¿Por qué no guardamos recuerdos de nuestros primeros años de vida?

              Nadie (o prácticamente nadie) puede recordar sus primeros años de vida; es algo que las personas no pueden evitar. Pero esto tiene una respuesta científica y biológica: en Canadá, un grupo de investigadores concluyó que el hecho de no poder recordar el tiempo y experiencias vividas en nuestros primeros años, se debe al crecimiento neuronal correspondiente a dicha etapa de desarrollo.

Esto quiere decir que la notable producción de nuevas neuronas (que tiene como fin elevar los niveles de aprendizaje durante el crecimiento) tiene un efecto negativo en el campo de la memoria.

¿Qué es la neurogénesis?

En palabras simples, la neurogénesis es el proceso de creación de nuevas células neuronales en nuestro cerebro, especialmente en la región conocida como hipocampo (asociada directamente con la memoria y el aprendizaje). Este proceso tiene dos picos: antes y después del nacimiento, siendo la infancia y la edad adulta períodos de disminución.

Según el autor Huttenlocher, durante el primer año de vida el cerebro de las personas tiene el doble de conexiones neuronales, en comparación con el período de adultez. Se ha descubierto que el factor principal del decrecimiento de estas conexiones es, sin dudas, la experiencia adquirida con la edad.

Las bases del estudio

Si bien en el pasado se demostró que las memorias infantiles pueden persistir a corto plazo (perdiéndose en el largo plazo), un grupo de investigadores canadienses decidió averiguar la razón de este fenómeno.

A través de la experimentación con ratones (tanto jóvenes como adultos), modificando sus procesos neuronales, se descubrió la relación directa entre el crecimiento neuronal y la recuperación de la memoria, lo que explica la amnesia a largo plazo que se produce en memorias de la edad infantil y los problemas de recuerdo en los individuos de edad adulta.

Desde que nacemos, hasta que cumplimos 4 ó 5 años, nuestro hipocampo se encuentra envuelto en un dinamismo constante, lo que repercute inversamente en el arraigo de los recuerdos a largo plazo.

Estos hallazgos en el área sustituyen las teorías anteriores que afirmaban que la amnesia infantil se debía al desarrollo del habla y otras habilidades relacionadas con el crecimiento biológico y social.

Si bien las conclusiones obtenidas en Canadá no son suficientes para dar una respuesta irrefutable sobre esta materia, sin duda es un comienzo renovador para diferentes estudios sobre este tema tan poco comprendido, pero que con tantas ansias se busca conocer. Esto quiere decir que, entre los muchos misterios que siguen activos en el campo de la neurología, la causa de la amnesia infantil está a punto de ser develada.

¿Qué hacer con esa falta de recuerdos?

Llegado este punto, podemos afirmar que no hay nada de malo en el hecho de no recordar nuestros primeros años de vida.

Quizá la mejor recomendación sea escuchar esos recuerdos por parte del relato de otras personas (familiares, amigos, etc.) para generar anécdotas que, si bien no vamos a poder recordar por sí mismos, indudablemente contribuirán a definir nuestra propia historia, como así también a mejorar nuestros vínculos sociales.

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Fuente: Claudio  Navarro – lamenteesmaravillosa

Los niños aprenden lo que viven

Si los niños son educados entre reproches,

aprenden a condenar.

Si son educados con hostilidad,

aprenden a ser agresivos.

Si viven con miedo,

aprenden a ser aprensivos.

Si son tratados con lástima,

aprenden a autocompadecerse.

Si son puestos en ridículo,

aprenden a ser tímidos.

Si viven en competencia,

no aprenden a compartir.

Si son regañados por sus errores,

aprenden a sentirse culpables.

Si viven carentes de estímulo,

aprenden a no confiar en sí mismos.

si no conocen el reconocimiento,

no aprenden a valorar a los demás.

Si son educados sin aprobación,

aprenden a buscar relaciones tóxicas.

Si viven entre mentiras,

no aprenden el valor de la verdad.

Si son tratados sin amabilidad,

nunca aprenden a respetar a los otros.

Si los niños crecen en un entorno de seguridad,

aprenden a no temerle al futuro.

Y si viven sus años más tempranos rodeados de amor sincero,

aprenden que el mundo es un maravilloso lugar donde vivir.

Dorothy Law Nolte.

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Consejos para fomentar el aprendizaje entre los niños y niñas

CONSEJOS PARA FOMENTAR EL APRENDIZAJE SEGÚN EL ESTILO DE LOS NIÑOS Y NIÑAS

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Estilo Activo:

  • Tendremos que enseñarle a controlar sus impulsos y a planificarse.

  • Se sentirá cómodo haciendo tareas que requieran acción, cuando tenga que aprender procura que este activo, que escriba, que hable.

  • Déjale que haga descansos.

  • Dale la oportunidad de ensayar y comprobar los resultados.

  • No le des todo hecho, deja que lo descubra por si mismo mediante ensayo error.

Estilo Reflexivo, teórico:

  • Se sienten cómodos con actividades de análisis y reflexión.

  • Son buenos haciendo esquemas y buscando información.

  • Necesitan entender el porqué de las cosas, explícales siempre el porqué.

  • Trabajaran a gusto solos, leyendo y buscando información.

  • Es bueno que trabajes con ellos la práctica y la experimentación.

  • Procura que sean creativos.

  • No le des todo hecho, dale la información para que busque, piense, elabore sus contenidos y reflexione.

Estilo Imaginativo:

  • Son creativos por naturaleza.

  • Se sienten a gusto compartiendo y escuchando.

  • Explícales la información, te escucharan e irán imaginándolo en su cabeza, procesando y asimilando esa información.

  • Procura actividades donde tengan que imaginar, para aprender historia por ejemplo no les dejes el libro y que simplemente lean, explícaselo como un cuento.

Estilo Pragmático:

  • Aprenden practicando, serán buenos en las tareas que requieran practica como las matemáticas.

  • Procúrales que las tareas para adquirir la información sean prácticas.

  • En lugar de aprender leyendo búscales actividades, esquemas, resúmenes, trabajos, etc.

  • Deja que experimenten, disfrutarán de ello y construirán un aprendizaje más significativo.

  • Deberás trabajar con ellos para que mejoren en las actividades que requieran poca práctica, enseñarle a hacerlas prácticas.

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Autora y fuente: Celia Rodríguez Ruiz – educapeques.com

 

Diez consejos para educar

Carloooos! Que te he dicho que te duches, te sientes a la mesa y recojas tu cuarto… ¡YA! No entiendo por qué no me haces caso a la primera, siempre tengo que gritarte y ni por esas, me tienes hartísima. Cuando venga tu padre, se lo digo. Me desesperas. Si es que no puedo contigo, un día de estos te voy a dar un bofetón”.

img_como_educar_a_mi_hijo_hiperactivo_20367_origDespués de esta escena, algunas madres dan un portazo, incluso lloran de desesperación. No entienden que su hijo no haga lo que se le pide a la primera. La explicación que dan es que el niño es desobediente, malo, y que no hay nada que hacer por conseguir paz en casa. Terminan por juzgarse como malas madres e ineficaces en la educación de sus hijos. En la escena podemos encadenar varios errores para que Carlos no obedezca: dar voces, órdenes contradictorias, comunicarle que ha perdido la batalla (“puedes conmigo, me desesperas”) y amenazarle con hablar con su padre demostrando que su autoridad es nula.

El propósito de la educación es lograr que los niños quieran hacer lo que deben hacer” (Howard Gardner)

La mayoría de padres ve la tarea de educar como algo difícil. Pero si anticipa todo lo que puede fallar, que su hijo no estudiará, se relacionará con amigos que resten, no comerá… esto le desesperará y caerá en la profecía autocumplida. Lo más importante en la educación es establecer unas reglas que no se salte ni usted. Trabaje para que se cumplan desde edad temprana. A partir de los seis meses los niños entienden muchas cosas; no se expresan, pero empiezan a diferenciar entre “esto sí se puede y esto no”. No trate de educar a un chaval de 15 años al que lleva consintiendo todo este tiempo, será tarde. Cuanto antes sepan sus hijos que hay normas, que los premios van asociados al cumplimiento de responsabilidades, que todos tienen que colaborar, antes conseguirá tener hijos educados, responsables y con autonomía.

La mejor prevención en educación es la intervención temprana. Muchos padres se quejan de que los niños no vienen con un manual bajo el brazo, pero si siguen estas reglas básicas, seguramente le allanarán el camino que supone educar.

Primero. Volumen y tono conversacionales. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de hablar alto. El poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que conllevará no hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado con las rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a ellos. Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.

Segundo. No dé órdenes contradictorias. Si le dice a su hijo que se duche, que recoja su cuarto y que se siente a la mesa, sin indicarle el orden, igual lo bloquea. Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo segundo. Si su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas, dígale cuál es su prioridad. No espere que él la sepa, porque tiene las sus propias.

Tercero. Imaginación. Haga un concurso por semana para que jueguen “a hacer lo que deben”; puede ser sobre cualquier comportamiento a corregir. Los domingos lo puede anunciar: “A partir de mañana, se celebra el fantástico concurso de ‘Quién tiene la dentadura de caballo más limpia’. Las bases son estas: limpiarse los dientes tres veces al día y pasar revista. Las puntuaciones de papá y mías se sumarán, y el viernes anunciaremos ganador”. Si quiere que los niños se lo tomen en serio, haga lo mismo. Y tenga paciencia, hasta que se convierta en rutina necesita tiempo. El juego genera un ambiente relajado en el que apetece más aprender y obedecer.

Cuarto. No quiera modificar en su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el día diciéndole lo que hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una conducta a modificar y céntrese en ella siguiendo las pautas de este artículo. Cuando lo consiga, siga con otra.

Quinto. Cuando corrija o muestre su enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice, ni haga juicios de valor. Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las expectativas que se han puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es mejor decir: “No me gusta ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los juguetes en las cajas”, a decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”. No consiga que se cumpla la profecía autocumplida. Si les transmite que no confía en ellos y que no espera nada, puede que se cumpla.

Sexto. Sea constante. Aquello muy importante, basta con que lo argumente una vez, no busque más razonamientos porque su hijo no los necesita. Simplemente busca ganar tiempo para no hacer lo que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto antes empieces, antes podrás disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que sea negociable y no siente precedente con lo que no lo es.

“Educad a los niños, y no tendréis que castigar a los hombres” (Pitágoras)

Séptimo. Paciencia y calma. Las personas que transmiten con paciencia son más creíbles y generan un ambiente cálido y relajado. Cuando introduce cambios en la manera de educar, al principio los niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa que mi madre/padre ahora están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo, necesitan acostumbrarse a esta nueva forma de comunicarse.

Octavo. No se contradiga con su pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la escala de valores parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a otro, fomentando el engaño para conseguir lo que quieren. Terminará por tener muchas discusiones con su pareja por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen, ni contradigan delante de ellos. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo, háblenlo en la intimidad y negocien.

Noveno. Nunca levante los castigos. Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo cumpla, que imponer uno muy duro fruto de la ira y que luego deshará convirtiéndose en alguien a quien se puede chantajear. Dígale: “Esto merece un castigo, ya te diré qué va a pasar”.

Décimo. Mejor que el castigo, el refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien, cualquier cambio, y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que hace mal y le corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de llamar su atención. Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que sus padres estén orgullosos de él, pero tiene que decirle de qué se siente usted orgulloso, porque él no lo va a adivinar.

Recuerde lo más fundamental: hasta la adolescencia, no hay figuras más importantes que los padres. Si trata de educar en una dirección, pero se comporta en otra, será inútil. Los hijos copian, son esponjas. Educar con acciones tiene mucho más impacto que con palabras.

Autora y fuente: Patricia Ramírez – elpais.com

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Cómo potenciar la autoestima en los niños

Como padres, una de las labores más importantes con las que os váis a encontrar va a ser la de potenciar y desarrollar la autoestima de tu/s hijos/as. Como psicóloga infantil, lo veo diariamente en los niños y niñas a los que atiendo, ya esté trabajando los miedos de los niños, el bajo rendimiento escolar o la instauración de hábitos saludables en el hogar; siempre me encuentro con un factor de riesgo para el mantenimiento del problema: bajos niveles de autoestima.

5_imgizq_actividad¿Qué es la Autoestima?

Para entenderlo bien es preciso diferenciar autoestima de autoconcepto, ya que ambos términos están intimamente ligados. El autoconcepto es el conjuntos de creencias que tenemos sobre nuestras cualidades personales, este concepto se va formando a lo largo de nuestras vidas. Mientras que la autoestima es el valor (positivo o negativo) que le damos a esas cualidades personales, pudiéndonos valorar de manera positiva en algunos aspectos y negativa en otros.

Es durante la infancia y la adolescencia cuando la autoestima crea una marca profunda, dado que son etapas vitales donde nos encontramos más flexibles y vulnerables. La familia es el lugar principal de socialización, de educación y de aceptación de uno mismo. Es el lugar en el que una persona es querida por lo que es y se le acepta como es. La psicología infantil nos confirma que la valoración de la imagen que el niño va haciendo de si mismo depende de la forma en que va percibiendo que cumple con las expectativas de sus padres, en cuanto a la consecución de metas y conductas que esperan de él.

¿Qué podemos hacer para potenciar la autoestima de nuestros hijos?

1. ¿QUÉ ESTILO EDUCATIVO TIENES CON TUS HIJOS?

Está demostrado que tanto el estilo permisivo como el autoritario traen consecuencias muy negativas para la autoestima de los hijos. La educación permisiva está muy presente en la generación actual, tanto por alejarnos de aquel estilo autoritario de nuestros padres y abuelos, como por nuestras altas exigencias en ese “rol parental”. El estilo más adecuado es el democrático, y los resultados de las investigaciones nos demuestran que cuando los padres ponen normas, elogian a sus hijos, negocian con ellos y les generan hábitos de comportamiento, la autoestima del niño se ve beneficiada.

2. ¿CÓMO ANDAS DE AUTOESTIMA?

Junto al punto anterior, éste forma parte fundamental del autoanálisis que es preciso realizar como padres. En función del valor que le demos a nuestras cualidades, cómo nos veamos en nuestro entorno social y qué actitud tengamos ante las responsabilidades y adversidades del día a día, así nos verán ellos. Hay que tener presente que para tus hijos, tú eres el número 1, la persona de referencia, en la que fijarse, a la que van a copiar en su forma de expresarse y de actuar. Ofrécele una visión de ti mismo realista, sana y equilibrada.

3. DALE RESPONSABILIDADES

Desde vestirse sólo, preparar la mesa, recoger sus juguetes o acompañarte a hacer la compra; todas son responsabilidad que, en función de la edad del menor, deberán ir asumiendo para su óptimo desarrollo psicológico. De esta forma el niño o niña entiende que es valioso, que tiene una responsabilidad dentro del hogar, y que el nosotros es más positivo que el “papá” o “mamá” a secas. Dando responsabilidades les enseñamos que solos no podemos con todo, que compartir es importante y la acción del otro es tan valiosa como la mía. De esta manera estamos gestando seres emocionalmente inteligentes y socialmente responsables.

4. ¿CÓMO LE HABLAS A TUS HIJOS?

La comunicación que tenemos que ellos es de suma importancia a la hora de fomentar la autoestima. Los precedentes de la autoestima, ya sea alta o baja, suelen ser pensamientos y frases, así como juicios, comparaciones; que el pequeño cuando es de corta edad no tiene capacidad para desarrollar por sí mismo. La autoestima que un niño pequeño tiene depende en gran medida de lo que oye, le dicen y de esos mensajes repetitivos que recibe, y que más tarde se los dice a sí mismo. Aquí os dejo un post de hace unos días con algunas frases para motivar a tus hijos.

5. ¿CÓMO ESCUCHAS A TUS HIJOS?

La relación con los hijos es bidireccional, no sólo nos tenemos que ocupar de hablarle de la forma inidicada en el punto anterior, sino que debemos aprender a escucharlos. Cuando lo hacemos, hay que hacerlo al 100%, es decir, ese tiempo que pasemos mientras nos cuenta que le han quitado una goma en el colegio ha de ser una escucha con todos nuestros sentidos. Esas son sus preocupaciones y así debemos de aceptarlas, aportando soluciones de manera conjunta. En la escucha no sólo incluimos la comunicación oral, es decir aquello que nos cuentan, sino que es de vital importancia toda transmisión de emociones, cuida de manera especial el contacto físico, y mientras te hablan utiliza también una comunicación no verbal. Sólo a través de las caricias, los abrazos y los besos como formas de expresión de nuestro amor el niño puede sentirse amado. Y al sentirse amado siente que tiene existencia, que es valioso por sí mismo.

 

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Fuente: Carmen Berzosa – Psicóloga Infantil – tusupernanny.es

Frases para motivar a tus hijos

FRASES PARA MOTIVAR A TUS HIJOS

La competencia:
Escuela de padres - desQbre - felices-los-ninos-de-colores-en-muchos-libros-de-colores
Mira lo que has conseguido. ¡Es fantástico!
Te está costando pero lo estás haciendo muy bien.
Parece que disfrutas mucho haciendo eso.
Te está saliendo muy bien. Sigue así.
Es cierto que puedes mejorarlo. Sigue practicando y lo conseguirás.
No me ha gustado lo que has hecho. Sé que lo puedes hacer mejor
Por supuesto que puedes mejorar. Todavía puedes dar más de ti.

La iniciativa:

Tu esfuerzo ha valido la pena.
Estoy seguro de tu talento. ¡Atrévete!
Inténtalo, no importa si lo consigues o no. Todos nos equivocamos y así aprendemos.
¡Mira lo lejos que has llegado!
Fíjate en el error e inténtalo de nuevo. Seguro que ahora es más fácil.
Me gustan tus ideas.
Seguro que encuentras una solución mejor.

La comunicación:

No opino lo mismo que tú pero te agradezco que me lo digas.
Dime cuál es tu opinión. Me interesa.
¿Qué te parece?
Esa es una buenísima observación. Gracias.
Esa pregunta es muy interesante.
Me gusta que me preguntes cosas.

Su identidad:

Me gusta cómo eres.
Te quiero, te quiero, te quiero.
Espero que estés orgulloso de ti mismo.
Me gustas cuando sonríes.
Me encanta tu compañía.
Me gusta ver en lo que te estás convirtiendo.
No te compares con nadie. No hay nadie como tú.
No podemos ser buenos en todo. Por eso tenemos nuestros talentos especiales.
Eres especial, no hay nadie como tú

La responsabilidad:

Sé que puedo confiar en ti.
Me has demostrado ser responsable.
Equivocarse es bueno. Te enseña a mejorar.
No te lo permito pero te quiero.
Toma una decisión. Confía en ti mismo

La colaboración:

Gracias por tu ayuda.
Lo que has hecho ha sido muy importante para mí.
Yo no lo habría hecho así pero así está perfecto.
Yo no lo veo de la misma manera. Dime por qué piensas de esta manera.
Tómate tu tiempo para hacerlo.
Seguro que entre los dos es más fácil.
Sé que te cuesta un gran esfuerzo por eso te lo agradezco más.

 

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Fuente: http://www.solohijos.com

La química del amor materno

Un niño nace diseñado para enamorar a su madre por una cuestión de  supervivencia. Llega al mundo indefenso y durante un tiempo dependerá de quien  asuma la función de alimentarle, consolarle, estimularle… Suele ser la madre  quien se encarga de esos cuidados durante el aterrizaje del niño en la vida.  Ella no puede dejar de mirarlo, de pensar en él, de querer cuidarlo. Cuando el  bebé empieza a sonreír, se activan en el cerebro de la madre regiones  relacionadas con la recompensa. Así que ella se engancha a las sonrisas y las  monerías de su retoño. Gracias a los avances neurocientíficos se empieza a saber  mejor cómo influye el amor de madre en el cerebro del niño.

Beso padres e hijo(2)Ese vínculo entre una madre y su bebé es un complejo entramado de factores  hormonales, neuronales, psicológicos y sociales. Muchas investigaciones avalan  que el amor maternal no sólo es fundamental para un buen desarrollo cerebral del  niño, sino que también es una excelente inversión para la salud mental del  futuro adulto.

“Al nacer sólo tenemos desarrollado el 25% del tamaño del cerebro”, señala Adolfo Gómez Papí, neonatólogo del hospital Joan XXIII de  Tarragona y profesor de la Universitat Rovira i Virgili. “El 75% restante –continúa– se desarrolla durante los dos o tres primeros años de vida. Aunque  luego el cerebro puede cambiar, las estructuras básicas están formadas a los  tres años. Y cómo se vayan desarrollando dependerá mucho del tipo de  alimentación y de la relación que el hijo establezca con su madre”.

También influyen los genes y que, poco a poco, el niño se abrirá a otras  figuras importantes para su evolución, como su padre. Pero, al principio, casi  todo el horizonte del niño será el amor de su mamá –o de su cuidador principal,  en el caso de que sea el padre, por ejemplo–. Como explica Enrique  García Bernardo, psiquiatra del hospital Gregorio Marañón de Madrid, “el bebé recibe importante información emocional de su madre; ella le habla, lo  acaricia, le canta, lo acuna, le sonríe…”. Empatiza con él, ríe con él, sufre  con él. Lo ama. Y ese amor de madre va tejiendo el vínculo entre ellos,  desarrollando el cerebro del niño, programando las conexiones entre las  neuronas.

Un intercambio afectivo entre el hemisferio derecho de la madre y el de su  hijo, como ha escrito en un artículo Allan Schore, profesor del  Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California-Los Ángeles (Estados  Unidos) y uno de los principales investigadores del vínculo entre madre e hijo.  Porque, como apunta Gómez Papí, “en el niño predomina sobre todo el hemisferio  derecho, que tiene que ver con las emociones”.

Así que entre madre e hijo se da una intensa comunicación emocional. El  idioma del bebé son sus llantos cuando tiene hambre o sueño, sus sonrisas, sus  balbuceos… Y, el de ella, los besos y las palabras de amor que le dedica, los  abrazos que lo consuelan, el alimento que le da, estar cerca de él… Un diálogo  muy especial, cuyo código a veces parecen conocer únicamente la madre y el niño,  y que moldea el cerebro del pequeño.

El recién nacido tiene unos 100.000 millones de neuronas. Y  en los primeros años de vida se van a formar billones de conexiones entre ellas.  Más o menos al final del primer año, señala Gómez Papí, se produce una poda  neuronal. Ya hay billones de conexiones y, como el cerebro quiere economizar  recursos, “poda las conexiones menos empleadas; si el apego con la madre ha sido  seguro, se habrán formado muchas conexiones que tienen que ver con la seguridad,  y esas conexiones se mantendrán”.

El cerebro se habrá preparado para vivir en un entorno seguro, así que el  niño empezará a percibir la vida como un lugar seguro: me consuelan cuando estoy  mal, quizás no tengo que temer al mundo. Una buena forma de encarar su futuro. “Tendrá más ganas de explorar. Los niños que no han tenido un buen vínculo son  más inhibidos”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil del  hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) y profesora de la Universidad  Autónoma de Madrid. “Una de las funciones más importantes de la madre –afirma– es regular las emociones de su pequeño. Es básico que le dé el consuelo que  necesita. No es tan importante que acierte siempre si el niño tiene hambre o  sueño cuando llora. Lo importante es que responda a su llamada para que este  tenga más ratos de bienestar y menos de malestar”. Así, el niño siente que la  persona más importante para él está disponible cuando la necesita. Y empieza a  gatear por la vida con confianza.

Una buena base para la salud mental del futuro adulto. Como comenta García  Bernardo, “una adecuada relación con la madre en los primeros años es un factor  que ayuda mucho a la salud mental del adulto, aunque no lo es todo, porque la  vida es muy larga”. Visto desde el lado amargo, numerosos estudios señalan que  los niños que han vivido un apego inseguro porque han sufrido negligencias o  abusos por parte de sus cuidadores principales tienen mayor riesgo de sufrir  depresión, ansiedad o trastornos de personalidad durante su adultez. Y ¿cuántos  niños viven un apego seguro? Según algunas investigaciones, aproximadamente el  75% establece un apego seguro, un vínculo cercano afectivamente y estable, con  sus madres. “Las madres ejercen de madres desde hace ya años, y, en general, lo  hacen bien”, recuerda García Bernardo. Unos primeros años de vida complicados no  tienen por qué ser una condena de por vida. “El niño puede encontrar más  adelante otras figuras de referencia. Y el cerebro es plástico, puede adaptarse.  Se ve en los niños adoptados”, añade Adolfo Gómez Papí.

Algunas investigaciones sobre los cuidados maternos se centran en cómo  afectan las primeras experiencias en la forma de afrontar el estrés a lo largo  de la vida. Michael Meaney, profesor de Psiquiatría en la  Universidad McGill, en Montreal (Canadá), es uno de los principales  investigadores en este campo. En uno de sus experimentos participaron un grupo  de personas de entre 18 y 30 años que dieron una puntuación elevada en un  cuestionario sobre los cuidados maternos recibidos y un grupo de personas que  dieron una puntuación baja. Les pidió que realizaran una tarea aritmética mental  delante de una pantalla que les informaba sobre los errores que cometían y el  tiempo que tardaban en resolver los problemas. Una inyección de estrés para ver  cómo respondían. Y las personas que habían tenido buenos cuidados maternos  segregaban menos cortisol, la principal hormona que se activa en el estrés.

“Cuanto menos cortisol se segrega, menos reactividad al estrés”, señala Roser Nadal, profesora del Instituto de Neurociencias de la  Universitat Autònoma de Barcelona. Es decir, se afrontan con mayor tranquilidad  los retos de la vida. Y la relación entre cuidados maternos y estrés en el  futuro adulto se ha comprobado una y otra vez al estudiar los estilos de crianza  de las ratas, que tienen un sistema nervioso parecido en algunos aspectos al de  los humanos. Hay ratas que ejercen de madres con más entrega que otras. “Depende  de si les dan a sus crías las suficientes caricias y lametones que estas  necesitan y de cómo las amamanten. Algunas arquean su cuerpo para proteger bajo  él a sus crías mientras maman y otras se ponen de lado y pasan de todo. Hemos  visto que estas conductas activan o desactivan genes relacionados con el estrés.  Y queda afectada la respuesta de las crías al estrés”, añade Nadal. Los cuidados  de las madres dejan una marca en el cerebro y también en los genes. Algo que,  según Meaney, parece confirmarse en estudios realizados con seres humanos. “Es  lo que se conoce como epigenética: el ambiente modula la expresión de los  genes”, dice Nadal.

Que madre e hijo formen un buen equipo afectivo puede favorecer además el  desarrollo cognitivo del niño y ayudarle a sacar mejores notas. En buena medida,  porque probablemente crecerá con más seguridad y estará más motivado. Aunque  otro de los factores que explicarían este mejor rendimiento escolar es que los  niños que han recibido buenos cuidados maternos podrían tener el hipocampo  (estructura cerebral fundamental para el aprendizaje y la memoria) más  grande.

En el 2012, investigadores de la Universidad de Washington en San Luis  (EE.UU.) publicaron un estudio sobre la influencia de un buen vínculo maternal  en el hipocampo de los niños. Primero, analizaron el tipo de relación que tenía  con sus cuidadores principales –el 96,7% eran las madres biológicas– un grupo de  niños de entre cuatro y siete años. Para ello emplearon una ingeniosa “tarea de  espera”: dijeron a cada cuidadora que el niño debía aguantar ocho minutos para  abrir un regalo que tenía al alcance y que estaba envuelto de forma muy  llamativa. Una tortura para la capacidad de resistencia al deseo de un niño.  Mientras, la cuidadora tenía que rellenar unos cuestionarios, tarea cuyo único  objetivo era que no pudiera estar totalmente concentrada en el niño. Se buscaba  reproducir el estrés que supone criar a los hijos, pues en la vida cotidiana,  muchas veces hay que estar pendiente de ellos a la vez que se hacen otras  tareas… Los investigadores observaban cómo se manejaba la madre en ese conflicto  de intereses, si era capaz de ayudar correctamente al niño para que no abriera  el regalo. En este caso, consideraban que el estilo de crianza que seguía ese  cuidador era bueno para el niño.

Luego, mediante resonancia magnética, comprobaron que los niños que habían  recibido una ayuda adecuada para no abrir el regalo tenían un hipocampo un 9,2%  mayor que los que no habían recibido una buena ayuda. Aunque la mayoría de los  cuidadores eran las madres biológicas, los autores del estudio opinaron que los  efectos positivos de una buena crianza en el cerebro del niño serían parecidos  aunque el cuidador principal fuera otra persona, como la madre adoptiva.

“Hay estudios con animales que confirman también que los que recibieron una  buena crianza de sus madres tienen menos déficits cognitivos cuando son  ancianos”, explica también Roser Nadal.

Los descubrimientos sobre el vínculo madre-hijo son diversos. “Hay células  del feto que se instalan en el cerebro de la madre durante el embarazo. Todavía  no sabemos por qué”, comenta Ibone Olza. Los científicos continúan rastreando  las claves neurocientíficas de la relación entre las madres y sus hijos.  Mientras, ellas hacen mil y un malabarismos para combinar la maternidad con los  demás aspectos de su vida. Los padres cada día intervienen más en la  responsabilidad de criar a los hijos, pero todos los expertos consultados para  este reportaje reclaman que la sociedad debería ayudar más a las madres. Por  mucho que avance la ciencia, “todavía ser madre es difícil”, indica Olza. “Pero  el vínculo –añade– entre una madre y su hijo es vital para la especie. La madre  tiene que estar rodeada de personas que la cuiden. Como dice un proverbio  africano, a un niño lo cría toda una tribu”.

Muchas madres se sienten culpables por no llegar a todo, por creer que, tal  vez, no están dando a sus hijos el tiempo y el amor que estos necesitan. “Aunque  es importante que estén tiempo con sus hijos –considera Enrique García  Bernardo–, lo fundamental para un buen apego es la calidad del tiempo. Que,  cuando una madre esté con su hijo, esté tranquila, disponible afectivamente y  disfrute con él. Estoy seguro de que si las madres pudieran dedicar a sus hijos  más cantidad y calidad de tiempo, la sociedad sería un lugar mejor”.

 

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Fuente: José Andrés Rodríguez – La Vanguardia

Adolescentes y la Fobia Social ¿de qué se trata?

cache_2409999735Todo el mundo piensa que ser adolescente significa disfrutar a pleno de la vida social. ¿Por qué no? Entre la escuela, las fiestas y todas las actividades con amigos, de seguro que hay mucha diversión. Sin embargo, no todos los adolescentes disfrutan al participar en los eventos sociales y hasta los rechazan. Algunos incluso sienten una profunda ansiedad de ser vistos en público en situaciones cotidianas. Aquí te cuento de qué se trata esta fobia social en los adolescentes.

Juliana recuerda que cuando tenía 16 años todo el mundo le decía que dejara de ser tan tímida. Ella era callada, más bien introvertida y odiaba, sobre todas las cosas, tener que pasar delante de mucha gente. Le daba vergüenza por ejemplo, subirse a un autobús (bus, colectivo, guagua, camión) urbano y tener que caminar por el pasillo para buscar un lugar. El sentir las miradas de la gente le producía mucha ansiedad hasta el punto de hacerla sudar y sonrojarse. Por eso, su mamá recuerda que siempre supo que lo de Juliana era mucho más que timidez. En el colegio no quería participar en actividades, como teatro o danza, por el miedo a exponerse en público y ser criticada. No le gustaba ir a fiestas porque le daba pánico no saber si la iban a sacar a bailar o no.

Fue entonces cuando decidieron buscar ayuda profesional y Juliana fue diagnosticada con fobia social. Hoy, ya varios años después, Juliana agradece a su mamá que la haya llevado a esa terapia, pues es abogada litigante y su trabajo le exige hablar en público.

Como Juliana, muchos adolescentes padecen de fobia social, la cual se define como una ansiedad intensa o un miedo persistente ante un objeto, una actividad o una situación social que se evade a toda costa para evitar el estrés. Hablar en público o iniciar una conversación son las principales situaciones de las que huyen los adolescentes.

Las estadísticas indican que el promedio de edad en el que se desarrollan los síntomas de la fobia social es entre los 11 y los 19 años, es decir, durante la adolescencia.

Para identificar si tienes fobia social o si tu hijo(a) adolescente la padece, presta atención a los siguientes síntomas:

  • Sentirse observado en situaciones sociales al punto de sentir      dolor de estómago, tener el pulso acelerado, marearse y llorar.
  • Sentirse cohibido (con timidez) cuando otros observan: pensar      que todos están juzgando lo que haces.
  • Tener un temor extremo de que otros te observen.
  • Temer al qué dirán los demás.
  • Evitar iniciar conversaciones con compañeros de la clase.
  • Sensaciones físicas como sonrojarse, palpitaciones, náusea,      sudor y sentirse humillado(a).

Si piensas que tu ansiedad ante situaciones sociales es extrema hasta el punto de interferir en tu vida diaria y tu bienestar emocional, puede que tengas fobia social. Para saber si es así, debes consultar con un especialista que puede recomendarte los dos tratamientos que hay para tratar este tipo de fobia: medicamentos y terapia psicológica o terapia de comportamiento.

Los medicamentos se pueden combinar con la terapia (es lo que generalmente se recomienda) y se ha comprobado que son efectivos para tratar y eliminar los síntomas de la fobia social. En los Estados Unidos, la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) ha aprobado cuatro medicamentos específicamente para los casos de fobia social: Zoloft (Sertraline), Paxil (Paroxetine), Luvox (Fluvoxamine) y Effexor (Venlafaxine). Puede que en tu país existan con el mismo nombre o que tu médico te recomiende otros con ingredientes similares que sean igualmente efectivos (el ingrediente que se encuentra entre paréntesis es el ingrediente químico que es igual en todos los países).

Lo bueno de los medicamentos es que funcionan. Lo malo, es que sólo tratan los síntomas, en este caso no los curan y podrían causar algunos efectos secundarios. Por lo que, si se suspende su uso, los síntomas pueden regresar.  Por eso, la terapia psicológica o la terapia de comportamiento podría ser mejor a largo plazo si te funciona, ya que con algunos métodos podrías “entrenar” a tu cerebro para que le pierda miedo a las situaciones sociales que no podías enfrentar previamente.

De cualquier manera, el primer paso es identificar si padeces de fobia social para así poder tratarla y disfrutar de tu adolescencia a plenitud, (o ayudar a tu hijo(a) a   superarla).

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Fuente: (Doctora Aliza) – http://www.vidaysalud.com

Padres, el éxito no es lo más importante: permitid que vuestros hijos fracasen

396311_337641172916426_208007659213112_1497390_472340032_aLos padres siempre buscan el mayor bienestar posible para sus hijos. Una loable actitud natural, pero que en los últimos tiempos está alcanzando unos niveles excesivos que la convierten en contraproducente, según coinciden en señalar la mayoría de expertos. La denominada sobreprotección parental o infantil (overparenting, según el concepto original en inglés) es cada vez más común y sus efectos a medio plazo pueden ser muy perjudiciales para el desarrollo emocional e intelectual del niño.

Los padres están criando a sus hijos en un “estado de indefensión e impotencia”, lo que les generará dificultades en la vida adulta, pues “carecerán de los recursos emocionales necesarios para hacer frente al fracaso por ellos mismos”, según advierte un grupo de investigadores de la Universidad de Queensland (Australia) en el estudio Can a parent do too much for their child?. La sobreprotección tampoco ayuda a disminuir las tasas de fracaso escolar, más bien al contrario, como relevaron los 128 profesores encuestados para la realización del informe. Otro estudio anterior publicado en la revista New Scientist incluso apuntaba que la sobreprotección no solo inhibe la independencia y la libertad de los menores, sino que incluso puede retardar el crecimiento del cerebro en un área relacionada con las enfermedades mentales.

Una de las equivocaciones más comunes es creer que todo vale con tal de que los hijos obtengan buenas notas, incluyendo el plagio de trabajos, la realización de los deberes del niño y un sinfín de prácticas que se recopilan en el estudio a partir del testimonio de los profesores. En muchas ocasiones, el fracaso (suspender un examen o tener que repetir una tarea hasta hacerla correctamente) puede ser positivo porque el alumno aprenderá de sus propios errores, será cada vez más autosuficiente, ingenioso, competente y ganará en confianza.

Una generación de padres “demasiado blanda”

El mayor peligro de la sobreprotección reside en que socavar la independencia anulará su capacidad de respuesta ante las dificultades que se le presenten. Sin embargo, los especialistas reconocen que es muy complicado para los padres asumir el fracaso de sus hijos sin intervenir para que ello no ocurra. El sentimiento de culpabilidad y de corresponsabilidad se apodera de ellos de forma demasiado fácil, como subrayan los autores, algo que en el pasado no ocurría con tanta frecuencia.

El fracaso ayudará al niño a aprender de sus propios errores, ser más autosuficiente, ingenioso, competente y confiado

Uno de los educadores participantes en el estudio dice que, tras convivir con un gran número de padres sobreprotectores, lo que más le preocupa es que “los niños han dejado de asumir la responsabilidad de sus actos y las consecuencias naturales de estos”. Asimismo, propone que si realmente quieren beneficiar a sus hijos deberían “mantenerse un poco más al margen, con una actitud colaborativa, pero sin enfocarla a las soluciones directas”. Es decir, ayudar al niño a que reflexione y darle solamente pistas para que él mismo encuentre sus propias respuestas. “Así se beneficiarán tanto el niño, como el padre e, incluso, los profesores”, concluye.

Desde diferentes asociaciones educativas se han elaborado distintas pautas prácticas para evitar la sobreprotección, ante el fuerte incremento de este problema en los últimos años.

 

  • No anticiparse a los errores para evitarlo. Analizar juntos lo que ha ocurrido, qué se ha hecho de forma correcta y qué se puede mejorar.
  • Si necesita ayuda averiguar qué es lo que realmente demanda. Quizá lo que pida no coincida con el apoyo que se le iba a ofrecer.
  • Permitir que se desenvuelvan solos, aunque tarden en hacer las cosas.
  • Darle pequeñas responsabilidades a cumplir sin la necesidad de que, posteriormente, haya un adulto presente (recoger los juguetes, dejar la ropa en el cesto…).
  • Favorecer sus relaciones sociales con los iguales para potenciar el desarrollo de su personalidad en otro contexto que no sea el familiar.
  • Ante las situaciones de miedo, en lugar de evitarlas, hablarles de lo que va a pasar y transmitirles apoyo. De esta forma su ansiedad disminuirá.
  • Protegerles de los peligros reales pero sin llegar al extremo de convertirles en unas personas miedosas.

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Fuente: (Iván Gil) – El Confidencial – elconfidencial.com

 

desQbre – Poner límites en la educación de los hijos

530803_293943837343981_1656460462_nLa educación, no en el sentido puramente académico de la palabra, si no, más bien en lo que se refiere a la crianza de los hijos, o sea, cubrir tanto sus necesidades fisiológicas, como afectivas y servir como hilo conductor de aquellas normas sociales con las que se deberán enfrentar en un futuro los hijos, no es tarea fácil, pero sí fundamental para los pequeños. Dentro de esta encomiable labor que es la crianza, se encuentra la importancia de establecer una serie de límites con los que se deberán desenvolver los niños en su más pronta infancia, hasta que estos logren interiorizar los mismos o imponerse los suyos propios, o bien, obrar en consecuencia de sus actos. O lo que es lo mismo, ser adultos.

¿Por qué es importante establecer unos límites?

La finalidad, en sí misma, de la crianza de los hijos, es ayudar a estos a que desarrollen su personalidad y crecer como seres humanos para poder, finalmente, ser autónomos  y poder desenvolverse en la vida sin depender de sus progenitores. Parte de esta vida, transcurre en una sociedad o grupo de personas cuya convivencia y costumbres se rigen por una serie de normas, las cuales la persona habrá de aceptar, adaptándose a ellas, o bien rechazar o no acatar, asumiendo la reacción que esto pueda generar en el resto del grupo. Los padres, mediante la imposición de límites, actúan entonces como sujetos introductorios del niño en esta serie de normas sociales, las cuales irá encontrando a lo largo de su vida y le permitirán adaptarse poco a poco en este nuevo entorno para él. Las normas y límites son, por tanto, necesarios para introducir al individuo en la sociedad.

Además éste, poco a poco, ha de asumir que no puede tener y hacerse con todo aquello que desee, ¿quiere decir esto que el niño se frustrará y terminará por ser un frustrado? El niño se frustrará, lo cual es inevitable y necesario, aunque no quiere decir que vaya a ser un frustrado. Cuando el recién nacido llega al mundo, ve colmada su necesidad con gran prontitud. En ese momento basta con llorar como para recibir inmediatamente la atención de la madre, el pecho y el alimento proporcionado por este. Pero la madre pronto tendrá que prestar atención a otros asuntos no relativos al cuidado de su bebé, ya sea sus amistades, su trabajo, cualquier labor que necesite hacer en el hogar, etc. Entonces, el pequeño verá frustradas sus expectativas y tendrá que esperar a que su necesidad sea satisfecha. A medida que esto ocurra, la persona irá aprendiendo a esperar para lograr aquello que necesite y generará lo que se llama tolerancia a la frustración, lo que quiere decir que, aquello que un día le hacía sentir frustrado, dejará de frustrarle, desarrollando esa capacidad de esperar a obtener la gratificación que necesite. El establecimiento de unos límites adecuados incluso facilitará que la persona tenga una mayor capacidad de lograr aquello que se proponga, al no sentirse frustrado, ante la más mínima adversidad, en la lucha por conseguir unos objetivos en su vida. Por el contrario, aquellas personas que no han tenido que adaptarse a una serie de límites en su infancia, no desarrollarán esa misma tolerancia a la frustración y, ante casi cualquier adversidad, se sentirán frustrados y probablemente lleguen a sentir rabia hacia ellos mismos, o hacia cualquier otra persona, al no poder soportar esa sensación y no cumplir sus objetivos. En definitiva, si no quieres tener un pequeño dictador en casa, que más adelante se hará mayor, es mejor establecer estos, lo cual no supone maltratar, a la vez que es importante para su aprendizaje.

¿Cómo han de ser los límites?

  1. Han de ser claros y concisos. No ambiguos. O sea, no decirle “no te portes mal”, puesto que el pequeño probablemente no distinga entre aquello que está bien y está mal. O lo que es peor, probablemente no sepa diferenciar entre lo que el padre o la madre considera que está bien o está mal. Las normas han de decirse como en los siguiente ejemplos: “no metas los dedos en el enchufe”, “no tires el agua al suelo”, etc.
  2. El niño ha de saber qué esperas de él y cuando está sobrepasando la frontera. De lo contrario no aprenderá las normas de manera adecuada y sentirá una gran inseguridad.
  3. Que sea un límite factible, concreto y real, con consecuencias claras. Va a resultar muy difícil que un adolescente, con 17 años, acepte llegar a casa un sábado a las 21:00. O bien, que un niño de seis años esté en la sala de espera del médico durante una hora sin hablar ni moverse.
  4. Ha de ser conciso y breve. No es lo más adecuado dar grandes sermones y recurrir a frases como “cuando seas mayor…”, “la vida es muy dura”, etc.
  5. Cumplir con lo establecido. No hay mejor forma de animar a no cumplir unos límites que amenazar con las consecuencias que tien hacer algo y no cumplirlo. No es recomendable decir: “¿Qué te dije?”, “¿en que habíamos quedado?”, “¡a la próxima te enteras!”, “ya van dos, a la tercera…”
  6. Los límites han de ser consistentes y congruentes. No decir un día una cosa y al otro otra. El pequeño ha de saber a qué atenerse. La consistencia y congruencia hacen que el niño sea capaz de predecir el resultado de sus actos y, de este modo, que comience a obrar en consecuencia, lo cual es necesario para diferenciar entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Se ha de evitar dejarle hacer lo que quiera cuando uno está de buen humor y no dejarle hacer nada cuando se está enfadado.
  7. Es bueno decidir que normas pueden ser negociables y cuáles no se pueden negociar. Eso lo han de decidir los propios padres.
  8. Los límites han de ser acordes a la edad del niño.
  9. Explicar el por qué de los límites, aunque no se puede esperar que el niño entienda estos motivos a la primera y que los asuma como válidos, por lo que es conveniente no enfrascarse en una discusión sobre el motivo por el que se establecen los mismos. Evitar decir: “¡porque lo digo yo!”

 ¿Cuándo han de ponerse los límites?

  1. Cuando una conducta afecta a su seguridad o la de otras personas. Por ejemplo: Asomarse mucho al balcón, meter los dedos en el enchufe, abrir la llave del gas, etc.
  2. Cuando obstaculizan la convivencia. Como poner la música muy alta…
  3. Cuando la conducta va contra la higiene o salud suya o de otros.
  4. Cuando es contrario a los valores de la sociedad. Aunque este punto pudiera ser algo más controvertido, es bueno que el niño aprenda y sepa que se va a encontrar en la sociedad, que cosas están penadas socialmente y cuáles no y que normas le atañan como miembro de esta sociedad.

Por último, cabe destacar en este artículo que, en muchas ocasiones, los padres encuentran la tarea de la crianza como algo dificultoso y a veces sienten que dicha tarea les sobrepasa. Estos, condicionados por sus expectativas, su educación y sus propias dificultades y problemas cotidianos, se pueden llegar a sentir desbordados y verse ante la necesidad de recurrir a la ayuda de un profesional. Llegado este punto, sería bueno que se dieran a conocer en este artículo las distintas posibilidades que existen para hacer frente a esta problemática. Primero, se puede recurrir a alguna escuela de padres, que suelen impartir educadores o psicólogos, donde se puede obtener una visión general sobre numerosos aspectos a tener en cuenta en la crianza de los hijos. Existe, además, la posibilidad de recurrir a la ayuda de un psicólogo, el cual podría ayudar, mediante la realización de un proceso de psicoterapia, al pequeño o incluso a los propios padres. Existen numerosos condicionantes a la hora de lidiar con la costosa tarea de la educación, los cuales están relacionados con la propia educación recibida, los modelos educativos que han sido observados y las propias expectativas de los padres hacia los hijos y el futuro de los mismos, o sea, que me gustaría que fueran, etc. Pero cabe destacar que no por haber aprendido un estilo concreto de educar, necesariamente este sea el más idóneo, al igual que el rechazar taxativamente todos los aspectos del que no nos gustó sea la mejor opción. Es por ello, para poner fin a este artículo, que resulte muy aconsejable que los propios padres se pregunten si, quizá, alguno de los problemas que afectan a su persona o a su vida cotidiana, o determinados condicionantes de su vida y de la educación recibida, afecta también a sus hijos y en qué manera les afecta y, llegado el caso, recurran a la ayuda de un profesional. Es fácil observar en el campo de la psicología clínica como, en numerosas ocasiones,  la problemática del pequeño no es más que la manifestación más visible de una problemática que se está dando en el conjunto de la familia, y sus relaciones, que quizá convendría subsanar.

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Fuente: http://www.bienestarypsicologia.com/