¿ME DEJO VIVIR COMO QUIERO VIVIR?

(Si la respuesta es afirmativa, no es necesario que sigas leyendo)

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En mi opinión, nos pasamos gran parte de nuestra vida sin ser conscientes de ella.

Hacemos cosas sin saber por qué, obedecemos órdenes que no sabemos quién nos ha dado, desatendemos la vida, la empleamos en pasatiempos y matarratos, la pasamos enfadados o refunfuñando, nos distraemos con inutilidades, nos preocupamos por nimiedades, o nos ocupamos en cosas que no merecen nuestra atención y menos aún el derroche de vida que nos exigen.

Visto desde un punto de vista contable, es un desastre. Lo malo de ello es el desorbitado precio que pagamos por ello: la

pérdida inexorable de nuestra irrepetible vida. Cada segundo perdido es único. Y lo que es peor: irrecuperable.

En general, no le damos a la vida algo que nos requiere: que la vivamos según nuestro criterio consciente y actualizado.

Así que, tras la pregunta nada fácil y comprometedora del título, uno debería observar sus reacciones, sus inquietudes, la desazón que le provoca, el ímpetu que le nace (y no olvidar que “QUIEN TIENE LA VOLUNTAD TIENE EL PODER”), o bien si aparece y se consolida un compromiso, si la claridad de la respuesta es tan indiscutible que uno siente la necesidad de poner en marchar un nuevo Plan de Vida y se deja, a partir de entonces, vivir como quiere.

Sí, ya lo sé, cada persona tiene sus limitaciones y sus circunstancias.

Sí, ya lo sé, cada vida es distinta y cada persona es como es.

Pero ni siquiera esto es excusa o razón suficiente como para no ponerse desde ya, con toda la intensidad que a cada uno le sea posible, a la muy noble y agradecida tarea de vivir como quiera. Aunque eso pueda acarrearnos la incomprensión de los otros, porque –como no me canso de repetir-, el Uno Mismo es -y no el prójimo- nuestra responsabilidad.

Y que nadie se escandalice por adelantado de esta afirmación: el amor y el cuidado de Uno Mismo llevan, irremediablemente, al amor y el cuidado de los otros. Si uno no se ama a sí mismo, no ama a los otros. Lo que hace es darles su compasión, o hacerles un servicio, pero no darles amor.

Quien no tiene amor no puede dar amor, sino un sucedáneo o una imitación.

Esto nos lleva a formularnos de nuevo la pregunta, para ver si ahora resuena de un modo distinto en el corazón: ¿Me dejo vivir a Mí Mismo como quiero?

Lo que, sin duda, nos llevará a otra pregunta: ¿Cómo quiero vivir?

Y en esto no puedo ni debo dar más pistas. Esto es personal, distinto en cada caso, e intransferible.

La búsqueda de la respuesta debe estar presidida por un sentimiento profundo y rotundo de amor propio. Cada uno está

hablando de SU Vida –y no del tiempo que va pasando-. ¿Cómo quiero vivir?

Y esperar a que vayan llegando, desde el corazón, las muchas respuestas ciertas que tiene la pregunta.

Y, por supuesto, si uno es sincero y va un poco más allá, eludiendo las respuestas del ego, del comodón que nos habita, o del interesado e insaciable materialista que llevamos dentro.

Respuestas del estilo de: “Bien”, “mejor que ahora”, “nadando en la abundancia”, “en un Palacio”, “teniendo un trabajo mejor pagado”, pueden ser respuestas del ego, del comodón, o del interesado, y no del corazón.

Y sin dejar de ser ciertas –porque no sólo de espiritualidad vive el Ser Humano-, no cubren la necesidad interior de respuesta a la pregunta, que llega aún mucho más lejos y es mucho más profunda.

Es conveniente no hacerla desde la persona, sino desde el Ser.

La pregunta se afinaría mucho más con un añadido, aunque adelanto que la hace un poco más complicada de responder, pero la hace rotunda y perfecta. Aquí está: ¿Cómo quiero vivir REALEMENTE AHORA?

Tú verás si te atreves con esta desde un principio o comienzas con la otra, menos impresionante y más accesible.

Y una vez que vayas averiguando, poco a poco, cómo quieres vivir, tendrás que ponerte a completar la pregunta inicial y descubrir por qué no lo haces.

¿Te gustaría hacerlo?

En caso afirmativo…

¿Por qué no lo haces?

¿Cuáles son los impedimentos reales que te lo impiden?

Y, como ya sabes, respetando las dos normas esenciales del Camino: No mentirte jamás y no conformarte nunca con un NO LO SÉ –sí está permitido aplazar, pero poco, la respuesta hasta otro momento-.

Investigarte… escuchar tus emociones… atender a tus reacciones… entenderte… así es como puedes conocerte de verdad.

¿Puedes deshacerte de los impedimentos que no te dejan vivir como quieres?

Por respeto a ti mismo y a tu dignidad, por tu mejor calidad de vida, y por tu paz, sería bueno que averiguaras cómo quieres vivir… y que te lo permitieras.

Te dejo con tus reflexiones…

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Aportación de colaboradores: Francisco de Sales  – www.buscandome.es

La obligación de querer a tu bebé

En el imaginario colectivo está la idea de que una madre siempre quiere a su bebé desde el primer momento. Una forma de amor a primera vista, irracional e inmediato.

Sin embargo, esta idea que puede parecer inocente, no sólo es errónea, sino que supone una pesada losa para algunas madres que no experimentan este esperado sentimiento, haciéndolas creer que hay algo mal en ellas y pudiendo afectar a su autoestima o a su percepción sobre su futuro rol de madre.

Pese a que es habitual encariñarse (o apegarse) a un hijo o hija desde el primer momento en el que las mujeres saben que están embarazadas, o tras dar a luz, también es habitual que esto no pase. Al igual que los bebés no están apegados a sus madres desde el nacimiento.

¿Cuándo nos encariñamos con nuestros hijos?

Para la mayoría de las mujeres, el apego a sus futuros hijos crece conforme progresa el embarazo. En torno a un 20% de mujeres embarazadas ya muestran un fuerte apego hacia el ser que crece en su interior durante el primer trimestre.

Por el contrario, existen otras mujeres en las que este sentimiento no tiene lugar hasta el parto, y otras veces se produce un tiempo después (en torno a un mes). Todas las situaciones son totalmente normales, se producen en muchas mujeres, y no deben ser motivo de alarma, de preocupación, ni de presión social.

¿Cuándo se encariñan nuestros bebés con nosotros?

Las crías humanas están biológicamente predispuestas a formar un vínculo de apego hacia los adultos, pues de ello depende su supervivencia, y por consiguiente, la supervivencia de la especie entera.

Al igual que las características físicas propias de la apariencia de bebé atraen a los adultos (tamaño cabeza-cuerpo desproporcionado, rostro redondeado, ausencia de vello…), los bebés también vienen “programados” para sentirse realmente cautivados por la apariencia de los adultos.

El rostro humano, según diversos estudios, reúne “casualmente” todas las características estimulares visuales que atraen a los bebés: complejo (pero no abrumador), simétrico, con contraste, brillante, con movimiento… Al igual que la voz humana, que es el estímulo auditivo que más atrae su atención. Especialmente el llamado “baby-talk”, que es esa forma especial (algunos dirían ridícula) de hablar a los pequeños, acercándonos mucho a su rostro, con un tono más agudo plagado de cambios, repitiendo las frases e incluso dejando tiempo para que ellos respondan (aún cuando no saben decir ni una palabra).

Pese a todo esto, los niños no nacen apegados a sus padres o madres. Entre los 2 y los 7 meses los bebés se muestran sociables con cualquier persona y no expresan preferencias muy marcadas hacia nadie en especial, aunque parecen más cómodos con el cuidador principal (que en la mayoría de los casos es la madre). Este fenómeno es un mecanismo evolutivo que pretende asegurar la supervivencia de la especie en el caso de que la madre falte.

En este periodo, los bebés aprenden muchas cosas, destacando tres principales que nos interesan ahora. El primero es la reciprocidad (en las interacciones sociales uno actúa y reacciona a la conducta del otro) como podemos verlo en los juegos infantiles, como es el típico juego de «cucu, tras». En segundo lugar, la efectividad (su conducta puede afectar a la conducta del otro de manera consistente y predecible), por ejemplo ver que cada vez que tiran el chupete, la madre lo recoge. Por último, la confianza (se puede contar con el cuidado del otro cuando se necesita), por ejemplo, sabiendo que si tienen gases, la madre les ayudará a eliminarlos y que les deje de doler la barriga.

Como se ha adelantado, no será hasta los 7-9 meses cuando comience a forjarse la relación preferencial por la madre. Casi a la vez, en torno a los 8 meses, suele aparecer eso que se llama “el miedo a los extraños”. Es en estos momentos en los que se suele oír: “Este niño está enmadrado” o «Este niño tiene mamitis«. El miedo a extraños no es más que una aparente cautela ante los desconocidos y la aparición de protestas cuando es separado del cuidador principal. Es en esta etapa cuando los bebés comienzan a realizar una jerarquía de sus cuidadores preferidos.

Será entre los 12  y los 20 meses cuando los bebés empiecen a usar a sus figuras de apego como “bases seguras”, es decir, como personas en las que refugiarse cuando se busca consuelo y protección, pero también como personas que permiten la exploración y les dejan experimentar. La proximidad del cuidador en ambas etapas (exploración y refugio) promueve en el niño y en la niña un sentimiento interno de seguridad.

Como conclusión

Los seres humanos nacemos “programados” para atraer a los adultos, y para ser atraídos por los bebés de nuestra especie cuando somos mayores. Sin embargo, el sentimiento de cariño, el amor, no se produce de manera inmediata y es perfectamente normal que pueda requerir de un tiempo para formarse. Al fin y al cabo, una madre y un hijo no son más que extraños atraídos irremediablemente.

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Autor:  C. Paniagua – psicomemorias.blogspot.com.es