda mucho por caminar, pero de momento disfrutemos con alegría de este regalo y soñemos con la nueva y hermosa vida que está por llegar.

Calendario de CURSOS y TALLERES

garantia-satisfaccion

desQbre

Aportación de Colaboradores : Mónica Lopez

Los Hijos y los Límites

Los hijos, desde temprana edad, necesitan límites, porque en la adolescencia, si no han conocido límites ni valores éticos, la omnipotencia propia de esa edad puede arruinar sus vidas y exponerlos a situaciones peligrosas.

No se trata de que los padres impongan disciplina mediante castigos, sino de enseñarles con el ejemplo, haciendo lo mismo que predican.

Los hijos tienen que saber el verdadero significado de la libertad, que no es hacer lo que quieran sino que es la posibilidad de elegir con responsabilidad.

Tienen que conocer los valores morales, tener modelos de vínculos sociales y saber que la vida tiene un sentido más profundo, más allá del parecer y el tener.

Los hijos adolescentes tienen que ser respetados como son, estimulados en sus logros y reconocidos en sus méritos y sus padres deben asumir su rol con firmeza, poner las reglas y hacerlas cumplir.

Asumir el rol no significa ser amigo del hijo, sino nada más que su padre, su guía, su protector y su apoyo; siendo su principal función fijar los límites

Educación significa transmisión de conocimientos, actitudes y valores; pero más que palabras lo que aprenden los hijos es cómo se comportan sus padres, cómo se relacionan, cómo se conectan con la realidad, con sus amigos y clientes; y si respetan su código ético; porque es de la vida que hacen los padres de donde aprenden los hijos, no de sus sermones o consejos.

Educar es enseñar a los hijos que en una sociedad no se puede hacer cualquier cosa, porque el derecho de uno termina donde comienza el de los demás; que es necesario tener sentido de las prioridades; que antes de actuar hay que reflexionar; que todos tenemos derechos y obligaciones, que la realización en la vida depende en gran parte de nuestra conducta y que la libertad es para elegir con responsabilidad lo que está de acuerdo con las propias necesidades, que todos tenemos que aprender a conocer y valorar.

Una ley inquebrantable de la vida es que cada acción tiene su consecuencia y ser responsable es hacerse cargo de ella.

Tener hijos adolescentes exige a los padres atención, ser firme pero flexible al mismo tiempo, tener sensatez y sentido común, paciencia, tolerancia y comprensión; una catarata de virtudes que sólo se pueden implementar cuando los une el amor.

Los adolescentes cuestionan todo, se vuelven indolentes, desganados, cambian sus hábitos de niños y se obstinan en oponerse a cualquier restricción; todo les molesta, no están cómodos en su cuerpo y pueden sentirse inadecuados.

Es una etapa del desarrollo en que los padres tienen que estar más atentos, recordarles los límites, el cumplimiento de las reglas del hogar y de los horarios.

Lo mejor es que salgan en grupo, que los padres sepan dónde están y que vuelvan todos juntos aunque sea tarde.

El adolescente se mimetiza con sus pares y necesita ser como ellos para luego poder diferenciarse; pero en primer lugar se identifica con sus padres y aunque en ese momento de su vida parezca que piensa diferente, finalmente será como ellos.

No obstante, las amistades de esa etapa son fundamentales, porque los adolescentes quieren probarlo todo y no tienen miedo de arriesgarse.

Buena compañía, padres firmes pero flexibles que alienten a sus hijos a desarrollar su verdadera vocación y un hogar donde haya armonía, diálogo y contención es lo que necesita un adolescente para crecer y llegar a ser un adulto sano, capaz de hacer lo mismo por sus hijos.

Calendario de CURSOS y TALLERES

garantia-satisfaccion

desQbre

Fuente:  Malena – Psicologia la guia 2000.com

Cómo conseguir que mi hijo me escuche

“¿Cómo te ha ido hoy en el colegio?» Si hiciéramos un estudio estadístico sobre la pregunta que más hacemos los progenitores a nuestros hijos, seguramente ésta estaría en el primer puesto. Como también en el primer lugar encontramos la respuesta que generalmente dan: “normal». Así que nos enfrentamos a una pregunta que encierra una irrevocable respuesta. Pero, ¿cuáles son los motivos? Vamos a ver algunos.

Ante todo, cada niño (en realidad, cada ser humano, incluso si realizan actividades distintas), cuando regresa de la escuela necesita que le den la bienvenida, que se le felicite, regodearse. Sólo después de esta “celebración», el adolescente puede comenzar a hablar de lo que ha hecho durante la mañana. Por norma general, si mostramos que estamos muy interesados en su persona, en sus necesidades, en su estado de ánimo, y no sólo en su actividad, seguramente obtendremos mejores resultados, y también mayores satisfacciones.

Abraham Maslow, psicólogo estadounidense, habla de ello en su teoría de las necesidades primarias, que se hizo famosa porque ha sido la primera en la cual se ha estudiado a personas sanas para entender su bienestar. La conclusión fundamental de esta teoría es que una persona que tiene éxito en su vida, tiene éxito a la hora de satisfacer sus necesidades en cada nivel. Voy a exponer una breve síntesis de este aspecto: podemos imaginar tres niveles de necesidades. Tras el primer nivel, entendido como necesidad fundamental (comida y descanso), encontramos, en el segundo nivel, la seguridad, el afecto y la socialización, mientras que en el tercero hallamos la autoestima y la realización. Maslow habla, en este caso, de un principio fundamental: ¡no existen niños malos, ariscos, maleducados!

Hay niños que no han satisfecho sus propias necesidades y muestran un comportamiento disfuncional para manifestar su desagrado. Por este motivo, antes de avasallar a tu hijo con esta famosa pregunta, pregúntele mejor, cómo se siente, cual es la causa. Abandone el modo de «piloto automático» y colóquese, por un instante, en su lugar, saludándolo sin interrogarlo. Sé que al principio será difícil pero bastará con practicar un poco…

Otro aspecto fundamental para ser escuchado es… ¡escuchar!

Si ha leído nuestros artículos anteriores, sabrá que el ejemplo es un aspecto fundamental en el crecimiento de un niño. ¿Quiere ser escuchado? Bien, ahora prepárese para escuchar realmente y de manera activa. Atención: escuchar no es una técnica, sino un verdadero estado de ánimo. Fundamentalmente, es una actitud decidida de sincero interés hacia el otro, es un modo de ser. Obviamente, y a pesar de no ser una técnica, la escucha activa cuenta con una serie de características que, una vez respetadas, mejoran sensiblemente la comunicación. Las características básicas son:

– Qué podamos realmente de escuchar. Si no es un buen momento, o surge una urgencia que nos impide escuchar, es mejor dejarlo para después.

– Evitar emitir juicios y dar soluciones. Se llama escuchar porque usamos los oídos, no el razonamiento. Es importante escuchar y captar la situación.

– Confiar en la capacidad de nuestro hijo.

– Aceptar el estado de ánimo del niño. Su quieres colocarte en la posición del oyente activo, debes oír y aceptar la reacción que pueda tener. Se debe dejar libertad para que se exprese, ello hará más satisfactorias las relaciones diarias.

En el instante en el que entremos en la condición de oyentes, será más fácil que nos escuchen.

Ahora, vamos a ver cuáles son los peores enemigos de la comunicación y, por tanto, del oyente:

Los sermones. Un sermón es el mejor modo para que no nos escuchen. El niño percibe sólo su “petulancia» pero no su significado. El sermón les aburre y les hace sentirse inadaptados.

El ofrecimiento de ayuda. La típica frase es “voy a enseñarte cómo se hace», hace sentir al niño incapaz. ¡Acepta que aprenda de los errores! Será una de las razones de su crecimiento.

La comparación. “Mira bien a tu hermana», “tu amigo sí que es bueno», “eres tan bueno como mi madre». Frases como esas, ya sean positivas o negativas, crean un efecto desastroso en el niño. Si son positivas, pueden conducir al niño a sufrir una gran ansiedad por tener que actuar correctamente, por no hablar de la gran expectativa que genera. Por el contrario, si son negativas, pueden generar odio hacia la persona con la que se compara y, si no se consiguen los resultados esperados, puede llevar a la frustración y una baja autoestima.

Estos tres enemigos se pueden vencer fácilmente, basta con sustituirlos por una escucha activa e interés sincero, haciéndole entender que será imposible no hacer nada malo. Lo importante es cometer el menor número de errores posibles y aprender de los ya cometidos. En el fondo, somos distintos de las moscas, tenemos un cerebro más desarrollado y podríamos evitar la propia muerte que se produce cuándo éstas insisten en chocar contra el cristal de la ventana sin saber que ésta está cerrada.

Y recuerda que “todos los adultos fueron niños alguna vez (sin embargo pocos de ellos se acuerdan)» Antoine de Saint-Exupéry.

Calendario de CURSOS y TALLERES

garantia-satisfaccion

desQbre

Fuente: MundoPsicologos.com

Consejos para padres: El día en que dejé de decir «date prisa»

Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.

Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.

Y aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: «Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.

Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.

«No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti, mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.

Ya se trate de …

  • Tomarse un helado
  • Coger flores
  • Ponerse el cinturón de seguridad
  • Batir huevos
  • Buscar conchas en la playa
  • Ver mariquitas y otros bichos
  • Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

 

Calendario de CURSOS y TALLERES

garantia-satisfaccion

desQbre

Fuente: Rachel Macy Stafford – Huffingtonpost.es

Manual para padres primerizos

Este artículo está escrito para quienes les gustaría ser padres (o madres) alguna vez en la vida. Para aquellas parejas que han tomado la decisión de tener un hijo. Para aquellas que están en pleno embarazo y en apenas unos meses verán nacer a su primer retoño. Y, por qué no, también para los padres y las madres que quieran recordar cómo les cambió la vida traer un bebé a este mundo. Para todos ellos, a continuación se describe la letra pequeña de la maternidad y la paternidad. Es decir, los puntos más delicados que cualquier pareja deberá afrontar al recibir a su primer vástago.

Nada más comunicar a nuestro entorno social y familiar que vamos a tener un hijo, empezamos a acumular recomendaciones –muchas de ellas, totalmente contradictorias– acerca de cómo deberíamos vivir este momento tan decisivo. Pero dado que cada bebé es único y cada pareja es diferente, digan lo que nos digan no quedará más remedio que aprender de la propia experiencia. Una cosa es lo que creemos que es la paternidad y otra, infinitamente distinta, lo que realmente implica ser padres. Es imposible saber de antemano lo mucho que la llegada de nuestro primer hijo va a cambiarnos la vida. Así que solo queda relajarse y esperar.

Los hijos no unen a las parejas ni las hacen más felices; más bien destapan las verdades que se ocultan debajo de la alfombra de nuestro hogar” León Tolstói

La pareja deberá pasar los días de cuarentena sexual. Una vez que la mujer se recupera del parto, hemos de dedicar tiempo y energía para mantener encendida la llama de la pasión. Y puesto que el bebé convierte a cada miembro de la pareja en papá y mamá este nuevo rol debe llevar a descubrir aspectos de nosotros mismos que desconocíamos.

Al trastocar nuestra rutina, en muchos casos el cansancio acumulado provoca que aflore nuestro lado oscuro, poniendo de manifiesto el tipo de persona que realmente somos. Cultivar la comunicación, la complicidad y la generosidad resulta esencial.

Por más que al principio cueste despegarse del bebé, es fundamental crear espacios de intimidad para estar a solas. Al menos una vez por semana podemos organizar una comida o una cena para dos, en la que –como hombre y mujer– cultivemos nuestra relación de amigos, amantes y compañeros de viaje. Lo cierto es que la llegada de un niño nos adentra en una rutina y una inercia que suele alejarnos de la pareja, creando una distancia emocional tan imperceptible como difícil de detener. Además, si cesa el amor entre los padres, los hijos lo acaban pagando. No es casualidad que durante los primeros tres años desde el nacimiento del primer hijo se produzcan cada vez más separaciones.

Los bebés son criaturas adorables. Pero dado que no pueden valerse por sí mismos, enseguida se apegan al afecto y la seguridad de papá y mamá. Además, dado que viven en modo supervivencia, son tremendamente egocéntricos y demandantes. Precisan el cien por cien de nuestra atención; no se conforman con menos. Si la mujer decide darle el pecho, el niño necesitará su presencia una media de seis horas diarias. También hay que limpiarle y cambiarle el pañal alrededor de siete veces por día, así como ponerle y quitarle la ropa, bañarlo, darle mimos, jugar con él y estar a su lado en todo momento para que no se sienta solo y no se haga daño.

Y no solo eso. La gran mayoría de ellos se despiertan un par de veces cada noche, utilizando su llanto como medio de comunicación. En general, lloran porque les duelen las encías cuando empiezan a salir los dientes, porque tienen fiebre o se sienten sucios. Algunos expertos recomiendan dejarlos desahogarse un rato, para que aprendan el hábito de conciliar el sueño por sí mismos. Otros proponen meterlos en la cama de los adultos, para que se sientan reconfortados por la calidez que les proporciona sentir a sus padres cerca. Sea cual sea la decisión, se debe evitar caer en la tiranía de los reproches y del “te toca a ti”. Es esencial armarse de paciencia y de generosidad para sacar fuerzas de donde sea y no pagar el mal humor con nuestra pareja.

Amar a nuestros hijos implica dejar de lado nuestros deseos para atender sus necesidades. Y hacerlo cada día durante muchos años”Erich Fromm

En paralelo, hemos de reorganizar nuestras prioridades y aspiraciones vitales, adaptándonos a los horarios de nuestro retoño. Dado que alguien ha de estar 24 horas al día junto a la criatura, tarde o temprano hay que tomar decisiones: ¿podemos permitirnos que uno de los dos miembros de la pareja deje de trabajar? ¿Contamos con la ayuda diaria de los abuelos? ¿Contratamos a una canguro de forma fija? ¿Lo llevamos a la guardería?

En cuanto a los fines de semana, el principal hobby pasará a llamarse “ejercer de padres”. Nuestras aficiones quedarán en un segundo plano, pero siempre se pueden encontrar soluciones llegando a acuerdos. Buscar la complicidad en la pareja para intentar mantener algo de la vida personal de cada miembro resultará fundamental. Los malabarismos para conseguirlo están garantizados, pero merecerán la pena.

No vemos a nuestros hijos como son, sino como somos nosotros. En demasiadas ocasiones proyectamos sobre ellos nuestros miedos, carencias y frustraciones. Hoy día existe una tendencia generalizada a convertirse en padres perfectos, cayendo en las garras de la hiperexigencia y la sobreprotección. Sin embargo, es imposible evitar que los hijos entren en contacto con el dolor. Los bebés padecen todo tipo de enfermedades, experimentan diferentes niveles de fiebre, se caen al suelo, se dan golpes… Muchas veces lloran porque no entienden por qué les pasa lo que les pasa. Sin embargo, por más que se lean libros sobre paternidad, seguramente resultará inevitable caer en las visitas a urgencias a altas horas de la madrugada por haber convertido un granito de arena en un enorme castillo.

Ni se puede convertir en un drama volver a casa con la sensación de no saber nada de nada, ni se debe salir corriendo en busca del médico más cercano a la primera de cambio. El libro de instrucciones infantil aumenta de páginas, enseñanzas, consejos y trucos cada día de convivencia con nuestro hijo. Y debemos estar atentos para tomar buena nota mental de las cosas que hemos hecho bien y de las que han resultado equivocadas. Nuestro equilibrio personal y nuestro hijo nos lo agradecerán.

Para cuando un hombre se da cuenta de que quizá su padre tenía razón, ya tiene un hijo propio que piensa que su padre está equivocado”Charles Wadsworth

Es curioso constatar cómo en la medida en que vamos ejerciendo el rol de padres, se manifiestan con fuerza rasgos, conductas y actitudes de nuestros propios progenitores. En algunos casos llegamos incluso a comportarnos del mismo modo que solíamos criticar en nuestros padres, estableciendo dinámicas con nuestra pareja que tanto juzgábamos y condenábamos cuando las veíamos desde nuestro papel de hijos. De ahí que se diga que “la sombra de papá y mamá es alargada”. O que “en la cama no dormimos dos, sino seis”, pues cada uno de los miembros de la pareja carga con el condicionante cultural y la herencia emocional de sus propios progenitores.

Como padres, el mejor regalo que le podemos ofrecer a nuestro hijo es compartir con él nuestro bienestar emocional. De ahí que antes de empezar a ocuparnos de él, hemos tenido que ocuparnos de nosotros mismos. Ejercer el rol de padres implica matricularse en un máster de amor incondicional. Puede que no haya notas, pero sí exámenes cada día. Para aprobar y superar los retos que nos plantea tener un niño hemos de comprender que lo importante es lo que sucede a través nuestro al servicio de nuestro hijo. Así, sus necesidades son nuestras prioridades. Y si bien esta afirmación es fácil de decir, da para toda una vida de aprendizaje. ¡Buen viaje!

 

Calendario de CURSOS y TALLERES

garantia-satisfaccion

desQbre

 

Fuente: Borja Vilaseca – ElPais.com