desQbre – La infancia, cuanto más infeliz, más materialista

Cuanto más infeliz eres en la infancia, más materialista te vuelves. Al menos eso es lo que se deprende de una investigación holandesa de la Universidad de Ámsterdam realizada con medio millar de niños de 8 a 10 años de edad. En concreto, los resultados apuntan a que “los niños menos satisfechos con sus vidas se vuelven más materialistas a medida que crecen, aunque solo si ven excesiva cantidad de anuncios publicitarios en la infancia”, según expone Suzanna Opree, coautora del estudio que publica la revista Pediatrics. Para los autores, el materialismo se describe como una “preocupación por las posesiones acompañada de la creencia de que los objetos proporcionan felicidad y éxito”.

Los científicos afirman que los niños infelices son más susceptibles a los mensajes de los anuncios televisivos, que por regla general incitan a asociar el consumismo a la felicidad. Por término medio, se estima que un niño británico está expuesto a 10.000 anuncios al año, mientras que un chaval estadounidense visualiza en torno a 40.000 spots televisivos anualmente.

Estudios previos en adultos revelan que las personas poco satisfechas con su vida tienden a adoptar un pensamiento materialista, pero también que las personas más materialistas se sienten cada vez menos satisfechas. «Es una pescadilla que se muerde la cola», aclaran los científicos. Atajarlo desde la infancia, sostienen Opree y sus colegas, sería el mejor remedio

Fuente: «Muy Interesante» (Elena Sanz) – http://www.muyinteresante.es/cuanto-mas-infeliz-mas-materialista

desQbre – Cómo prevenir el abuso sexual en niños

Los estudios hablan de que 1 de cada 5 niños es víctima de abuso sexual teniendo en cuenta a niños de todas las edades, razas, clases sociales y religiones. El 86% ocurre por personas cercanas al entorno del niño aprovechando la confianza de este. Es muy difícil proteger al 100% a nuestros hijos pero sabemos que si prevenimos a los niños y les enseñamos unas reglas básicas ellos mismos pueden poner trabas al abusador o pedir ayuda cuando les haya pasado. Es importante que lo cuenten porque si trabajamos psicológicamente con el niño al poco de ocurrir el abuso, no tiene por qué dejar secuelas en su vida futura.
 
El modo de transmitirle estas reglas de prevención debe ser adecuado ya que se trata de niños pequeños que no tienen un conocimiento de la sexualidad adulta (y no tienen porqué tenerlo en un principio). No podemos dar información que no estén preparados para conocer ya que esto puede confundirles y tener consecuencias para ellos.
 
Algunos organismos europeos y españoles se han reunido para crear unas pautas educativas básicas que enseñar a nuestros pequeños y poder prevenir así el abuso sexual. Se ha creado para esto la regla de Kiko que enseña a los niños dónde otras personas no pueden tocarle, cómo reaccionar si les pasa y a quien dirigirse para pedir ayuda. Se acompaña de un cuento “Kiko y la mano” y de un video de animación.
 
La regla de Kiko tiene 5 puntos a través de los cuales podemos iniciar una conversación con nuestros hijos:
 
1. Tu cuerpo es tuyo: Es necesario que enseñemos a los niños que su cuerpo les pertenece y nadie puede tocarles sin su permiso. Deben conocer el nombre correcto de cada parte del cuerpo y diferenciar las partes “privadas”. Aunque nos resulte molesto porque puedan negarse a dar un beso a un conocido o familiar, deberíamos enseñarles que tienen derecho a decir “no” a un contacto físico que no les guste ya que recordamos que el abuso puede venir de una persona a la que incluso quieran. Hay que enseñarles que ante un contacto físico inadecuado deben alejarse y contárselo a una persona de confianza.
 
2. Buena forma de tocar- mala forma de tocar: Los niños pueden no diferenciar las formas apropiadas de las inapropiadas de tocar, por ello la regla de Kiko les pone una norma clara: la ropa interior. Esta siempre delimita las partes íntimas por lo que no deben permitir que nadie toque o mire sus partes privadas o que les pidan que miren o toquen las partes privadas de otra persona. Como podemos imaginar ciertas conductas de higiene pueden llevarles a error por lo que resulta fundamental crear un ambiente de confianza en el que ellos puedan pedir ayuda a un adulto que compruebe si se trata de un comportamiento aceptable.
 
 
3. Secretos buenos-secretos malos: El secreto es la base sobre la que se ejerce el abuso sexual, los psicólogos encontramos a menudo que el secreto puede hacer más daño que el abuso en sí. Los abusadores suelen inculcar el secreto del abuso en los niños lo que hace que se perpetúe en el tiempo sin que nadie pueda sacarle de la situación. La manera de evitar esto es enseñar a nuestros hijos la diferencia entre “secretos que hacen sentir bien” y “secretos que hacen sentir mal”. Por ejemplo: guardar en secreto un regalo para mamá hasta el día de su cumpleaños es un secreto que nos hace sentir bien pero tener en secreto algo que nos pone tristes es un secreto malo. Los secretos malos siempre hay que contarlos a una persona de confianza (familiar, maestro, médico..)
 
4. La prevención y la protección son responsabilidades que incumben al adulto: Aunque los niños pequeños no tengan del todo instaurado el significado de lo sexual, cuando sufren un abuso pueden percibir que lo que les ha pasado “no está bien” y sentir vergüenza o culpabilidad. Por esto, debemos facilitar un ambiente de comunicación en el que puedan abrirse sin miedo a represalias ya que un niño/a nunca es el responsable de un abuso. Los adultos debemos estar atentos al comportamiento de los niños y permitir que nos puedan hablar de estos temas en cualquier momento.
 
5. Otros consejos útiles:
· Debemos enseñar a los niños qué adultos forman parte de su red de seguridad, a quiénes puede pedir ayuda.
· No olvide el proceso que utilizan los abusadores para ganarse al niño/a: debemos acostumbrarlos a que nos cuenten si en su entorno alguien les ofrece regalos sin motivo aparente, les piden que tengan secretos o trata de quedarse a solas con ellos.

 

· Enseñe a los niños reglas sobre el contacto con extraños: No subir a un coche de un extraño, no aceptar obsequios o invitaciones de un extraño…
· Facilite a su hijo el conocimiento de profesionales que pueden ayudarle: el médico, profesor, psicólogo, policía… Igualmente puede poner a su disposición los números 116111 y 900 20 20 10 de ayuda a niños y adolescentes en riesgo. Estos teléfonos son gratuitos, confidenciales y atendidos por profesionales.
 
Cómo actuar si sospechas un abuso: En caso de que el niño/a cuente un abuso o lo sospechemos por ciertos comportamientos, no te enfades con tu hijo/a y evita interrogarle, sobre todo no podemos preguntar por qué ha sucedido (nunca hay un motivo que el niño pueda entender). Intenta no mostrar tu malestar delante del niño, este le dará un valor a lo sucedido en función de lo que vea reflejado en ti y de esta reacción dependerá su sentimiento de culpa o el que pueda ocultar información. Tranquiliza al niño/a diciendo que tomarás medidas para que no suceda más y ponte en contacto con alguien que pueda ayudarte (psicólogo, médico, policía…). En España puedes llamar al teléfono ANAR de 91 726 01 01 o al 600 50 51 52 ambos atendidos por profesionales 24 horas que pueden ayudar y orientar a adultos que conocen una situación de riesgo de un menor. Es un servicio totalmente confidencial.
Si sospechas que esto está sucediendo a un menor de tu entorno, sobre todo no hagas oídos sordos, como adultos tenemos la obligación de proteger a los menores ya que ellos no cuentan con recursos suficientes para hacerlo.
 
 

desQbre – Salud Emocional en Niños y Adolescentes

Toma mucha paciencia combinado con el buen juicio y relaciones cariñosas y calorosas para críar niños emocionalmente sanos y alegres. Pero no importa lo qué usted hace, sus niños todavía van a sentirse tristes, asustados, ansiosos y enojados, de vez en cuando. Su desafío, como padre, es aprender cómo ayudar a sus niños hacer frente a sus sentimientos y a expresarlos de una manera socialmente aceptable que no causa daño a otros y que sea apropiada para su edad y sus capacidades.

La Importancia de la Confianza El factor más importante de fomentar salud emocional en su niño es la calidad de la relación que usted tiene con él. Sin la presencia de la confianza en este lazo, es imposible que su niño se siente seguro, cerca de usted o cómodo. La confianza tiene sus raíces en la infancia cuando los bebés sientan que pueden depender de los adultos cerca de ellos para ocuparse de sus necesidades básicas. De la perspectiva de su bebé, el cuidado razonablemente rápido y constante es un ingrediente esencial para crear confianza. Cuando las necesidades de su bebé son cumplidas, su hijo desarrolla confianza en usted y él se siente valorado e importante.         También es importante mantener este sentimiento de confianza mientras que su hijo continúa creciendo. Una de las maneras más fáciles de construir confianza es manteniendo una rutina ordenada para el día, así su hijo puede predecir que va a suceder. Reglas concistentes que su niño puede entender también contribuyen a su sentido de confianza. Los adultos que se pueden mantener bajo control también animan la confianza de los niños. Así los niños pueden predecir que serán las respuestas de los adultos y crea confianza. Es también importante que las reglas y las tareas sean apropiadas para la edad y las capacidades del niño.         La confianza entre usted y otros que cuidan su niño es esencial. Esta conección es importante para todos los niños, pero especialmente para los niños con inhabilidades.

Las Opciones y los Límites El mecanismo impulsor del niño hacia independencia y la propia-afirmación es una etapa importante del desarrollo emocional. Mantenga límites cuando sea necesario y permite independencia cuando sea posible. Evite las confrontaciones cuando pueda, pero insista en hacer cosas en su manera cuando es necesario y dele a su hijo muchas opciones para que pueda tomar sus propias decisiones. Hay muchas opciones que usted puede ofrecer, pero deben ser opciones limitadas; no «desees ponerte una sudadera? » pero » cual sudadera? » no «cual vejetal queires en su plato? » pero «quieres zanahorias o habas? » Usted puede también dar a sus niños opciones sobre sus juegos y actividades. Cuando espera que los niños elijan para sí mismos qué desean hacer, tienen oportunidades infinitas para tomar decisiones.         Niños mayores como de 4 ó 5 años necesitan hacer conecciones con el mundo a su alrededor, de ser parte de un grupo. Trata de animar a niños de esta edad de pensar en ideas por si mismos y de intentar nuevas actividades. Es importante que ellos sientan la satisfacción emocional que viene de tener experiencias nuevas con sus amigos.
Cuando los niños no tienen oportunidades de escoger opciones, el resultado son luchas sin fin con un niño con bastante espíritu y una pérdida de confianza en niños con menos espíritu. Pero no todo es una opción y la respuesta es a veces » no. » Aprendiendo cómo manejar las decepciones, y los retardos son también una parte crítica de desarrollar una actitud emocional sana y equilibrada. Intente reducir el nivel y la frecuencia de decepciones y de frustraciones para evitar batallas innecesarias.

Sienta Lo Que Desea, Controle lo Que Hace Una de las habilidades más valiosas que usted puede enseñar a sus niños es como expresar emociones fuertes sin lastimarse a sí mismo, a otros o dañando propiedad. Ayude a sus niños aprender a sentir lo que desean, pero controlar lo que hacen. Comunicasé con su hijo de una manera no-crítica, mostrándole que entiende como él se siente. Anime su hijo a expresar sus sentimientos verbalmente y de decirle a la otra persona como se siente. Si el niño es demasiado joven para saber que decir, crea una frase simple para que la pueda copiar. Lo importante de recordar es que la misma regla se aplica a usted: sienta lo que desea, pero controle lo que hace.

Los Sellos de la Salud Emocional Aquí estan algunos puntos que pueden ayudarle decidir si su niño está haciendo todo a la derecha:

  • Su hijo está trabajando en las tareas emocionales que son apropiadas para su edad y capacidad? Por ejemplo, si ella tiene dos años y medio, ella se está afirmando de vez en cuando?
  • Su hijo puede apartarse de usted sin tensión indebida y formar una conección con por lo menos un otro adulto?
  • Su hijo está aprendiendo conformarse según las rutinas en la escuela sin demasiado problemas?
  • Su hijo puede enrrollarse profundamente en un juego?
  • Su hijo puede mantenerse tranquilo y concentrarse para una actividad?
  • Su hijo esta consciente de todo sus sentimientos y puede expresarlos sin lastimarse a sí mismo u otros?

Fuente: http://www.pbs.org/wholechild/spanish/parents/dealing.html

Se aprende haciendo

Roger Schank, investigador en la teoría del aprendizaje y las ciencias cognitivas

Tengo 66 años. Nací y vivo en Nueva York a medias con Miami. Licenciado en Matemáticas y doctorado en Lingüística. Casado, tengo 2 hijos y 4 nietos. La mayoría de gobiernos no saben lo que están haciendo en el tema educativo, y educación y empleo van muy ligados.

Qué comprendió investigando la inteligencia artificial?
Para que las máquinas fueran inteligentes debía enseñarles a aprender, y para ello tuve que investigar cómo aprenden las personas.

¿Y qué averiguó?
Que absolutamente todo lo que aprendemos se basa en la práctica y que, por tanto, nos educan mal. El sistema educativo, en lugar de formar, deforma.

Trascendente conclusión.
¿Usted aprendió periodismo en la facultad o ejerciéndolo?… Año tras año los profesores enseñan aquello que leyeron y memorizaron pero que no han puesto en práctica, todo es teoría.

No sea radical.
¡Es que hay que transformar radicalmente el sistema educativo! Dígame quién ha sido tradicionalmente la responsable de la educación… La religión. Y la postura de todas las religiones es: “Nosotros estamos en posesión de la verdad y vamos a transmitiros el conocimiento”. Y ese es el concepto opuesto a lo que debería ser la educación.

Aquí las escuelas laicas son mayoría.
Pero utilizan el mismo modelo. Todos nosotros hemos estudiado álgebra, ¿alguien me puede decir la ecuación cuadrática?

Yo no.
¡Pero si la ha estudiado! Ese es el modelo estúpido: Todo el mundo debe aprender algo que luego no pone jamás en práctica. Estamos enseñando las materias equivocadas con la metodología equivocada.

¿Cómo debería enseñarse?
Nadie nos sentó en un aula para que aprendiéramos a hablar. Hablamos, y cuando nos equivocamos, nuestros padres nos corrigen. Y no hay ningún niño de dos años que no haya hecho este experimento.

¡Cuidado que va a romper el vaso!
De eso se trata. Los seres humanos debemos equivocarnos y aprender de nuestros errores a partir de la experiencia, y tener un objetivo claro que nos motive.

Me ha empapado el pantalón.
… Por esta razón se nos deben plantear escenarios reales en los que experimentar, equivocarnos y analizar posteriormente nuestros errores, con tal de conseguir interiorizar y solidificar nuestros conocimientos y prepararnos para la vida real. Otro experimento que todos hemos llevado a cabo…

No por favor.
La pataleta, que en algún momento de nuestra vida adulta dejamos de hacer.

¿Quién?
Ja, ja, ja… Si hay adultos que todavía tienen rabietas es porque a los dos años no aprendieron lo que tocaba. Se aprende a través de la práctica. No sirve el “esto no se hace”.

Educación experiencial.
La educación debería estar enfocada a ayudarte a vivir una vida mejor. ¿En qué clase le enseñaron a ser una buena madre?

Usted hace preguntas trampa.
Lo que necesitamos es conocimiento práctico de por qué suceden las cosas con las que nos enfrentamos cada día de nuestras vidas.

¿Cómo enseñar eso en las aulas?
Las escuelas deberían ser eliminadas, para empezar están controladas por los gobiernos y su pretensión no es que salgan de ellas personas inteligentes que piensen por sí mismas, sino simples y obedientes, que no se hagan preguntas y que produzcan.

¿Y entonces?
Cuando mi hija me hizo esta misma pregunta le propuse montar una escuela con otros padres de chicos de seis años (doce niños con un profesor) y creé para ellos un programa en el que les enseñamos a ser ingenieros. Y no hay suspensos frustrantes porque aprenden equivocándose. Así se aprende, ¿o no?

Sí, y es mejor no frustrarse.
A los niños de esa edad les gusta construir, así que construyen puentes, trenes… Tienen que poner en marcha una fábrica de chocolate con todo lo que implica…

Pero no todos los niños saben lo que quieren ser en la vida.
Hay que observarles y preguntarles. Si a un niño le gusta subirse a los árboles, probablemente le gustará ver cómo funciona una granja y a partir de ahí le podemos introducir en temas agrícolas. Debemos hacer de su afición su profesión.

Suena utópico.
Hoy la escuela parte del concepto opuesto: Todos los niños son iguales y todos deben aprender lo mismo. Mi idea de la educación son clases superreducidas, de unos cinco alumnos, con un profesor que está ahí para alentarles y ayudarles a seguir el proceso formativo especificado en el programa on line basado exclusivamente en la metodología del aprender haciendo.

¿Y los ciclos superiores?
Cuando ya son más mayores no necesitan aulas, todo es vía internet.

Pero en la escuela ya se les expone a distintos temas: música, arte, ciencias… y luego eligen.
Esa es precisamente la línea argumental que se ha cargado el sistema educativo. En lugar de exponerles a profesores tenemos que exponerles a la vida, y esta les sugerirá sus materias de interés.

Internet no es la vida.
El cambio es cómo se enseña, no los instrumentos. Yo presento diferentes programas, según el interés del niño, que les exponen a situaciones reales y les damos una metodología para resolverlos. Un interés es un activo que es muy triste perder.

Fuente: «La Vanguardia» (Ima Sanchís)- http://www.lavanguardia.com/lacontra/20120831/54343882373/la-contra-roger-schank.html

 
 

desQbre ¿Por qué pensamos?

Un atributo exquisitamente humano puede traicionarnos

Mucho se ha dicho y discutido acerca de las características que distinguen al ser humano del resto de los animales. Desde el pulgar opuesto –gran responsable de nuestro desarrollo tecnológico- hasta el celo crónico en el cual se mantiene la hembra humana –única hembra en el reino animal que se dedica al sexo cuando procrear no está disponible-, las diferencias críticas y esenciales que nos hacen humanos y nos distancian del resto de las especies son todavía una fuente de debate. Aún así, casi todo podemos terminar adjudicándolo al cerebro, órgano único y exquisitamente distinguible de cualquier otro conocido. Quien se sienta atraído por el estudio de entidades complejas cuyo entendimiento se torna difícil, no tiene más que dedicarse a las neurociencias; el cerebro humano es el sistema más complejo conocido hasta hoy.

Por supuesto, resulta muy sencillo decir que una de las cualidades eminentemente humanas es el pensamiento y por consecuencia, el pensar puede trazar una línea divisoria bastante clara entre el hombre y otros animales. Aunque esta posición también presenta sus complicaciones. La primera de ellas es la misma definición de lo que es pensar. Ni que hablar cuando tomamos en consideración el hecho de que en muchas otras especies animales no humanas, también encontramos elementos muy similares a los del pensamiento humano. Por supuesto, nuestros parientes cercanos, los monos, encabezan la lista pero también se han hallado elementos de “pensamiento en sentido amplio” en perros, ratas, palomas, incluso sapos, pero no en lombrices ni moscas. De todos modos, es evidente, hay una diferencia abismal entre el pensamiento humano y el de cualquier otro ser vivo.

¿Por qué pensamos los seres humanos? No hay una única respuesta, hay muchas. Una de ellas destaca el rol favorecedor que el pensamiento tuvo y tiene en la adaptación a nuestro medio, aumentando nuestra capacidad de supervivencia y eficacia reproductiva. Se trata claramente de una línea evolutiva. Tal vez parezca lejana o ajena al trabajo del terapeuta cognitivo conductual, pero no es así.

El pensamiento es una forma de proceso mediacional simbólico, con él construimos una representación del mundo externo con la que luego podemos operar de manera más efectiva y práctica. Nuestra representación simbólica de la realidad nunca es tan compleja como su contraparte “objetiva”, sino que en el proceso de recrear simbólicamente nuestro entorno el cerebro realiza una gran cantidad de transformaciones de la información de las cuales nosotros no tenemos consciencia alguna. Y si bien en esto radica una gran ventaja, también se halla el germen de algunos problemas. Veámoslo más en detalle.

Algunos rasgos adaptativos pueden traicionarnos

El cerebro humano abrevia, organiza, agrupa, da sentido y coherencia al representar, en este proceso de transformaciones logra una imagen del mundo más clara y sencilla con la cual operar. Como es de esperar, el lenguaje juega en esto un papel central, aunque no exclusivo. Veamos un ejemplo: “Me encuentro en este momento escribiendo un artículo de psicología en mi computadora, sentado frente a una ventana desde la cual veo el parque de mi casa”. La frase anterior describe una acción sencilla, trasmite lo esencial de lo que estoy haciendo en este momento y otro ser humano de mi cultura podría entenderla perfectamente bien.

Pero justamente para lograr tal objetivo, mi cerebro ha realizado una serie de cómputos de los cuales yo no soy consciente, ello simplifica la descripción y la torna más manejable tanto para mí mismo como para quienes reciben este mensaje. Así, por ejemplo, desatiende totalmente a detalles acerca de cómo yo estoy sentado o los elementos que hay en mi parque. Entendemos que estoy frente a algún entorno con vegetación y espacio libre porque eso significa la palabra “parque”. Y aquí tenemos un ejemplo de las estrategias más comunes y más efectivas, “agrupar”, es decir, juntar en una sola representación todo un conjunto de elementos; luego sólo tengo que pensar o decir una única palabra para tenerlos todos en mente. En el ejemplo, la palabra “parque” significa que hay césped, árboles, plantas, seguramente insectos que no veo y muchos elementos más que no interesan a nadie. Pero no hace falta enumerarlos, todo queda contenido en un simple vocablo, “parque”.

No hace falta mencionar lo que la capacidad de “agrupar” ha permitido en el desarrollo humano particularmente cuando ella se combina con la creación de categorías abstractas y teóricas; como por ejemplo, “política”, “comunicación social”, “inconsciente”, “aprendizaje”. Estas palabras no son sólo agrupaciones de entes físicos tangibles sino que incluyen todo un conjunto de elementos a simple vista heterogéneos pero que terminan unidos por alguna lógica, razonamiento o el mismo conocimiento.

Entonces, recapitulemos. Los cerebros humanos poseen la capacidad de representar el mundo de manera simbólica y esto ha significado una ventaja en la adaptación al medio; los cerebros que mejor se han representado el mundo más chances han tenido de sobrevivir y dejar descendencia fértil; así esta cualidad se ve fuertemente favorecida por la selección natural. En otro artículo de esta revista, Terapias de sentido común, ya hemos defendido la idea de que el grado de adecuación empírica del pensamiento constituye una aspecto clave de los procesos mediacionales que puede incluso trazar una de las líneas divisorias entra la salud y la patología mental. El lector interesado puede remitirse al mismo para ampliar el tema. Nosotros tomaremos acá otro camino en la discusión.

Antes de continuar traigamos dos ideas. Primero, las leyes de la evolución no afirman que una característica determinada es adaptativa para todos los individuos y en todas las circunstancias sino que nos dicen que una determinada característica es adaptativa para la mayoría de los individuos en la mayoría de las circunstancias. Aplicado a nuestra discusión anterior, esto significa que en algunos casos, la capacidad de representar abreviadamente el mundo real puede darnos resultados no tan favorables. Segundo, cuando afirmamos que algún atributo humano ha sido favorecido por la evolución, siempre nos referimos más al ambiente arcaico que al actual. En efecto, la selección natural ha operado a lo largo de miles y miles de años en un ambiente muy diferente del que tenemos hoy los humanos modernos.

La estructura y el funcionamiento de nuestro organismo han sido moldeados por presiones ambientales más parecidas a las de una selva o un bosque que a las de una oficina o casa confortablemente calefaccionada. En otras palabras, nuestro diseño responde más a un ambiente como el de los humanos primitivos, donde existen peligros físicos de los cuales defenderse, donde la diferencia entre la vida y la muerte puede depender de unos escasos segundos que tardamos en reaccionar ante la presencia de un predador o en la velocidad con la que escapamos de él, donde el alimento escasea y requiere esfuerzo físico para ser obtenido. Este es el contexto de presiones ambientales que a lo largo de enormes períodos ha terminado por brindarnos el cerebro que hoy tenemos. Un cerebro que en unos escasos milenios transformó completamente su propio ambiente, salió de las cavernas y creó un mundo tecnológico mucho más confortable para sí mismo.

Pero los tiempos de la evolución cultural son mucho más cortos que los de la evolución biológica y la herencia persiste hoy en nosotros. En gran medida, nuestro cerebro sigue respondiendo a los estímulos de la vida moderna con rasgos que fueron seleccionados para adaptarse a un ambiente arcaico. En esta brecha entre la evolución biológica y la cultural, puede hallarse el origen de muchas de las patologías que hoy observamos.

Así entonces, la misma facultad de representación simbólica que tanto nos ha favorecido en nuestro desarrollo como especie puede en algunos casos volverse en nuestra contra. En términos psicológicos esto es la patología mental. En algunos casos, las construcciones simbólicas de la realidad que las personas efectúan conllevan sesgos y distorsiones que las hacen poco adecuadas. Esto trae aparejado dificultades para operar y ajustarse a los contextos reales por los que la persona transita. Existen muchos escenarios a través de los cuales los procesos mediacionales se pueden tornar desajustados y conducir a la patología psicológica. La ansiedad suele ser un suelo fértil donde germinan los desórdenes psicológicos, se trata de una de las funciones psicológicas más vulnerables a la patología y esto tiene su razón de ser.

Las investigaciones neurocientíficas han mostrado con claridad que nuestro cerebro reacciona fácilmente y en escasos milisegundos a estímulos amenazantes de los cuales muchas veces ni siquiera somos conscientes. Existen vías asociativas que no atraviesan la corteza pero que rápidamente activan los centros cerebrales del miedo y ponen en guardia al organismo para luchar o huir. Asimismo, se ha documentado que tendemos a reaccionar con ansiedad ante estímulos ambiguos probablemente amenazantes, y que sólo luego de una valoración más detallada, cuando estamos seguros de la ausencia de peligro, tendemos a desactivar los mecanismos defensivos.

Vale decir, nuestro cerebro posee una facilidad incrementada para detectar el peligro, para reaccionar con ansiedad y movilizar recursos ante la ambigüedad. ¿Por qué? Pues simplemente esto ha representado una ventaja evolutiva. Dado que los organismos con una reacción de miedo más rápida y lábil han tenido más chances de sobrevivir, esta característica ha sido favorecida por la selección natural . Pero como ya dijimos, nuestro ambiente se ha modificado, ya no somos predados por leones ni las serpientes se encuentran en nuestros hábitats. Sin embargo, ello no borra las marcas de la evolución.

Nuestro cerebro tiene una facilidad incrementada para detectar la amenaza y para interpretar la ambigüedad en su sentido amenazante. Esta tendencia natural puede a su vez verse intensificada por las experiencias de aprendizaje. El Trastorno de Ansiedad Generalizada (T.A.G.) es un buen ejemplo. En este cuadro, típicamente encontramos que las personas suelen padecer de un exceso de preocupación, vale decir, un pensamiento que anticipa exageradamente eventos negativos futuros que poseen muy baja o ninguna probabilidad de ocurrir o que, si ocurrieran, son de fácil solución.

Así, por ejemplo, si la persona que padece T.A.G. recibe una llamada de su jefe suele tener cogniciones tales como “me va a decir que trabajo mal” o “tiene algo malo para decirme”. Aunque la persona ha pasado varias veces por esta situación y sus interpretaciones se han mostrado equivocadas, no puede evitar volver a pensar de manera similar. Este es justamente un ejemplo de cómo los procesos mediacionales simbólicos pueden volverse desadaptativos. No es en sí misma la capacidad de representar, ni tampoco el hecho de que se represente algo negativo pues ello podría ser correcto.

En otras palabras, si esta persona tuviera la experiencia de que la mayoría de las veces que su jefe lo llama es para decirle alguna noticia negativa, entonces el anticiparse a esto ante un llamado suyo no es desadaptado, por el contrario la cognición negativa estaría en este caso representando bien lo que objetivamente pasa en el entorno laboral. Pero en este caso que nos ocupa no es así, la “realidad mediacional” no describe bien a su contraparte objetiva y este es el escenario que normalmente encontramos en personas que padecen este diagnóstico.

El T.A.G. también ilustra bien cómo, ante la ambigüedad, el cerebro tiende a efectuar interpretaciones negativas amenazantes por sobre las neutrales o positivas. Por ejemplo, el paciente con T.A.G. espera a su hijo que regresa de la facultad, pero éste último se retrasa; el paciente pensará muy probablemente “tuvo un accidente”, “le pasó algo malo y grave”. Vale decir, ante la ambigüedad de lo que representa una llegada tarde, el cerebro tenderá a seleccionar una de las peores explicaciones. Y nuevamente, solemos observar el mismo patrón que en el ejemplo anterior, esto es, el hijo del paciente ha llegado muchas veces tarde pero nunca debido a un accidente o suceso grave; no obstante ello, la persona con T.A.G. no puede evitar volver a pensar trágicamente. El ejemplo remarca no sólo que la representación de la situación no es adaptativa, también resalta la idea de que el cerebro preferencia las explicaciones amenazantes por sobre las neutrales en una situación de incertidumbre.

El rol del terapeuta

En el entorno de la Terapia Cognitivo Conductual, casi cualquier afección psicológica podría caracterizarse en alguna medida por el alejamiento que la representación simbólica del paciente tiene respecto de la realidad empírica. Cuanto mayor es la brecha entre una y otra, mayor será el grado de patología y por consecuencia, el trabajo terapéutico consistirá en acortar la distancia, esto es, en ayudar al paciente a que su realidad mediacional describa más adecuadamente a su entorno real.

Técnicamente hablando, este es el marco de trabajo propuesto por Aaron Beck con el nombre de “empirismo colaborador”. Como ya sabemos, se apunta a la modificación de los pensamientos y creencias del paciente siguiendo un criterio empírico: un pensamiento será tomado como válido si existe evidencia favorable al mismo. No obstante, el trabajo terapéutico no termina ahí.

Si el paciente padece un desorden psicológico debido en parte a la formación de pensamientos y creencias distorsionadas, parece lógico no sólo ocuparse de modificar a estos últimos sino también enseñar al paciente a que lo haga por sí mismo. Este derrotero técnico aborda un problema de meta-aprendizaje, vale decir, del aprender a aprender. Si la persona ha formado una representación del mundo tan distorsionada que dio lugar a una patología psicológica, han de existir fallas en la manera en la cual la persona aprende de la experiencia.

La forma en que aprovechamos la retroalimentación que nos da la experiencia, el modo en que extraemos conclusiones y aprendemos de los hechos de la vida cotidiana puede mostrar fallas y distorsiones. Por lo tanto, es una de las metas de la Terapia Cognitivo Conductual que el paciente no sólo modifique su representación simbólica del mundo sino que aprenda a realizar por sí mismo las transformaciones de la información necesarias para mantener a largo plazo una realidad mediacional adaptativa. Este es tal vez, uno de los máximos objetivos a los cuales aspiramos.

Conclusión y síntesis

La capacidad de formar representaciones simbólicas del mundo constituye una característica adaptativa fuertemente favorecida por la evolución. No obstante, en algunos casos ella puede tornarse patológica porque el modelo mediacional de nuestra realidad no se ajusta adecuadamente a su contraparte objetiva. Sumado a esto, la brecha existente entre la evolución cultural y la evolución biológica podría dar lugar a que muchas de nuestras reacciones arcaicas no sean adecuadas a las necesidades de nuestra vida moderna. Ambos factores colaborarían en la formación de la patología psicológica.

La Terapia Cognitivo Conductual constituiría un intento por ayudar a las personas con desórdenes psicológicos a ajustar su realidad mediacional más cercanamente al contexto objetivo pero también a que aprendan a realizar este proceso de adecuación por sí mismos. Se trata de un meta-aprendizaje que podemos sintetizar como “aprender a aprender”.

Fuente: Revista de Terapia Cognitivo Conductual (Lic. José Dahab, Lic. Carmela Rivadeneira y Lic. Ariel Minici) – http://cetecic.com.ar/revista/por-que-pensamos/

 
 

¡¡¡Mírame mama¡¡¡ – La Histeria en la infancia

 Aproximarnos hoy en día a la histeria es complejo, más si tenemos en cuenta la banalización, incluso el tono peyorativo, que la utilización del término ha sufrido a lo largo de los años, y «su expulsión» de los criterios diagnósticos psiquiátricos (a partir de la redacción del DSM-III, donde el término histérico, considerado «solo» como un cajón de sastre, se había sustituido por el de trastorno de conversión). Seguramente el carácter camaleónico que pueden presentar los síntomas histéricos habrá influido en ello, puesto que sus manifestaciones clínicas quedan dispersas en diferentes categorías diagnósticas. Pero lo cierto es que las conductas histéricas siguen presentándose en la clínica, aunque como ocurre en otras muchas enfermedades, con las características propias de los tiempos actuales. Síntomas puestos en el cuerpo que nos permitirán pensar no solo en las posibles conversiones sino en las somatizaciones, y poder reflexionar sobre si existen o no elementos comunes en ambas.

La sintomatología histérica es aparatosa y a menudo puede atraparnos, impidiendo que podamos ver más allá. En la clínica infanto-juvenil es frecuente encontrarnos con pacientes que presentan estas conductas, debido a su momento evolutivo, a la poca habilidad para regular sus emociones y, a menudo, a la necesidad de reclamar, como pueden, la mirada de sus adultos de referencia.

Cuando los padres nos describen las conductas de su hijo, es frecuente oírles decir: «Se pone histérico y no podemos calmarlo». Evidentemente éste no sería un síntoma de la patología histérica considerada como tal, pero sí nos acercaría a esa banalización que mencionábamos antes y, sobre todo, a una dificultad de los padres para captar el malestar interno de ese niño. Pueden caer, entonces, en una actitud peyorativa que lo acreciente. ¡Cuán importante es rescatar esos aspectos!, ocultos tras las conductas, para acercarnos al sufrimiento real del niño y no confundirnos, ni confundir a su entorno.

 

Históricamente la histeria ha sido el prototipo de las neurosis. Freud escribió y reflexionó mucho sobre ella, pero tardó en darse cuenta de que los traumas sexuales que sus pacientes adultas le describían, solo habían pasado en su fantasía. Cambió entonces su idea inicial, de una seducción traumática real, por la existencia de una fantasía inconsciente acerca de una seducción fantaseada en su realidad psíquica. Freud partió, para su estudio de la histeria, de su modelo de desarrollo psicosexual, y lo fundamentó en la existencia de conflictos intrapsíquicos, de tipo edípico o fálico que generaban ansiedades intolerables para el Yo. Consideró los síntomas histéricos como la consecuencia de conflictos en la resolución edípica, ligada a las vicisitudes del complejo de castración, y que se expresaban externamente, bien en el propio cuerpo, bien en el tipo de relación (patológica) que el paciente establecía con su entorno.

 

Psicoanalíticamente fueron descritas como «neurosis de transferencia», en oposición a las «neurosis narcisistas», llamadas también psicosis. Históricamente los casos descritos, por lo menos desde la perspectiva descriptiva y sintomática, incluían entre sus síntomas momentos delirantes o alucinatorios que les otorgaban un matiz psicótico o narcisista. Fue éste el motivo por el que durante un tiempo se habló de psicosis histéricas.

 

Para que se dieran estas circunstancias hacía falta un considerable grado de desarrollo del aparato psíquico, con buenos recursos yoicos y cierta capacidad de simbolización que facilitara la teatralización, como recurso para seducir, calmar angustias y reforzar el propio narcisismo.

 

Pero en realidad las manifestaciones histéricas disimularían una patología más profunda que hoy en día correspondería más al diagnóstico de patología borderline, cuyo inicio no siempre situaríamos en la edad cronológica a la que se refería Freud, sino en un momento evolutivo bastante anterior. La situación traumática que él referenciaba sexualmente, puede muy bien ser una situación traumática carencial primaria, lo que nos abre la puerta a la histeria infantil y éste es el aspecto que voy a desarrollar a partir de algunas viñetas clínicas.

 

Actualmente, y yo comparto este criterio, se entiende el desarrollo psicoemocional como un proceso de diferenciación.

 

A partir de un inicio indiferenciado que situaríamos en la etapa fetal, el individuo avanza por un camino que lo lleva al reconocimiento consciente y real de los otros, como individuos diferentes, con un pensamiento diferente.

 

La construcción de un self propio es una tarea compleja y a menudo se ve entorpecida, sobre todo en los momentos iniciales, por la aparición de ansiedades catastróficas que no pueden ser contenidas ni acompañadas por el entorno del niño.

Construir el self requiere ir incorporando nuevas capacidades evolutivas, tanto físicas como mentales. Esta construcción se va dando en un ir y venir, de lo ya conocido a lo nuevo, todavía desconocido pero que ya es posible.

Podemos pensar, por ejemplo, en lo que le sucede a un niño que empieza a caminar y que, en principio, está adquiriendo una nueva habilidad motora.

 

Evidentemente, ya posee el desarrollo muscular adecuado para hacerlo, pero debe superar también la inquietud que le despierta una situación tan distinta. Todas sus referencias cambian. De gatear, o estar sentado, a deambular, la percepción de su entorno es básicamente distinta y si la inquietud o miedo, en según qué casos, es excesivo puede llevarlo a demorar la utilización de una capacidad física que ya posee.

La confianza en sí mismo y la intervención de un entorno estimulante o el contrario, que lo deja a su aire, condicionará tanto la forma como el momento de ese aprendizaje. Las variantes son tantas como infantes y entornos, pero todas las situaciones tienen algunos aspectos en común: una nueva capacidad adquirida que genera un cambio, una vivencia inquietante ante ese cambio y un nivel individual de confianza en sí mismo.

 

Son, pues, momentos en los que el niño reajusta los esquemas evolutivos que había alcanzado, para poder incorporar las nuevas capacidades. En ese reajuste el niño pierde momentáneamente su seguridad. Pero tras ese ir y venir momentáneo, no exento de ansiedades importantes, presentes en todo momento de cambio, el niño dispone de nuevos recursos para seguir avanzando en su desarrollo. Sin embargo, este crecimiento nunca es lineal ni total, y a menudo observamos conductas y funcionamientos más infantiles de los que corresponderían si solo tuviéramos en cuenta su edad cronológica.

A partir de aquí, se nos hace evidente que el marco teórico referencial de cada clínico que describa la patología histérica lo llevará, no solo, a utilizar una u otra terminología, sino a una técnica terapéutica distinta. No es lo mismo situar su origen en fantasías traumáticas de tipo sexual, que hacerlo en situaciones traumáticas más iniciales, aquellas que pueden dificultar el desarrollo temprano del bebé y el establecimiento de vínculos con su entorno. Como tampoco situarlo, ¿por qué no? en traumas reales de tipo sexual, como los abusos.

Normalmente el paciente histérico niega los sentimientos de vacío, de exclusión y lo hace mediante la excitación, la euforia y una satisfacción narcisista infantil, pues conectar con ellos le supone la vivencia de ansiedades catastróficas. Posee un self frágil que se organiza defensivamente sobre ese narcisismo y suele comunicarse somáticamente.

Las comunicaciones somáticas suelen surgir cuando la persona no puede soportar ansiedades muy intensas y necesita expulsarlas, hacerlas desaparecer. La escritora S. Hustvedt (2009) investiga sobre esta relación cuerpo-mente, a partir de una dolorosa y enigmática vivencia personal: «la aparición de temblores» en un acto público, donde debía hablar de su padre, fallecido hacía poco, y que después se repitieron en otras circunstancias. Temblores a los que no hallaron ninguna causa física. Ella explora en profundidad y acompañada por diferentes especialistas diversas teorías médicas, neurológicas y psicológicas en un intento de hallar una respuesta a lo que le ocurre, y se va desplazando desde la conversión histérica a la epilepsia. También Bornstein (1946) había relacionado las dos patologías pero a partir del sonambulismo.

La lectura de ese libro me conectó con la vivencia de un paciente, al que atendí desde los cinco años hasta los catorce, y que a las pocas semanas de vida, después de diferentes ingresos por dificultades respiratorias, como consecuencia de una ingesta grave de meconio al nacer, presentó unas crisis diagnosticadas de epilepsia. Su madre explicaba una y otra vez, cómo ese «primer día» acudieron a urgencias y la echaron del box ante su insistencia de querer tomarlo en brazos. Ella había observado en su camino al hospital que cada vez que lo hacía y lo apretaba contra su pecho, el niño se calmaba y las crisis desaparecían. Con el tiempo perduraron en ese niño comportamientos fóbicos y temblores cuando se angustiaba.

 

Posiblemente sea difícil de verificar su relación, pero teniendo en cuenta que los fenómenos conversivos de la histeria pueden, en apariencia, asemejarse a los neurológicos, para mí existe una posibilidad más que razonable.

 

Ese niño era muy pequeño, pero lo cierto es que las ansiedades de separación, debidas a un ingreso prematuro y a una brusca separación de su madre, ya se habían instalado. Esas crisis parecían una descarga de su ansiedad, que se manifestaba corporalmente ante la situación traumática vivida y la imposibilidad de mentalizarla, pero ¿podrían considerarse el inicio de un camino hacia la conversión histérica o hacia posteriores somatizaciones?

 

F. Palacio Espasa y R. Dufour (1994) en su Diagnóstico Estructural en el niño, describen organizaciones psíquicas de tipo histérico con síntomas que se hallan al límite entre la conversión y la somatización.

Quizá puedan considerarse síntomas «prehistéricos» al no poseer todavía una representación simbólica. Pero si pensamos en la angustia puesta en el cuerpo, podemos también pensarlos como manifestaciones corporales, cuyo origen sería esos impactos sensoriales precoces, que al no poder ser mentalizados se expresan a través de lenguajes no verbales.

 

Cuando hablamos de considerar el origen de la histeria como un fracaso en el proceso de diferenciación, estamos planteando la existencia de un conflicto prematuro en el vínculo establecido entre madre e hijo que ha despertado una gran angustia, de la que el niño ha intentado protegerse. Una actividad defensiva más ligada a la vivencia traumática que supone «la pérdida» de la figura materna que a la represión de los instintos sexuales desplazados en sus progenitores, ante el sentimiento de exclusión de la triada.

 

Al no realizarse una buena diferenciación self-objeto, persiste en mayor o menor grado un tipo de relación simbiótico-adhesiva con la madre, lo cual nos indica que «el tercero» no ha podido entrar. El grado de esta persistencia determinará un funcionamiento histérico más cercano a la psicosis o a la neurosis.

Aunque en los adultos también encontramos núcleos indiferenciados bajo capas más evolucionadas, en el caso de los niños la situación se complica, pues evolutivamente, todavía están inmersos en ese proceso de diferenciación  y aunque el proceso no depende directamente de su edad cronológica, sí que debemos tenerla en cuenta, pues puede variar nuestro criterio diagnóstico.

O. Kernberg (1987)habla de la personalidad histérica como la continuación de lo que él define como las personalidades infantiles, histeroides o histriónicas. Según él los pacientes histéricos presentarían una organización neurótica de la personalidad, y las personalidades infantiles histeroides o histriónicas, una organización límite de la personalidad.

Veamos ahora una viñeta de una niña de siete años, por la que su familia consultó inicialmente porque presentaba una baja autoestima y un inicio de fracaso escolar, además de serias dificultades para relacionarse con sus compañeras de curso, si no era el centro de atención. Explicaban la tristeza de la niña por el retraso escolar, pero poco a poco fueron describiendo sus conductas: mentía, escondía cosas, somatizaba a veces, simulaba otras, y cuando la descubrían desplegaba un comportamiento seductor, basado en la indefensión, que los desesperaba porque no sabían cómo comportarse. Si la reñían el desespero aumentaba teatralmente y si no lo hacían persistía en su conducta. Cuando la situación se complicaba, la niña llamaba a un familiar para explicarle que la maltrataban, con lo cual la situación tomaba matices dramáticos.

La relación inicial con la madre había sido difícil e insatisfactoria para ambas. La madre por motivos laborales había estado ausente y la niña muy sola; el padre, prácticamente ausente hasta los dos años de la niña.

Se inició un tratamiento psicoterapéutico, en el que se puso en evidencia cómo la niña desplegaba todos sus encantos para seducir a la terapeuta. Normalmente dibujaba corazones y parejas de enamorados y «regalaba» esos dibujos a su terapeuta. Otras veces adoptaba una actitud de bebé en un intento de obtener caricias y besos. Entraba entonces en una rueda de excitación que no podía controlar. Cuando la terapeuta se lo señalaba, reaccionaba con patadas e insultos. Como suele ocurrir a menudo, las palabras de la terapeuta ejercían de «tercero», se colocaban entre las dos y no la dejaba soñar, viéndose obligada a salir de esa relación simbiótica e idílica fantaseada, donde todo ocurría según sus deseos. Muy a su pesar se evidenciaba la individualidad del otro y ella se sentía sola.

En cambio cuando la terapeuta callaba, esperando el desenlace de la situación, ella desplegaba más y más el papel de niña dulce y encantadora, pero la terapeuta se sentía cada vez más incómoda, inquieta, enfadada y «echada» de su tarea terapéutica.

Un día que no quería marcharse y la madre se retrasaba, apareció ese aspecto manipulador que la familia había referido. La terapeuta puso fin a la sesión y fue con ella a la sala de espera para esperar a la madre. No la dejó sola para no aumentar la ansiedad de separación.

Ella, cada vez más enfadada, tuvo que esperar no más de tres minutos, y cuando llamó la madre marchó sin decir nada. Al empezar a bajar la escalera, (la madre la esperaba abajo), empezó a llorar teatralmente y a gritos. La madre, que todavía no la veía, se inquietó y le preguntó qué le pasaba, a lo que la niña contestó, también a gritos, que la terapeuta le había dado un bofetón. Y seguramente así había sido en su fantasía, al no ceder a su deseo y dar por finalizada la sesión.

En estos pacientes, el principal reto del terapeuta es conectar con su verdadero drama, para entresacar de la puesta en escena histérica lo que es verdadero de lo falso. Ellos recurren defensivamente a la fantasía, intentando darle veracidad, pues prefieren la satisfacción fantaseada a la real no conseguida.

En estas situaciones es cuando el objeto terapéutico debe ser suficientemente permanente, coherente y honesto para no responder a las actuaciones, pero tampoco ignorarlas, y eso no es fácil. Contratransferencialmente no puede dejarse llevar por la irritación ni por la seducción, sino que es necesario acercarse a la indefensión y sufrimiento del paciente que solo encuentra esta vía de expresión. Pero no siempre es fácil de conseguir.

Los pacientes histéricos, hombres o mujeres, tienen generalmente, en común, una relación inicial con una madre conflictiva, invadida por su propia angustia, y con poca capacidad para conectar emocionalmente con ellos.

El niño interioriza una función materna poco contenedora e impregnada de angustia. A menudo algunas de las características personales de esas madres les dificultan tolerar su propia angustia y, entonces, transmiten al niño un sentimiento de catástrofe, sin reconocerlo conscientemente, puesto que para ellas no pasa nada. Sin intencionalidad, es cierto, pero lo que recibe el niño es un doble mensaje, al que debe de alguna manera adaptarse. Aquí se inicia ya una especie de «como sí» que puede derivar en un falso self.

Por otro lado, la figura paterna no ayuda a establecer una triangulación primaria, porque acostumbra a estar ausente emocionalmente, y mucho menos si coincide con una ausencia física. El niño queda entonces atrapado en esta relación simbiótica con la madre, relación real o fantaseada, pero ambivalente, y no puede hacer una buena identificación ni vinculación materna.

Al inicio comentábamos la posibilidad de desplegar un funcionamiento histérico a partir, no de una fantasía de abusos sino, de una vivencia real. Este fue el caso de una niña adoptada y que había sido abusada y prostituida en su país de origen. Cuando la vimos, ya púber, había desarrollado una gran facilidad para seducir al otro, pero no era consciente de ello y siempre se colocaba en situaciones ambiguas con los hombres, de las que después se asustaba y entonces se replegaba en casa, sin querer salir.

Los padres adoptivos refirieron un tratamiento médico como consecuencia de unas crisis convulsivas, que fueron diagnosticadas de epilepsia. Estuvieron presentes durante bastantes años de su niñez, hasta que remitieron sin más. Se manifestó entonces una anorexia nerviosa con vómitos recurrentes.

Vimos poco tiempo a esa paciente por un cambio de residencia, pero siempre mostró una gran necesidad de «ser mirada» física y emocionalmente. Sus ojos seductores buscaban la complicidad de los ojos de la terapeuta y a la par intentaban dominarla conduciendo su mirada donde ella quería. Era un lenguaje no verbal, siempre presente en las sesiones en las que solía mostrar un comportamiento muy infantil y necesitado. Su aspecto físico, su ropa, ocupaban gran parte de la temática verbal de las sesiones, pero era una manera de «mirar» hacia el exterior, hacia el disfraz que ocultaba su realidad, pues tanto la ropa como el pelo tapaban lesiones cutáneas importantes. Su cuerpo como depositario de lo no mentalizado, de lo no contenido, era también utilizado para reclamar la atención de los demás, que tanto necesitaba para sobrevivir. Accedió prematuramente a la sexualidad y buscaba en la erotización de sus relaciones un contacto sensorial que de bebé nunca tuvo, la reproducción de un vínculo, aunque fuera enfermizo.

En el niño pequeño la presencia de síntomas de conversión ha sido siempre un tema controvertido, a pesar de que Ana Freud (1926) relacionó ya la anorexia con la histeria al describir una anorexia histérica en una niña de veintisiete meses. En edades tempranas es más fácil observar rasgos de carácter histéricos (teatralización, seducción, dramatización) y sería en la pubertad y la adolescencia cuando se generalizaría claramente la descripción de la histeria como patología específica, sobre todo cuando el teórico la conceptualiza como un desplazamiento de la angustia reprimida de origen sexual, y no de un origen traumático carencial primario.

Otra de las dificultades actuales es la de diferenciar en la edad infantil los síntomas propiamente histéricos de los comportamientos histéricos, pero también dónde ubicar síntomas tales como la encopresis, los tics, la enuresis, la anorexia, las cefaleas, los dolores de barriga y muchos otros, dado que por el momento evolutivo podemos encontrarlos en otras patologías, induciendo a la confusión diagnóstica. ¿Hemos de considerarlos síntomas conversivos, o solo manifestaciones psicosomáticas? Realmente no existe un acuerdo.

La histeria «descendiente» de Freud contempla la conversión de un conflicto psíquico en una manifestación somática, con lo cual quedan afectadas las funciones sensoriales o motrices, pero preservándose la globalidad yoica. Desde este punto de vista los síntomas cumplirían esas premisas.

Pero en realidad creo que podemos hablar de un lenguaje a través del cuerpo. A veces con un contenido simbólico, otras como una manifestación de sensaciones vividas y registradas en el cuerpo, pero no mentalizadas y que no tienen otro medio de expresión.

Referencias bibliográficas

Ramos, J. (Compilador) (2010), «Aproximaciones contemporáneas a la histeria», en

Cuadernos de salud mental del 12, Madrid, Eride.

 Cramer, B. (1977), «Vicisitudes de l’investissement du corps symptômes de conversion en période pubertaire», en

La psychiatrie de l’enfant, XX, 1, 1977.

Freud, A. (1926), «An hysterical Symptom in a child of two years and three months old»,

International Journal of Psycho-analysis, núm.7.

Hernández, V. (2004), «La vertiente psicótica de la histeria»,Anuario Ibérico de Psicoanálisis, vol. VIII-IX. Hustvedt, S. (2009),

La mujer temblorosa, Barcelona, Editorial Anagrama, 2010. Kernberg, O. (1987),

Trastornos graves de la personalidad, Mexico, Editorial Manual Moderno. Tizón, J. (2000),

La histeria como organización o estructura relacional desde la psicopatología psicoanalítica (material policopiado), SEP, Barcelona.

Fuente: «Temas de Psicoanálisis» – Revista de la Sociedad Española de Psicoanálisis – (Montserrat Guàrdia) –  http://www.temasdepsicoanalisis.org/%e2%80%9c%c2%a1mirame%e2%80%9d-entresijos-de-la-histeria-en-la-infancia/

 

 
 

 

 

Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad ( TDAH ) ( TDA ).

Conversación entre dos adultos escuchada en un supermercado:

 Adulto 1 (Mujer): Mi hijo no puede estarse quieto más de un minuto. Ese es el tiempo máximo que puede dedicar a estudiar o a hacer los deberes. Después se levanta de la silla y no para de moverse. Ya no hay quien le pille para que se vuelva a sentar. Voy a hablar con el psicólogo del colegio para que me diga que puedo hacer.

 Adulto 2 (Hombre): Al mío le pasó lo mismo. Fui con el niño a un neurólogo después de ver a dos psicólogos. Te van a decir lo mismo que a mí. Le recetarán una medicación, algo parecido a las anfetaminas, para que el niño se calme y pueda fijar su atención. Yo no le dí las pastillas. No creo que hagan mucho y me dan algo de miedo los efectos secundarios.

 Adulto1: No, si yo no quiero darle pastillas a no ser que lo diga un médico. Pero yo tampoco aguanto mucho más así. El niño suspende y nos está poniendo a todos muy nerviosos. Su padre no entiende nada y los profesores continuamente nos advierten de que no avanza, de que se queda atrás respecto al resto de la clase y de su conducta inadecuada.

 Cada vez más colegiales son diagnosticados con el ‘Trastorno por Déficit de Atención’ (TDA) que puede ir acompañado de hiperactividad (TDAH) o no. Ante todo, quiero dejar claro que en el caso de la hiperactividad no me estoy refiriendo a ésta como resultado de lesiones cerebrales causadas durante la gestación o el parto. Escribo no sobre una patología sino sobre las llamadas ‘disfunciones’, es decir comportamientos que no se ajustan ‘a lo que se espera o se considera como normal’. Hablamos de niños que antaño se calificaban como ‘culo-inquietos’ (hoy TDAH) y de los que siempre están ‘a la luna de Valencia’ o ‘a por uvas’ (los TDA).

 El problema del cambio de denominación radica en su consideración como enfermedad y la subsiguiente prescripción de fármacos para tratarla. ¿Por qué se presenta como enfermedad si no hay pruebas biológicas que la determinen? Ninguna conducta, ni siquiera una mala conducta, puede ser considerada una enfermedad. Es una estigmatización, no un diagnóstico.

 Si no hay patología, ¿por qué se medica? Me parece más lógico atender al individuo de forma integral, es decir en aspectos tales como el estudio de sus capacidades sensoriales, sus hábitos alimenticios y fundamentalmente su entorno familiar con todo lo que ello abarca. Hemos pasado de dar a nuestros descendientes agua de azahar como placebo para calmar sus estados eufóricos, a suministrarles sustancias que tiene idénticos efectos a las anfetaminas (metilfenidato) y que en el medio plazo provocarán adicciones similares a algunos estupefacientes. Los efectos secundarios son, cuando menos, muy inquietantes, como es bien visible en los Estados Unidos, país que lidera el consumo de estos fármacos.

 ¿No hay más solución que la toma de estos ‘remedios’? Dice Peter Breggin, médico psiquiatra de Harvard y director del Centro Internacional para el Estudio de Psiquiatría y Psicología: “Los psicoestimulantes tendrán un efecto intencionado en el niño que suprimirá la conducta autónoma, espontánea, social y juguetona provocando complacencia, docilidad, una sobre-focalización obsesiva y una conducta repetitiva. El uso extendido de estimulantes habilita a los adultos para dominar y controlar a los niños sin mejorar su propia condición de padre o profesor y sin mejorar la estructura de la familia, de la sociedad y de los sistemas educativos”.

 Comprendo la preocupación de las madres y padres que, alarmados ante ciertos procederes de sus hijos y con la información que les llega del colegio, acuden a profesionales de la medicina y siguen las recetas de éstos. Pero en los casos de los que estamos hablando, les animo a buscar soluciones alternativas naturales, sin efectos secundarios y de gran eficacia, aunque seguramente requerirán de más paciencia e implicación por parte de los progenitores. Generalmente demostramos una fe ciega en lo que consideramos más científico y ortodoxo, denostando lo más natural y obvio. Hemos dejado de confiar en la sabiduría ancestral y de nuestro propio cuerpo al estar totalmente desconectados de ellas.

 La atención del niño está dispersa y lo que nos toca averiguar es dónde tiene su mirada. El sistema educativo no ofrece contenidos interesantes y motivadores para estos cerebros inquietos, curiosos y altamente sensibles. Por otro lado, para nuestros vástagos la prioridad es su familia y ahí es donde muchas veces esta el quid del asunto pues es donde tienen fijada su atención. Aquí es donde nosotros como padres nos tenemos que involucrar. Tratamientos en los que trabaja toda la familia se han demostrado como muy eficaces. Existen métodos que abordan las dificultades en el aprendizaje que son consustanciales a un TDA o un TDAH y personas especializadas en estos trastornos.

 El metilfenidato y los compuestos derivados del mismo, son el nuevo ‘soma’ de este moderno ‘mundo feliz’. Ya advirtió Aldous Huxley sobre las consecuencias del suministro de aquella mágica sustancia que el Ministerio de Propaganda fomentaba para que nadie se saliera de un sano juicio y de un comportamiento adecuado. Una droga que garantizaba una felicidad sin mancha ni dolor, un estado del bienestar total y anestesiado, unos individuos adormecidos y con su individualidad y creatividad anuladas por completo. El escritor británico profetizó que las masas serían conducidas mansamente al matadero bajo los efectos letárgicos de los fármacos.

 Los seres humanos somos más complejos que las teorías que nos describen. Calificar a alguien como TDA o TDAH y prescribirle un psicofármaco para ‘normalizarle’ supone intentar un atajo lleno de socavones y de graves consecuencias. Albert Einstein, Thomas Alva Edison y Leonardo Da Vinci de haber nacido hoy, probablemente tendrían un diagnóstico de TDAH. Su genio hubiera quedado dormido y posiblemente hubieran vivido como personas “normales”. Frecuentemente a un TDAH viene asociado a personas muy originales e innovadoras y altamente creativas. Preservar su genialidad y no ‘estandarizarlos’ debería ser un objetivo para todos. No amargarles la infancia y adolescencia tachándolos de enfermos supone un primer paso. Como dice el profesor emérito de psiquiatría Dr. Thomas Szasz: “Debemos combatir la ‘coerción psiquiátrica’. Es una noble tarea en la que debemos perseverar a pesar de los obstáculos. Es una labor a la que nuestra conciencia nos obliga, a la que no nos podemos negar”.

Fuente: «El Confidencial» (Juan Perea) – http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/respetemos-ninos-puedan-ellos-mismos-20091124.html

 

 
 

Niños estresados.

Cada vez más los niños son sobre exigidos con agendas repletas de actividades extra escolares, que no les dejan tiempo para jugar.

Como a los adultos, este estilo de vida que se observa en la clase media y media alta de sociedades urbanas, a los chicos les produce estrés.

Es una realidad que preocupa a maestros, pediatras y psicólogos cuando detectan en niños de siete a diez años trastornos similares a los de los adultos, como contracturas, dolores de cabeza y problemas gastrointestinales recurrentes que son signos de estrés, pudiendo presentar además problemas neurolingüísticos asociados al proceso de comprensión.

Carl Honoré, autor del libro “Bajo presión”, señala que estamos viviendo la época del “niño dirigido”, demasiado cuidado y controlado, y amarrado a una maraña de cursos, talleres y actividades varias reguladas, que hacen que los chicos se enfermen más por permanecer mucho tiempo en lugares cerrados y poco tiempo al aire libre, por falta de movimiento, por tener que asistir a largas jornadas escolares, por no poder jugar en forma espontánea y sufrir mucha presión, con padres a su vez exigidos que tienen altas expectativas puestas en sus hijos. Pero este deseo de los padres de que sus hijos los superen, tiene un alto costo en los niños.

Los padres de clase media no pueden dejar grandes herencias a sus hijos como para asegurarles el futuro, por eso se preocupan en darles por lo menos la oportunidad de una buena educación, para que se puedan defender en la vida.

Algunos chicos no son aptos para colegios de doble escolaridad bilingües, ya sea porque les resulta difícil o porque son demasiado inquietos como para prestar atención tanto tiempo.

Cuando el nivel de exigencia es mayor del que pueden soportar, los chicos se enferman, desafían a sus padres, se rebelan, se portan mal en la escuela y terminan desbaratando los planes de sus padres creando serios conflictos.

Estamos viviendo una época que se caracteriza tanto por el nivel de exigencia como por los desbordes y la irresponsabilidad generalizada de niños y jóvenes; y la falta de comunicación los convierte en bombas en potencia si no tienen la oportunidad de hablar de sus problemas.

Ni en la casa ni en la escuela tienen un espacio para reflexionar, un canal para decir lo que les molesta, porque tanto padres como maestros sofocan los conflictos castigando a quienes los provocan pero no los enfrentan, cuando en realidad pueden ser constructivos y útiles para promover los cambios necesarios y favorecer el crecimiento.

Hoy en día los chicos como los adultos tienen que llevar agendas para anotar todas sus ocupaciones y obligaciones; y hasta los cumpleaños les producen estrés, un festejo que debería ser espontáneo pero que se ha convertido en un complejo ritual rígidamente estructurado que no deja lugar para ser distinto.

El mercado no puede dejar de lado la potencial fuente de recursos que representan los niños, por lo tanto crea la necesidad de hacer ciertas cosas que todos creen que deben hacer para pertenecer y ser aceptados.

Es necesario reflexionar sobre lo pernicioso de estas prácticas que nos llevan a hacer lo que quieren otros y no lo que deseamos nosotros, discriminando entre lo que es manipulación y lo que se ajusta realmente a nuestros deseos y principalmente a los deseos de nuestros hijos.

Carl Honoré se pregunta hasta qué punto es beneficioso que los chicos se formen de tal modo en lo funcional, en el cumplimiento de los objetivos y en la necesidad de destacarse del resto, sin tener la oportunidad de disfrutar de un tiempo improductivo que le permita ver más allá de lo convencional conocido y poder ser así más creativos.

Fuente: “Bajo presión”; Carl Honoré. http:/psicologia.laguia2000.com

 

 
 
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Los Padres – Guía para aprender a tomar decisiones – La Inteligencia Ejecutiva

Guía para aprender a tomar decisiones

 

‘La inteligencia ejecutiva’ / José Antonio Marina / Edita Ariel / Año 2012 / 186 páginas / 15,20 euros

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José Antonio Marina, filósofo y pedagogo, lleva muchos años dedicado a investigar cómo mejorar la educación de los hijos, aprovechando lo que la ciencia ha averiguado sobre el cerebro humano.

Su Universidad de Padres, que funciona a distancia como la UNED, fue creada con ese objetivo, el mismo que se convierte en el eje de su último libro, ‘La inteligencia ejecutiva’, un volumen en el que descubre que para sacar provecho de la razón y las emociones hay que tener capacidad de tomar decisiones, de tener el timón bien amarrado, lo que no es fácil en una sociedad en la que sobran estímulos y falta tiempo para ejercer de educadores.

Marina se plantea esta obra como la bitácora de un imaginario Congreso Mundial de Inteligencia Ejecutiva, por el que van desfilando los más importantes neurocientíficos del momento, como Antonio Damasio, Rusell Barkley, o la investigadora Carmen Pellicer.

Con todos ellos debate y de todos saca importante información porque, como asegura, «dejar un capital educativo es la mejor herencia para los hijos». De ahí que se centre en esta recién descubierta inteligencia ejecutiva, que ejerce de director de orquesta de las otras dos (la cognitiva y la emocional).

Una red diseñada por la educación

«Ahora, gracias a la neurología, vemos que es necesaria una inteligencia más integradora, que consiste en elegir las propias metas y gestionar los recursos para realizarlas», asegura a ELMUNDO.es. La tiene, afirma, quien es capaz de iniciar planes y terminarlos, pero a la vez son capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias, quienes no tienen miedo a tomar decisiones.

«Cuando el cerebro humano evolucionó, creció el lóbulo frontal, que es mayor que en otros animales y organiza sus funciones. Es la sede de la inteligencia ejecutiva. Pero esa capacidad la adquiere el niño mediante la educación. Es como el lenguaje: todos podemos aprenderlo, pero si nos nos hablan, no lo usaremos nunca», explica el autor.

Como todos los niños nacen impulsivos y caprichosos, aprender a controlar sus deseos es el primer paso, algo que cuando no se hace bien genera trastornos de atención. «Hoy tienen demasiados estímulos y esa sobreestimulación, sin una inteligencia ejecutiva, hace fallar el conjunto. Son niños que reaccionan rápido, pero luego no recuerdan nada».

Marina alerta sobre el uso excesivo de nuevas tecnologías, como internet, que conllevan una nueva gestión de la memoria y la atención. «Los niños son hábiles en las multitareas, pero el canal que lleva toda esa información a la memoria a largo plazo no se amplía con internet y todo queda en un corto plazo que sirve para poco. Por eso hay que enseñarles lo que es importante memorizar y lo que no. Es la memoria de trabajo, que debe activarse cuando es necesaria».

Entre las funciones de esta nueva inteligencia ejecutiva menciona, además de la memoria de trabajo, el control de impulsos, centrar la atención, la gestión emocional, tener metas lejanas, ser capaz de iniciar la acción y perseverar en ella, tener flexibilidad mental y la llamada metacognición, que es la reflexión interior sobre cómo pensamos.

Retraso en los adolescentes

Se activan, dice, desde los seis meses, pero es a los 20 meses cuando se establecen enlaces entre lóbulo frontal y los centros emocionales. «Las últimas investigaciones indican que un entorno educativo favorece cómo se crean estas vías, que acaban de madurar en la adolescencia. Ahora se ha comprobado que esos lóbulos frontales retrasan esa maduración a los 20 años, y se debe a que no estamos educando a los hijos en la responsabilidad. Luego la educación está en el núcleo duro de la formación física del cerebro», argumenta.

Afortunadamente, los errores educativos son reversibles, porque el cerebro humano es muy plástico, pero defiende que «siempre es mejor educar que reeducar».

Esos errores son los que se reflejan en conductas con déficit de atención o hiperactivas, que asegura que ya tienen entre el 10 y el 12% de la población escolar. «Estos niños de mayores serán vulnerables porque no aprenden a soportar la frustración. Vivirán sólo el presente y tendrán más dependencias porque cuanto más débil sea su estructura ejecutiva, más se agarrarán a algo que les organice la vida. Si a ello se une la falta de empatía por el dolor ajeno, el 50% serán agresivos»

Por ello cree que la educación debiera ser una prioridad absoluta de cualquier Gobierno. «El problema es que estamos en buen momento teórico, en el que sabemos mejor qué hacer para tener hijos educados en sus máximas posibilidades, pero malo en la práctica por falta de recursos«, argumenta.

Aún así, al final, aprobaría al 40% de los padres. «Son los que son afectivos y exigentes a la vez. Pero no son los únicos responsables. El entorno cuenta y es importante influir también en él», concluye. El otro 60% está suspenso.

Fuente: «El Mundo» (Rosa M. Tristán) / http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/04/ciencia/1336146643.html

 

 
 
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«Sin la insensatez adolescente, nos habríamos extinguido» – Iroise Dumontheil

«Sin la insensatez adolescente, nos habríamos extinguido»

Iroise Dumontheil, estudiosa del cerebro adolescente

Sistema educativo

Pese a que la doctora Dumontheil ha dejado la adolescencia no hace demasiados años…, es hoy una de las máximas autoridades mundiales en el estudio de las bases neurológicas y bioquímicas del cerebro humano en esa fase tan singular de la existencia: la adolescencia. Me explica que el cerebro está en ese momento muy sensible a la recompensa inmediata, a la influencia de los iguales, a la baja autoestima y a la ansiedad: evidencias científicas muy relevantes para ayudarnos a replantear con eficacia nuestro sistema educativo. Por eso el Centre d’Estudis Jordi Pujol ha invitado a la doctora y le ha pedido que comparta los últimos hallazgos de la neurociencia sobre el cerebro adolescente.

¿Qué pasa si le chillo a un adolescente?
Lo vivirá tan intensamente que su amígdala (cerebro profundo) generará una respuesta emocional exacerbada.

¿Qué tiene de singular un cerebro adolescente?
Se aceleran y maduran funciones cognitivas complejas antes inexistentes: se verifican cambios en ciertas regiones cerebrales.

¿Qué cambios?
En la materia blanca y en la materia gris.

¿Qué es la materia blanca?
La sustancia que recubre las conexiones largas cerebrales: se incrementa su volumen, y así las señales eléctricas cerebrales viajan con más celeridad. Consecuencia: ¡más sensibilidad para lo emocional y lo relacional!

¿Y qué pasa con la materia gris?
Compone la superficie cerebral, el córtex: ahí observamos una poda en las conexiones.

¿Una poda?
Cuando somos bebés superconectamos nuestro cerebro con muchas conexiones…

Una esponja de gran capacidad.
Sí, y luego podamos las conexiones menos frecuentadas: tus experiencias las moldean.

Unas se musculan, otras desaparecen.
Y en la adolescencia culmina el proceso de maduración del córtex prefrontal: es la zona que refrena y controla impulsos, que filtra y modera emociones, que calibra las consecuencias a largo plazo… y que planifica.

¿Y qué sucede ahí en la adolescencia?
Que madura más despacito que la materia blanca: ¡y este décalage genera los aspectos más característicos de la adolescencia!

¿A qué aspectos se refiere?
Incapacidad para planificar y para medir las consecuencias de los propios actos a largo plazo. Preponderancia de las emociones y de los vínculos con un grupo de iguales…

O sea, materia blanca hiperexcitada…
… para la intensidad emocional…, ¡mientras la materia gris aún no modera ni controla!

¿Me entiende mi hijo adolescente cuando le digo «cuidado con lo que haces»?
No. Tú le dices: «Si haces esto, pasará esto, y luego esto, y luego esto». Tú lo ves claro… ¡Pero él no puede verlo! No puede sopesar las consecuencias de sus actos a largo plazo.

¿Qué otras conductas vienen determinadas por ese cerebro adolescente?
Lo más importante es el grupo de amigos. No es que el adolescente sea rebelde con sus padres: es que su bioquímica pide individuación, independencia, ¡y por eso sus iguales son tan, tan importantes! El adolescente necesita apartar a sus padres… para ser él.

Y a menudo hace tonterías.
Sí, porque sólo es capaz de manejar el corto plazo. Tiene magnificados los resortes bioquímicos de la recompensa rápida.

¿Es la adolescencia una fase necesaria?
Sin ese cerebro insensato, ¡quizá nos habríamos extinguido como especie! La insensatez llevó al adolescente primitivo a cazar, guerrear, buscar pareja… Y llegar hasta hoy.

¿Y hasta cuándo dura la adolescencia?
La maduración de la materia blanca culmina hacia los 18 años. ¡Y la de la materia gris, hacia los 25 años! Me admira lo que dijo Shakespeare, conocedor del alma humana.

¿Qué dijo?
«Entre los 12 y los 23 años no hacemos más que pugnar contra los adultos y preñarnos».

Hoy parece que hasta los 30 años…
Cuestión sociocultural: en otras culturas, a los 15 años el adolescente se independizaba, cazaba, se emparejaba, se reproducía…

¿Es verdad que el adolescente necesita dormir más horas que el adulto?
Hay un retraso en la hora de adormecerse el cerebro: se duerme más tarde, pero como tiene que madrugar para ir a estudiar… ¡acumula cansancio! Y lo palía el fin de semana.

¿Influyen más las drogas en un cerebro adolescente que en un cerebro adulto?
¡Sí! A mayor juventud y a mayor consumo de sustancias tóxicas (alcohol, marihuana, anfetaminas, cocaína…), ¡más probabilidad de una esquizofrenia o una psicosis! El 75% de las enfermedades mentales se declara antes de los 24 años: ¡las drogas las aceleran!

¿Podríamos mejorar el sistema educativo a partir de estos hallazgos neuronales?
Sí: expliquemos al adolescente que su cerebro es muy flexible, ¡capaz de aprenderlo todo! Y desterremos lo de «no sirvo para esto», ¡porque es falso! Démosles autoestima.

¿Qué otras medidas aplicaría?
Buscaría propiciar el aprendizaje del adolescente mediante la aprobación y recompensa de sus iguales, ¡tan importantes para él!

¿Y les quitamos las pantallitas?
No. El cerebro está siempre sintonizándose con su entorno, ¡y el entorno ahora son las pantallitas! Aprecie las ventajas. Videojuegos: mejoran la inteligencia espacial y los reflejos. Facebook: interactúan con iguales.

Pero tantas horas, tantas horas…
Pacten padres e hijos, acótenlas para liberar tiempo para otras actividades, eso sí…

Decimos que los adolescentes son indolentes, informales…
… inconstantes, maleducados…

Pues diga ahora algo positivo de ellos.
Sociables, amorosos, emotivos, sexuales, estimulados…

¿Es la vejez una segunda adolescencia?
Ja, ja… Es verdad que se verifica una cierta desinhibición en el córtex prefrontal que bien pudiera justificar esta comparación…

¿Se fija nuestra personalidad durante la adolescencia?
Se construye. Y todo está abierto. ¡El adolescente tiene su destino en sus manos! Díselo.

Fuente: La Vanguardia (Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet) – http://www.lavanguardia.com/lacontra/20120514/54292662136/iroise-dumontheil-sin-la-insensatez-adolescente-nos-habriamos-extinguido.html

 
 
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Uno de cada diez adolescentes y un 2% de los niños españoles sufren depresión

Uno de cada diez adolescentes españoles sufre depresión, un mal que también afecta a un 2% de los menores entre 6 y 12 años, según la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente (Aepnya).

  • La tasa de depresión se duplica durante la adolescencia en el caso de las chicas.
  • El estrés, el consumo de drogas y los conflictos familiares, causados muchas veces por la crisis económica y la pérdida de empleo, entre las causas que la originan.

En rueda de prensa con motivo del 57 congreso de la Aepnya, la jefa del servicio de psiquiatría y psicología infantil del Hospital Clínico de Barcelona, Josefina Castro, el jefe de psiquiatría del Hospital Sant Joan de Déu, José Ángel Alda y el psiquiatra del Western Phychiatric Institute and Clinic de Pittsburgh (EEUU), Boris Birmaher, han presentado los resultados de los últimos estudios sobre trastornos mentales en infancia y adolescencia.

Durante la etapa adolescente, la tasa de depresión se duplica en el caso de las chicas, mientras que en la infancia, la proporción es similar en ambos sexos, ha expuesto Birmaher, quien ha matizado que dentro de este elevado porcentaje deben diferenciarse entre las depresiones de mayor y menor grado, ya que las primeras registran menos casos.

Entre las principales causas de este incremento porcentual, el experto ha subrayado que se trata de «un conglomerado de factores» entre los que destacan especialmente el estrés, el incremento del consumo de drogas o de los conflictos familiares.

Por su parte, Josefina Castro ha recordado que la ansiedad y el estrés de las familias por motivo de la crisis y la presión laboral también repercute directamente en los hijos.

La irritabilidad, la tristeza persistente, el aislamiento, el cambio de rutinas y gustos, trastornos del sueño o el apetito son algunos de los síntomas que Birmaher ha enumerado y que permiten detectar a los padres cuándo sus hijos podrían sufrir depresión

Visión romántica del suicidio

En este sentido, los tres han insistido en la importancia de romper con el tabú del tratamiento de salud mental, como mecanismo para acabar también con los índices de suicidios que, en España se sitúan entre 1 y 2 adolescentes por cada 100.000 habitantes.

Birmaher ha subrayado la importancia de fomentar los programas de prevención en las escuelas, las líneas telefónicas de ayuda, así como romper con «la visión romántica del suicidio» que se transmite a través de los medios de comunicación.

Los científicos han indicado que entre el 70 y el 80% de los problemas de salud mental empiezan antes de los 21 años.

Por su parte, Josefina Castro ha agregado que un 20% de los niños puede necesitar, en algún momento, asistir a una consulta, a pesar de no padecer ningún trastorno.

Entre las principales vías de tratamiento, el doctor Birmaher ha destacado la psicoterapéutica, mediante las técnicas cognitivo-conductual o intrapersonal que doten de herramientas al adolescente para «enfrentar los problemas emocionales», y la farmacológica, tan sólo en aquellos casos de depresión mayor que lo requieran.

Fuente: «20 minutos» – http://www.20minutos.es/noticia/1434924/0/adolescentes/ninos/depresion/

 

 
 
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El Psicoanálisis y los Cuentos de Hadas

Bruno Bettelheim, célebre psicólogo infantil, se interesó en la influencia que podían ejercer los cuentos de hadas en los niños y llegó a la conclusión que tiene una extraordinaria importancia para la formación moral e intelectual de los niños.

A la luz del Psicoanálisis y la atención de niños durante muchos años pudo llegar a corroborar el importante papel que desempeñan estos cuentos en sus vidas.

Sostenía que la tarea más importante en la educación de un niño es la de ayudarle a encontrar sentido a la vida y a comprenderse mejor él mismo y a los demás a fin de lograr satisfactorias relaciones llenas de significado.

Para que un cuento atraiga la atención de un niño, éste debe ser divertido y además le debe causar curiosidad. Para enriquecerlo la historia debería estimular su imaginación, ayudarle a desarrollar su inteligencia, esclarecer sus emociones, y ayudarlo a reconocer sus dificultades sugiriéndole las soluciones a los problemas que lo inquietan, fomentando su confianza en si mismo y en su futuro.

Los cuentos aportan importantes mensajes tanto a nivel consciente como inconsciente.
Al hacer referencia a los problemas humanos universales, estas historias hablan a un pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, mientras que al mismo tiempo lo liberan de sus pulsiones inconscientes.

Muchos padres están convencidos de que los niños deberían conocer únicamente el lado bueno de las cosas, para evitarles sufrimientos o preocupaciones tempranas. Sin embargo, los cuentos de hadas les transmiten, que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, y que si uno no huye y se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, puede llegar a dominar todos los obstáculos.

Los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y conciso, un problema existencial. La maldad está siempre presente igual que la bondad, pero nunca en una sola persona sino en dos personajes diferentes.
En los cuentos de hadas el malo siempre pierde, de modo que la convicción que se transmite es que el crimen no resuelve nada y de esta manera es una persuasión mucho más efectiva que la enseñanza de normas morales.

El héroe es la figura más atractiva que favorece la identificación e imprimen en el niño las huellas de la moralidad con más fuerza que cualquier enseñanza.

Los personajes de los cuentos de hadas no son ambivalentes, es decir que no son buenos y malos al mismo tiempo, como somos todos en realidad.

Cenicienta es buena y las hermanastras son malas, ella es hermosa y las otras son feas, ella es trabajadora y las demás perezosas.

Esta particularidad ayuda al niño a comprender más fácilmente la diferencia entre ambos caracteres.

Las ambigüedades no deberían plantearse hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme.

De acuerdo a lo que antecede resulta interesante tener en cuenta la importancia que puede tener en los niños la oportunidad de conocer los antiguos cuentos de hadas que no todos tuvimos la oportunidad de conocer en el momento adecuado.

Fuente: http:/psicologiayelser.blogspot.com.ar

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