¿Estás pendiente de darte placeres?

¿ESTÁS PENDIENTE DE DARTE PLACERES?

En mi opinión, la mayoría de las personas sólo nos proporcionamos placeres esporádicos, y no con la asiduidad y calidad que podríamos o deberíamos hacerlo.

Ya lo sé: generalizar es un error, y más aún cuando se desconoce el destinatario final de un escrito que no se sabe a dónde va a llegar ni quién va a ser la persona que lo lea.

Pero hablo con las personas, las escucho, leo historias personales, y de todo ello saco la idea de que la gente – generalizando…- no es muy dada a darse placeres de un modo habitual.

Algunas personas todavía arrastran un sentimiento improcedente y secreto de culpabilidad si disfrutan, como si eso fuera un pecado, como si estuvieran desobedeciendo una orden que algún desalmado les ha inculcado: “NOOOOOO DISFRUUUUUUUUUTESSSSS…”

Otras personas se toman demasiado en serio la vida, se cargan de un dramatismo innecesario, y asocian un estatus social o una edad a un tiempo de seriedad, viviendo en un personaje extemporáneo que le impide disfrutar con libertad, reírse a carcajadas, o gastar bromas.

Siempre he pensado que si el Creador nos ha dotado de una serie de sentidos o capacidades que nos permiten disfrutar, gozar, reír, emocionarnos, regocijarnos, deleitarnos, sentir… será, precisamente, para que lo hagamos.

Y, en cambio –generalizando…-, son más los momentos que vivimos en tensa inquietud, en una tristeza innecesaria, en una preocupación perjudicial, en una seriedad casi dramática…

Opino que darse placeres de cualquier tipo, mientras no sean perjudiciales para uno mismo y no sean dañinos para los otros, es una de las tareas importantes de la vida.

Si somos conscientes de que queremos el bien y lo mejor para los otros –en especial para familiares o conocidos queridos-; si les observamos y nos regocijamos con su satisfacción y felicidad cuando hacemos algo por ellos y les damos algún tipo de placer; si vemos el beneficio que les aporta nuestra atención hacia ellos…

¿Por qué no hacemos lo mismo con nosotros mismos?

¿Por qué esa desatención o esa renuncia?

¿Por qué aplazarlo o por qué tener que buscar una razón suficiente para darnos un placer si eso es algo que no necesita un motivo concreto?

Si somos capaces de observarnos y padecernos en nuestros momentos menos buenos, si nos acompañamos en todas nuestras desdichas, si somos espectadores de primera fila de nuestras inquietudes y sufrimientos, si nos tenemos que acompañar en las circunstancias duras, si somos conscientes de nuestro tremendo esfuerzo para seguir adelante en muchas ocasiones… ¿Por qué no somos lo suficientemente justos y generosos y nos premiamos con placeres?

Sería conveniente para las personas que se vean reflejadas en este escrito que revisaran sus actitudes o pensamientos hasta encontrar cuál o cuáles son las razones que utilizan o los motivos inconscientes que les hacen comportarse de ese modo.

Sería muy interesante, y beneficioso, averiguar por qué no se dan placeres de un modo habitual. (Y cuando digo placeres no me refiero a regalos caros: hay mil cosas gratuitas que pueden dar gozo)

Tal vez se sorprendan descubriendo que una Autoestima baja les ha convencido de que no son merecedores de ello; o quizás se encuentren con una etapa de su pasado en que una madre castradora y confundida les hizo creer que hay que ser generoso con los otros y austeras consigo mismas; o es posible que piensen –equivocadamente- que uno puede prescindir de ello sin gran sacrificio y que los otros lo aprecian más –y detrás de esto lo que en realidad se esconde es que lo que les importa no es el placer que les aportan a los otros sino el placer que siente su ego al considerarse tan buena y tan generosa-; o que lo que hacen con su “generosidad” no es satisfacer al otro gratuitamente, sino esperar y recibir a cambio de ello el amor que uno no es capaz de darse a sí mismo.

Por supuesto que detrás de la generosidad de placeres no siempre se esconden motivaciones ocultas o retorcidas. También hay quienes son generosos de un modo altruista. Pero lo que nos interesa en este momento es comprobar por qué uno no está tan pendiente de darse placeres a sí mismo como de dárselos a los demás.

Para los creyentes, y para los no sean creyentes pero sean inteligentes, una frase: “Amarás al prójimo COMO A TI MISMO”. COMO – A – TI – MISMO.

Esto significa EN LA MISMA CANTIDAD que al prójimo. Y, posiblemente, también quiera significar DEL MISMO MODO O MANERA. CUÍDATE. Este sería, posiblemente, el mensaje del Creador de cada uno de nosotros.

Y con ese CUÍDATE se refiera, posiblemente, a cuidarse en todos los aspectos (físicos, mentales, emocionales, sentimentales, placenteros…)

CUIDARSE, darse placeres, es, sin duda, un modo de acercamiento entre uno y Uno Mismo; una forma de estrechar lazos, de relacionarse mejor, de apreciarse, de premiarse por las penurias, de reconocimiento y agradecimiento y, en fin, de utilizar del modo adecuado esas capacidades intrínsecas del Ser Humano de gozar, de sentir placer, de disfrutar…

Te dejo con tus reflexiones…

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Articulo de Colaboradores: Francisco de Sales – www.buscandome.es

La Infidelidad en pareja.

hombres-infielesEl diccionario nos dice que la fidelidad es sinónimo de lealtad, o sea el sentimiento o la palabra que uno debe al otro.

La lealtad es el compromiso moral en el actuar que proporciona una imagen de nosotros mismos y que genera confianza en los demás.

La moral es una facultad del espíritu que se refleja en la vida cotidiana. En sentido estricto es el conjunto de reglas o normas por las que se rige una persona en relación con Dios, con la sociedad y consigo mismo.

La moral se relaciona con la libertad y abarca la acción del hombre en todas sus circunstancias vitales.

La moral de una persona en particular está mucho más allá de las leyes, siendo éstas la expresión de una moral colectiva producto del consenso.

La moral personal se trata de un mandato interno, una decisión consciente y voluntaria que el hombre, como ser libre, diferente de los animales que viven en un mundo cerrado por sus instintos, decide respetar.

La moral no puede ser relativa a las circunstancias, no cambia, siempre es la misma, porque tiene características universales.

El acto correcto para una persona trasciende el concepto dualista del bien y del mal y se relaciona estrictamente con los valores relativos y los absolutos.

El valor relativo es todo aquello que orienta y motiva en el mundo sensible, se refiere a la obtención de cosas materiales o de los placeres, pero valor es también desde el punto de vista clásico la idea del bien o de lo que es bueno en forma universal, teniendo en cuenta la parte esencial de la vida que no se puede ver con los ojos sino que sólo se percibe con el espíritu.

La batalla entre valores relativos y absolutos es la tragedia humana, y el hombre está condenado a elegir su destino cada minuto de su existencia.

Una persona me escribe relatándome su situación puntual. Es una mujer casada que es feliz en su matrimonio. Su esposo es una excelente persona, buen padre, buen hijo y buen marido, pero entre ellos se acabó la pasión luego de diez años de estar juntos.

Ella conoce a un hombre en el trabajo que le gusta y se insinúa abiertamente. Él se presta a la relación sin tomar ninguna iniciativa, sólo dejándose llevar.

Ella se da cuenta que es la que empezó todo y si desea continuarlo deberá ser siempre la que sostenga esa relación, que por ahora no desea que termine tan pronto.

Me pregunta entonces qué debe hacer.

Nadie tiene la autoridad suficiente para decirle a otro qué tiene que hacer, porque estamos todos obligados a elegir nuestro propio destino; y si como en este caso alguien pide que lo ayuden en su decisión también está eligiendo al consejero.

Es justamente en estos momentos de indecisión cuando una persona se tiene que enfrentar con sus propios valores, tanto con los relativos, o sea aquellos que la orientan y motivan en la vida y con los absolutos que no cambian y que se relacionan con el espíritu y la paz interior.

Porque somos nuestros valores y la personalidad es una estructura cuyo eje son los valores.

Si se deciden conductas contrarias a los propios valores, la consecuencia es el comienzo de la batalla con uno mismo y el fin de la paz interior.

Donde hubo fuego cenizas quedan y la pasión se puede recuperar, porque la intención es la fuerza más poderosa para hacer que los deseos se hagan realidad.

El matrimonio tiene mesetas que hay que tener la valentía de atravesar sin caer en ningún precipicio, porque los errores se pagan con sufrimiento.

Todas las parejas pasan por esas etapas y está en cada uno saber vivirlas con inteligencia sin buscar soluciones fáciles que pueden terminar en tragedias.

Muchos buscan en el sexo calmar la angustia que les produce el aburrimiento. Pero esa angustia existencial sólo se cura con crecimiento y desarrollo personal.

El problema es que es nuestra propia conciencia es la que busca la reparación de los errores y nosotros mismos somos los jueces más severos.

Además no hay que olvidarse que nuestros hijos nos están mirando y la felicidad de ellos es lo más importante.

 

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Fuente: psicologiayelser.blogspot.com.ar